Si piensa que los ‘Estados fallidos’ están mal, espere a que cambie el clima.

Irremediablemente superpoblado, devastado por la pobreza, plagado de militantes islamistas, descuidado con sus bombas atómicas… A veces parece que Pakistán no puede ser más amenazador. Pero olvidémonos de los talibanes: los problemas actuales del país no son nada en comparación con lo que podría venírsele encima dentro de 25 años. Si nos preocupa la estabilidad de una de las regiones más volátiles del mundo, es el futuro de los glaciares del Himalaya lo que debería mantenernos en vela por las noches.

En la zona montañosa de Cachemira, cuyo control se disputan Pakistán e India, se ubica lo que podría convertirse en el epicentro del problema. Desde la separación de los dos países hace 62 años, la discusión sobre si Cachemira pertenece al Pakistán musulmán o a la India secular nunca ha remitido. A partir de 1998, cuando ambos países hicieron pruebas nucleares, se añadió además el riesgo de que el conflicto acabara en un cataclismo. Y pronto otro factor cada vez más importante hará subir la tensión: el 90% de la irrigación agrícola de Pakistán depende de ríos que nacen en Cachemira. “Este problema del agua entre ambos países es la clave”, me dijo Mohammad Yusuf Tarigami, un parlamentario de Cachemira. “Mucho más que cualquier otra preocupación política o religiosa”.

Hasta ahora, ambos bandos han sido capaces de mantener en segundo plano el problema del agua. En 1960, los dos países acordaron repartirse los seis afluentes que se alimentan en el río Indo. Nueva Delhi reclamó las tres ramas orientales, que fluyen a través de Punjab. El agua de los otros tres, que atraviesan Jamu y Cachemira, quedó en poder de Pakistán. Ambos países establecieron una superficie máxima irrigable en Cachemira y acordaron normas estrictas sobre las posibles formas y lugares de almacenamiento de agua. El Tratado sobre las Aguas del Indo resultante ha sobrevivido a tres guerras durante 50 años. A menudo es puesto como ejemplo de cómo la escasez de recursos puede llevar a la cooperación en lugar de al enfrentamiento.

Pero el éxito del tratado depende de que se mantenga un statu quo que se romperá a medida que el planeta se caliente. Tradicionalmente, los glaciares del Himalaya han regulado de manera natural las aguas de Cachemira. Las precipitaciones permanecen congeladas durante los meses fríos y luego se derriten durante la época de cultivo. Pero el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático estima que, si el calentamiento global sigue avanzando a este ritmo, en 2035 la mayoría de los glaciares podrían haber desaparecido de las montañas. El agua que antes llegaba para la siembra se perderá en inundaciones invernales.

Las investigaciones de la ONG internacional ActionAid han descubierto que en Cachemira ya se sienten los efectos. En el valle raramente nieva y, cuando lo hace, casi nunca cuaja. El caudal estival de arroyos, ríos, manantiales y lagunas ha disminuido. En febrero de 2007, la nieve que se derretía se juntó con fuertes lluvias, impropias de esa estación, originando corrimientos de tierras en las laderas de las montañas. La autopista nacional –única vía de conexión de la región con el resto de India– quedó sepultada durante 12 días.

En general, los países controlan estas avenidas cíclicas mediante presas, pero para Pakistán esa no es una opción válida. Las mejores ubicaciones para presas están en Cachemira, donde Islamabad se ha opuesto radicalmente a los planes indios de alterar los ríos. Teme que en época de conflicto los gobernantes indios corten el suministro de agua o liberen una riada que arrase los campos paquistaníes. “En una situación bélica, India podría utilizar el proyecto como arma”, me dijo un periodista de Cachemira.

Lo cierto es que el agua ya está socavando la estabilidad de Pakistán. En los últimos años, la escasez de agua ha provocado un déficit de grano. En 2008, la harina escaseó tanto que se convirtió en uno de los temas centrales de las elecciones; el Gobierno desplegó miles de soldados para vigilar sus almacenes de harina. A medida que los glaciares retrocedan y los ríos se sequen, el problema se agudizará. Pakistán –inestable, sufriendo un descenso dramático del suministro de agua y arrinconado por unas fuerzas convencionales indias tremendamente superiores– se verá obligado a elegir entre tres opciones. Dejar que la población se muera de hambre. Cooperar con India en la construcción de presas, cediendo el control de sus aguas al país que considera su mayor enemigo. O alimentar el extremismo insurgente, confiando su suerte a que la violencia agote a los indios sin llegar a provocar una guerra abierta. “La idea de ceder territorio a India es un anatema”, explica Sumit Ganguly, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Indiana (EE UU). “Sufrir es inaceptable, sobre todo para las élites. Así que, ¿cuál es la otra opción? Una escalada de violencia. Es una pésima noticia”, añade, refiriéndose al derretimiento de los glaciares. “Tiene muy, muy mala pinta”.

