No es tan fácil salirse de las rutas políticas y los intereses establecidos en la región. ¿Podrá Donald Trump desviarse de la estrategia seguida por EE UU hasta el momento?

Un hombre palestino lee el periódico po Hamás Al Resalah en Gaza. Thomas Coex/AFP/Getty Images

En diciembre de 2015 el hoy presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, dijo: “Oriente Medio está totalmente desestabilizado, y es un caos total y completo”, añadiendo que ojalá tuviese los “cuatro o cinco billones de dólares que se han gastado ahí” para invertirlos en EE UU.  A la vez, hizo afirmaciones simplificadoras durante la campaña sobre cómo acabar con el autoproclamado Estado Islámico (también llamado Daesh) o resolver el conflicto israelí-palestino.

Si en general no es aconsejable creer todo lo que dicen los políticos durante las campañas electorales, en el caso de Trump la cautela tiene que ser todavía mayor. Se debe tener en cuenta tanto su tendencia a acomodar el discurso y a cambiar el rumbo de su política de forma imprevisible, al mismo tiempo que su falta de experiencia política y diplomática.

Las dinámicas en la región parecen caóticas, pero hay una serie de intereses definidos y rutas políticas por las que ha transitado Washington, y no será sencillo que se desvíe. Lina Khatib, directora del programa sobre Oriente Medio y Norte de África de Chatham House, indica que en Siria, la guerra contra Daesh, Irán, el conflicto palestino-israelí e Irak el nuevo Presidente podría seguir las grandes líneas de Barack Obama, pero con un lenguaje más estridente.

 

La cuestión siria

En el caso sirio el Presidente electo ha manifestado, igual que Obama, que la prioridad es combatir Daesh. Su aparente afinidad con Rusia podría verse confirmada si directa o indirectamente adopta la misma política que Moscú, o sea, apoyar al Presidente sirio contra los grupos insurgentes que le combaten y, especialmente, luchar contra el Estado Islámico.

La activa intervención de Rusia, con colaboración iraní y del grupo armado chií Hezbolá (proveniente de Líbano), contra las diferentes milicias, permitió al gobierno de Damasco bloquear los intentos negociadores de la ONU. El presidente Obama se mantuvo firme ante la posibilidad de bombardear posiciones gubernamentales sirias y menos aún enviar tropas al terreno. Difícilmente el presidente republicano cambie esta política.

Aunque el enviado especial de Naciones Unidas para Siria, Steffan de Mistura, continúa su labor, Rusia, Turquía e Irán lideran ahora la complicada e inestable iniciativa diplomática para ese país que ha dejado fuera a Washington, a Bruselas y a la ONU. A la vez, no incluye a una serie de grupos armados contra los que prosigue la guerra.

Pero Washington y Bruselas comparten con Moscú, Teherán y Ankara la prioridad de combatir a Daesh. El experto Vali Nasr considera que esta arquitectura de negociación, que implica vincular enemigos entre sí para alcanzar el fin común de alcanzar la paz en Siria (y quizá en Irak), debería haber sido impulsada por Estados Unidos.

Trump  podría ver la oportunidad de sumarse a esa iniciativa diplomática al igual que a la lucha común contra el Estado Islámico. Esto resultaría aceptable por los ciudadanos de EE UU en la medida que se priorice combatir al terrorismo. Pero esto supone asumir, como ya lo ha hecho Obama y los gobiernos europeos, que no es el momento de presionar a Bashar al Assad y llevaría a disminuir el apoyo estadounidense a los grupos opositores, como el Ejército Libre de Siria (ELS).

 

El caso iraní

Al futuro presidente también le será difícil establecer alianzas en un escenario en el que reinan diferentes uniones y enemistades muchas veces contradictorias y múltiples. Por ejemplo, Trump ha manifestado su interés en estrechar vínculos con las monarquías (suníes) del Golfo Pérsico. Pero estas se oponen al presidente Sirio y apoyan a la oposición armada.  De este modo, tendría que elegir entre complacer a sus aliados del Golfo o a Rusia, e indirectamente a Irán.

