Más allá de los éxitos y fracasos de los grupos de presión proisraelíes durante la Administración Obama, la cuestión es que el apoyo incondicional a Israel ha dejado de ser un asunto por encima de las políticas de los dos grandes partidos.

La sombre de Barack Obama sobre las banderas de Estados Unidos e Israel. Mark Wilson/Getty Images

Un mito muy extendido ha hecho fortuna en el imaginario colectivo desde finales de los 70: que la política exterior de EE UU, especialmente en Oriente Medio, ha estado determinada por el lobby pro Israel, más comúnmente conocido como lobby judío, una denominación que está aún bajo un intenso debate.

En este sentido, en 1996, J.J. Goldberg, actual director de Forward, la revista de referencia de los judíos estadounidenses progresistas  —la inmensa mayoría, como veremos más adelante— escribió el libro El poder judío, en el cual daba cuenta de que, desde el cambio de política de la Administración Nixon en Oriente Medio tras la guerra de Yom Kippur, el lobby judío ha desempeñado además un “papel de liderazgo en la formulación de la política estadounidense en temas como los derechos civiles, la separación de la Iglesia y el Estado y la inmigración, guiado por un liberalismo [progresismo en sentido anglosajón] basado en una compleja mezcla de tradición judía, de la experiencia de la persecución y de interés propio”. La influencia de los grupos de presión judíos ha sido incuestionable, y están más que orgullosos de ello: ese era su propósito.

Sin embargo, tras el acuerdo nuclear con Irán firmado el 15 de julio de 2015, y sobre todo, tras la abstención de EE UU en la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el pasado 23 de diciembre, que condenaba los asentamientos israelíes en Cisjordania y definía a Jerusalén Este como territorio ocupado, ha quedado patente que el lobby judío, y las distintas organizaciones que lo conforman, no tiene la posición ni el poder que le dieron en su día J. J. Goldberg y más recientemente John Mearsheimer y Stephen Walt en su famoso libro El lobby israelí y la política exterior de EE UU.

Ciertamente, en los últimos ocho años, el lobby proisraelí en EE UU ha fracasado en muchos de sus objetivos y está atravesando un proceso de transformación que lo cambiará para siempre.

 

Los inicios de la implicación política

El activismo político de los judíos en EE UU empezó a principios del siglo XX —el decano de los grupos de presión judíos es el Comité Judío Americano (AJC en sus siglas en inglés) fundado en 1906. Desde que los judíos fueron llegando a la nueva tierra prometida, entendieron rápidamente que los grupos de presión o lobbies eran un engranaje básico de la democracia estadounidense, a diferencia de Europa, donde no están aún tan normalizados. Se pusieron manos a la obra, y en palabras del periodista del New York Magazine Jonathan Chait, se implicaron en política de forma desproporcionada a su masa social, con un fervor casi religioso. Los judíos, pues, formaron organizaciones, lideraron debates políticos, supieron marcar agendas, acudieron a votar activamente y aportaron fondos a las campañas electorales.

Desde el principio, el leitmotiv de los grupos de presión judíos fue el Estado de Israel. El sionismo ha sido para los judíos estadounidenses como el movimiento por los derechos civiles para la comunidad negra. La inmensa implicación de los judíos en política iba mayoritariamente dirigida a lograr que el apoyo al Estado de Israel en EE UU fuera unánime y por encima de las diferencias partidistas, lo que en inglés se define como bipartisan. Aunque las organizaciones judías también han estado muy implicadas en la defensa de los derechos humanos, en la lucha contra la pobreza y otras causas no conectadas con el sionismo, encabezadas por el AIPAC (Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel), el más importante de todos los lobbies proisraelíes en EE UU, tuvieron éxito en su propósito. No en vano, en 2001, la revista Fortune situaba al AIPAC como el cuarto grupo de presión más poderoso de Washington, por detrás de la Asociación Nacional del Rifle, la ARRP y la National Federation of Independent Business. En 2011 Business Pundit incluía a los grupos de presión pro Israel entre los 10 más poderosos de EE UU.