Si nos preocupa la estabilidad de una de las regiones más volátiles del mundo, es el futuro de los glaciares del Himalaya lo que debería tenernos en vela

El enfrentamiento por el agua de Cachemira es sólo una de las muchas crisis geopolíticas ligadas al clima que se avecinan. Pueden desatarse desde conflictos económicos y legales que seguramente se resolverán de manera pacífica –por ejemplo, las aguas del Río Grande y el Río Colorado llevan mucho tiempo siendo objeto de controversia entre EE UU y México– hasta guerras en toda regla. En 2007, la ONG International Alert, con sede en Londres, elaboró una lista de países con alto riesgo de conflicto armado a causa del cambio climático. La lista contenía nada menos que 46 países, es decir, uno de cada cuatro, entre los cuales se encuentran algunos de los más inestables del mundo, como Somalia, Nigeria, Irán, Colombia, Bolivia, Israel, Indonesia, Bosnia, Argelia y Perú. De hecho, el cambio climático ya podría ser el causante de la fuerte sequía que contribuyó a desencadenar el conflicto de Darfur, en el que han muerto cientos de miles de personas.

El aumento de la temperatura está sometiendo a estrés al planeta entero, y los primeros países en caer serán aquellos que, como Sudán, tengan menos capacidad para adaptarse. Comparemos Holanda con Bangladesh: ambos están expuestos a la subida del nivel del mar, ya que cuentan con grandes extensiones de territorio a una altitud próxima o inferior a la de los océanos. Pero los prósperos holandeses están construyendo sistemas de control de aguas con tecnología puntera y experimentando con casas flotantes. Lo único que pueden hacer los pobres bangladesíes es prepararse para emigrar a terrenos más elevados. “Es mejor no enredarse demasiado con la física climática”, dice Nils Gilman, analista del Grupo de Seguimiento y autor de un informe sobre cambio climático y seguridad nacional en 2006. “Deberíamos fijarnos en la geografía social, física y política de las regiones afectadas”.

Lo cierto es que Bangladesh podría ser uno de los países más amenazados del planeta. En una década normal, el país sufre una gran inundación. En los últimos 11 años, sus ríos se han desbordado tres veces, la última vez en 2007. Ese invierno el ciclón Sidr –una tormenta de categoría 5– llegó a las costas del país, arrasando las chozas de hojalata, destrozando los arrozales y sumiendo a la capital en la oscuridad. Puede que muriesen unas 10.000 personas. Es muy probable que los problemas de Bangladesh se reproduzcan entre sus vecinos, en una región donde los flujos migratorios siempre se han visto acompañados de tensiones. Por ejemplo, en el Estado indio de Assam, al noreste del país, los rápidos cambios demográficos han originado revueltas, masacres y la aparición de un movimiento insurgente. A medida que el calentamiento global vaya asfixiando Bangladesh, esta presión aumentará. Y en el peor de los casos –que el país sea golpeado por una riada catastrófica inesperada– la comunidad internacional tendrá que lidiar con una emergencia humanitaria en la que decenas de millones de desplazados por las inundaciones huirán a India, Birmania (antigua Myanmar), China y Pakistán. A medida que el planeta se caliente, puede que más años se parezcan al 2007, en el que la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU anunció que había hecho frente a un número récord de sequías, inundaciones y huracanes. De las 13 catástrofes naturales a las que respondió, sólo una –el terremoto de Perú– no estaba relacionada con el clima. Algunos expertos han insinuado que EE UU podría no estar dotándose de lo necesario para responder a este desafío. Desde 2008, las leyes obligan al Ejército estadounidense a contemplar el cambio climático en sus planes pero, aunque los documentos estratégicos del Pentágono dibujan un futuro con tensiones climáticas, nada indica que el Departamento de Defensa esté tomando medidas al respecto. “Casi todo lo que el Ejército solicita sigue siendo para una guerra convencional contra una potencia adversaria”, dice Sharon Burke, especialista en energía y cambio climático del Centro para la Nueva Seguridad Americana, con sede en Washington. “Dicen que van a realizar más misiones humanitarias, pero nadie plantea ‘¿qué necesitamos?”. Por ejemplo, la velocidad con la que la guerra de Irak devora vehículos y material tiene asombrados a los estrategas militares. “¿Es un preaviso de cómo será actuar en condiciones más duras?”, se pregunta Burke.

Se prevé que algunos de los efectos más dañinos del cambio climático se manifiesten en un periodo de tiempo relativamente largo. Pero lo mismo ocurre con la modernización, la dotación de medios y la organización del Ejército. A medida que el calentamiento global desordena el clima en el mundo, está cada vez más claro que hay que empezar a pensar a largo plazo. Y, para ello, Occidente quizá necesite adoptar una definición más amplia de qué hace falta para protegerse del peligro. Puede que hacer frente a los efectos de sus emisiones signifique apuntalar gobiernos, desplegar fuerzas en zonas catastróficas o aplastar movimientos insurgentes, pero el grueso del esfuerzo occidental debe hacerse en casa. Si los ríos de Cachemira pueden sumir al sur de Asia en el caos, quizá la respuesta más eficaz sea hacer todo lo posible para que los glaciares nunca se derritan.