Las monarquías del Golfo quieren también que Trump revierta el acuerdo que el gobierno de Estados Unidos, la EU y Rusia. Gran Bretaña y Alemania llegaron con Irán sobre su programa nuclear en 2015.  Ese fue uno de los mayores logros de Obama en la región.

Aunque Trump dijo que era el peor acuerdo al que ha llegado su país los servicios de inteligencia y un gran número de reconocidos expertos estadounidenses, y hasta alguno de los funcionarios que ha elegido, le indicarán que no es conveniente desmarcarse en la medida que mantiene controlado a ese país para que no cuente con armas nucleares. Además, romper un acuerdo de ese peso internacional le llevaría a un posible enfrentamiento con Rusia y los aliados europeos.

 

Las potencias regionales

Un gran desafío será cómo situar a Estados Unidos en la dinámica entre las potencias regionales: Irán, Arabia Saudí, Turquía, Egipto e Israel. La tendencia de Trump a las simplificaciones chocará con la tensión dentro del islam entre Arabia Saudí, como líder de la tendencia suní, e Irán encarnando el chiismo. La compleja confrontación entre estas dos corrientes se manifiesta en Irak, Yemen, Bahréin, Líbano  y Siria hasta llegar a Pakistán y Afganistán.

Irán es uno de los países más estables de la región, con influencia en Siria, Líbano, Yemen y en el gobierno de Hamás en la franja de Gaza. Su influencia crecerá a medida que continúe el levantamiento de sanciones como producto del acuerdo nuclear.

Egipto es una bomba de tiempo, con un gobierno fuertemente represivo, los Hermanos Musulmanes debilitados pero con una larga historia de trabajar desde la clandestinidad, y una situación económica muy grave. El Cairo ha perdido parte de su influencia regional, pero para Washington será necesario definir si su política futura será apoyar al gobierno dictatorial, como ha terminado haciendo Obama, sin prestar atención a que uno de los levantamientos más importantes de la denominada “primavera árabe” ocurrió en ese país.

Por su parte, Turquía enfrenta una seria crisis interna, los ataques violentos de una parte de la oposición kurda y de Daesh. Sus intentos de transformarse en la mayor potencia regional han fracasado pero tiene un gran peso regional, además de ser miembro de la OTAN.  Estados Unidos apoya a los kurdos en Irak y Siria, algo que es fuertemente rechazado por el gobierno de Ankara. Otro complejo dilema para resolver.

 

Y el conflicto árabe-israelí

Israel ha logrado hasta ahora aislarse de la turbulencia en gran parte del mundo árabe que comenzó en 2011, pero ha intervenido puntualmente en Siria para combatir movimientos de armas por parte de Hezbolá. El gran problema continúa siendo el conflicto con los palestinos. Las diferentes guerras en la región le han permitido continuar con su política de colonización de Cisjordania sin grandes interferencias. Con motivo de la abstención de Washington en la votación sobre los asentamientos en el Consejo de Seguridad a finales de diciembre de 2016, Trump manifestó abiertamente que apoyará a Israel en su política.

A la vez, ha designado embajador de Estados Unidos en Israel a David Friedman un judío estadounidense favorable a cambiar de sitio la embajada de Estados Unidos, de Tel Aviv a Jerusalén, rompiendo el consenso diplomático internacional de situar sedes diplomáticas en lo que se considera territorio ocupado. Esto podría generar más rebeliones y violencia en los países de cultura religiosa musulmana, no solamente en la región.

Como indica Marc Lynch,  Oriente Medio se encuentra ante cuatro niveles de conflicto que se superponen. Primero, la disputa entre Arabia Saudí e Irán. Segundo, la competencia entre los Estados suníes (Arabia Saudí, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos y Turquía). Tercero, las organizaciones y redes islamistas radicales que operan en todos los países (y en el caso de Libia controlan diferentes partes del país). Y cuarto la tensión entre regímenes autocráticos y las movilizaciones sociales.

A estos niveles se suma el reavivamiento de la competencia geopolítica entre Estados Unidos y Rusia, que conecta a Oriente Medio con otras crisis e intereses.