 

La llegada de Obama al poder

Hasta el segundo mandato de Obama, apoyar a Israel era algo “más allá de la política” como dijo el propio Presidente, y la relación entre los dos países era “irrompible”. La relación sigue estando muy lejos de romperse, pero apoyar a Israel incondicionalmente ya no está por encima de los programas de los dos grandes partidos. Y es que, más allá de las batallas perdidas con la Administración Obama, los protagonistas del lobby proisraelí, los judíos estadounidenses, en su gran mayoría liberales en el sentido anglosajón, han experimentado un amplio distanciamiento con las políticas de Israel en los últimos años, sobre todo con los sucesivos gobiernos de Netanyahu. A este respecto, la vinculación ideológica de la mayoría de la judería estadounidense con el Partido Demócrata es incuestionable: en las elecciones de 2008, un 78% de los judíos de EE UU votó por Obama y un 69% en 2012. Una encuesta de 2015 elaborada por el Comité Judío Americano reveló que sólo un 19% de los judíos del país se identificaba políticamente con los republicanos. En las últimas elecciones, sólo un 25% votó por Donald Trump, mientras que un 70% lo hizo por Hillary Clinton.

Así, tras el acuerdo nuclear con Irán, el principal punto de fricción entre los gobiernos estadounidense e israelí y duramente combatido por las principales organizaciones proisraelíes en Washington, una encuesta elaborada por el Jewish Journal mostró que el 48% de los judíos estadounidenses apoyaba el acuerdo y solamente un 28% se mostraba en contra; y lo más significativo, un 70% de los que se declaraban demócratas estaban de acuerdo con él.

Indudablemente, tras ocho años de Administración Obama, el denominado lobby judío ha quedado desnaturalizado. Las organizaciones de presión más tradicionales, con el AIPAC a la cabeza, no han mantenido el apoyo incondicional bipartidista, y la causa principal es porque los judíos estadounidenses en su mayoría son demócratas, y se sienten más cercanos a la política exterior de Obama y a su visión sobre el conflicto que al gobierno de Netanyahu y a sus políticas. Ni siquiera Israel es la mayor de sus inquietudes electorales. Según una encuesta del Public Religion Research Institute, sólo el 4% de los judíos de Estados Unidos consideran Israel como su principal preocupación a la hora de votar, y según otra encuesta llevada a cabo por el American Jewish Council, menos del 10% de los judíos  estadounidenses identifican a Israel y a las relaciones bilaterales con EE UU como un asunto capital para determinar su voto. Steven Cohen, uno de los sociólogos más experimentados en la comunidad judía de Estados Unidos, ha definido el fenómeno claramente para el Pew Research Center: “En muchos aspectos, Israel es un red state [estado de mayoría republicana] y los judíos americanos un blue country [de mayoría demócrata]”. Una de las comentaristas políticas de referencia del espectro conservador en EE UU, Jennifer Rubin, fue tajante después de la firma del acuerdo nuclear con Irán: “el mito del apoyo bipartidista a Israel ha sido destruido”. Como indicador evidente de la tendencia, ya en la conferencia política de AIPAC de 2014 un 65% de los políticos que acudieron eran republicanos.

Este distanciamiento ideológico ha favorecido el surgimiento de grupos de presión judíos como J-Street o New Israel Fund que han apoyado sin fisuras la visión y el enfoque de Obama en todos sus desacuerdos con Israel. Grupos que el Partido Demócrata no ha dudado en potenciar, por razones evidentes. En los años venideros, con la nueva Administración, estos nuevos lobbies experimentarán un aumento de su protagonismo y de su influencia en Washington, porque todo apunta a que serán férreamente críticos con Trump y muy proclives a la visión demócrata de Israel y del conflicto con los palestinos. Una guerra abierta entre lobbies judíos conservadores y progresistas, hasta ahora soterrada en cierta medida, es muy probable.

 

Trump: un tiempo para redefinirse

Durante estos ocho años, como todos los grupos de presión, los lobbies proisraelíes han tenido victorias y derrotas. Más allá de las dos más sonadas, el acuerdo con Irán y la resolución 2334 en el Consejo de Seguridad de la ONU, el mayor fracaso ha sido que el apoyo incondicional a Israel deje de ser un asunto por encima de las políticas de los dos grandes partidos. El lobby, además de no ser todo lo poderoso que se creía, está ahora dividido.

Son tiempos difíciles para los grupos de presión proisraelíes en Washington. No obstante, los judíos han demostrado durante la historia una gran capacidad de adaptación. Con la llegada de Trump a la Casa Blanca —y su agenda marcadamente pro Israel— se abre una nueva etapa en la que los lobbies judíos deberán encontrar su nicho de influencia y redefinir y cambiar sus estrategias.