El futuro es un lugar abarrotado y será beneficioso para todos.

En 2025 habremos comprendido, por fin, que, en casi todas las actividades humanas, la densidad compensa.

Silicon Valley lo sabe desde que Gordon Moore acuñó la ley del mismo nombre hace casi medio siglo, cuando predijo el aumento exponencial de la densidad y el descenso del precio de la capacidad de procesamiento de los microchips, una dinámica que ha convertido periódicamente a varios jóvenes en multimillonarios desde entonces. Pero, como sabe ya todo el mundo, tanto Paul Krugman (cuya investigación merecedora del Nobel destacaba las ventajas comerciales de la concentración geográfica) como los chefs franceses de hoy en día (que consiguen condensar la esencia de una pastilla de mantequilla en trozos cada vez más pequeños) y los promotores inmobiliarios (no hace falta explicación), la densidad también compensa en el mundo físico. El BM observaba en su Informe sobre el Desarrollo Mundial 2009 que la mitad del PIB global se produce en el 1,5 de su territorio. La migración de los seres humanos, en todo el planeta, hacia zonas urbanas con más densidad de población ha añadido billones de dólares al PIB mundial cada década desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Los mercados globales han seguido una trayectoria similar hacia una concentración cada vez mayor. El Banco de Pagos Internacionales informa de que el mercado internacional de derivados ha crecido de poco menos de 100 billones de dólares hace 10 años a 600 billones de dólares en la actualidad, mientras que la producción económica mundial se duplicó aproximadamente en el mismo periodo. Los 10 mayores bancos de Estados Unidos tienen hoy 11 billones de dólares, de los 13 billones de dólares totales de activos bancarios del país; los de los cinco primeros bancos franceses equivalen al 325% del PIB de Francia. ¿Demasiado grandes para caer? No, a no ser que queramos que nuestros centros financieros sean impotentes.

AFP/Getty Images
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Pero la densidad tiene sus consecuencias. Apiñar a más de la mitad de la población y la producción mundial en un área relativamente pequeña, en su mayor parte costera, significa que los efectos de las catástrofes naturales de todo tipo son mucho más graves. El terremoto de este año en Japón, que causó daños económicos por valor de más de 300.000 millones de dólares, no fue más que el preludio; dentro de 15 años, un solo huracán o un solo terremoto podrían tener un precio de un billón de dólares o más. Imaginemos un planeta en el que los daños económicos equivalentes a los que causa una gran guerra o la detonación de un arma nuclear de tamaño medio en una gran ciudad pudieran producirse con solo unos días (en el caso de un huracán) o un segundo (en un terremoto) de aviso.

Podemos esperar asimismo mayores y más frecuentes catástrofes financieras. Pensemos en el capital social como si fuera tierra, un segmento industrial como si fuera la localización y el riesgo financiero como si fuera la densidad. Concentrar todo significa más productividad, pero también significa invitar a más huracanes financieros de efectos catastróficos. ¿Cómo es posible que el impago del préstamo hipotecario de un recolector de fresas en California elimine 16 billones de dólares en el mercado financiero mundial y deje a tanta gente sin trabajo?

El tremendo aumento de la densidad de las tecnologías de la información y la creciente dependencia de ellas también plantean riesgos similares. Pensemos en el flash crash del 6 de mayo de 2010, en el que una conjunción perfecta de algoritmos comerciales más rápidos de lo que se puede imaginar, un encargo de venta electrónica de gran dimensión e inoportuno y un mercado muy nervioso hicieron que el Dow Jones cayera 700 puntos en poco más de 10 minutos –en un momento dado, fue la mayor caída en un solo día de la historia del Dow–, para recuperarse a los pocos minutos. O el fallo de la enorme nube de Amazon (una plataforma de servidor muy utilizada) en abril, que dejó desconectados durante varios días a empresas de Internet e incluso a investigadores del Departamento de Energía de Estados Unidos. En ambos casos, no hace falta ser un administrador de redes para saber que, mientras que la tecnología de la información nos vigila, no está claro quién vigila la tecnología de la información. ¿Estamos poniendo los billones de huevos de la economía mundial en la mayor cesta electrónica jamás construida?

¿Será posible que animales
políticos como los del Consejo de Seguridad lleguen a acuerdos sobre
inmunidad?

Reconocer la importancia de la dinámica de la densidad es fundamental, no sólo para controlar sus ventajas, sino también para administrar sus costes; que pueden administrarse. La tecnología hizo posibles las megaciudades y permitió dejar atrás los grandes incendios catastróficos. Ahora que estamos construyendo megaciudades de riesgos financieros, necesitamos implantar el equivalente a nuevas normas de incendios y prácticas constructoras para impedir que un incendio financiero inoportuno y mal situado arrase la tercera parte de la metrópolis. Los fondos alternativos se quejan del “comercio abarrotado”: demasiados inversores y especuladores que compran los mismos valores, bonos o materias, con lo que incrementan el peligro de caídas del mercado si a los inversores les entra el pánico y venden todos las mismas cosas al mismo tiempo. ¿Pero dónde está el cartel, en los mercados financieros, que diga “La  presencia de más de 140 fondos alternativos y bancos en esta posición de venta es peligrosa e ilegal”?

Aprender a vivir con los riesgos de la densidad exige reconocer que la densidad no va a desaparecer, y menos mal. La gente tiende a pensar que la densidad es un problema, como sabe cualquiera que haya pasado horas en un atasco en Lagos o Yakarta. Pero, si la densidad sólo consistiera en megaciudades abarrotadas, con sus apartamentos caros y diminutos y su tráfico espantoso, seguramente habrían saltado por los aires hace tiempo. Por el contrario, esas megaciudades son cada vez más grandes y más densas, y, aunque el coste de la vida es cada vez más elevado, no se produce ningún éxodo de masas hacia el campo. Del mismo modo, los mayores bancos y redes de información son quizá demasiado grandes para caer, pero su tamaño es fundamental para el crecimiento de nuestras economías y no podemos descomponerlos. Nuestro malestar visceral con esta situación significa que, de aquí a muchos años, seguiremos pensando que la densidad es un efecto secundario del progreso, no un motor fundamental. Puede que pasen décadas antes de que los demás aprendamos lo que el sector de los microchips aprendió en los 60: que el futuro es un lugar abarrotado, y que eso nos beneficiará a todos.