Cómo se ha convertido el reino ermitaño de Asia central en un objetivo clave en las guerras de la energía.

 

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Cada diciembre, Turkmenistán celebra el “Día de la neutralidad”, una fiesta oficial que conmemora su aspiración a ser la Suiza de Asia Central. Pero, por primera vez en casi un siglo, este aislado país cuenta por fin algo. Aunque la ex república soviética languidece desde hace decenios, las tensiones entre la UE y Rusia por la energía, la guerra de Afganistán y las maniobras de poder político en relación con el petróleo y el gas se han unido para alimentar un nuevo Gran Juego en Asia Central. El premio más codiciado es quizá el reino ermitaño de Turkmenistán, que reposa sobre las cuartas reservas mundiales de gas natural y un enorme volumen de crudo y ocupa una posición estratégica en el corazón de Asia Central. EE UU, la Unión Europea, Rusia, China, Irán y Turquía se disputan la capacidad de influir en este Estado. La única pregunta es: ¿a costa de quién se obtendrán las futuras ganancias?

Turkmenistán introduce un matiz sutil en el viejo enigma de si los países que son extraños tienen gas y petróleo, o si son extraños porque los tienen. Vivió la caída del comunismo bajo el gobierno dictatorial de Saparmurat Niyázov, que se cambió el nombre a Turkmenbashi (“Líder de los turcomanos”). A éste le importaba menos la creciente falta de importancia de su país en los asuntos internacionales que sus proyectos interiores, como prohibir los espectáculos (desde el circo hasta la ópera), poner al calendario los nombres de los miembros de su familia y escribir una guía espiritual que los estudiantes y funcionarios tenían que aprenderse de memoria para poder avanzar. Cuando murió, en diciembre de 2006, ascendió al poder un ex dentista de 49 años llamado  Gurbanguly Berdymukhamedov. A pesar de prometer más apertura y reformas, su historial ha sido más bien irregular: la mayor parte de la población sigue viviendo en la pobreza, y este año, el think tank Freedom House concedió a Turkmenistán el dudoso honor de ser el “peor” de los 29 países postcomunistas examinados.

Y, sin embargo, en los dos últimos años, Turkmenistán se ha convertido discretamente en una prioridad para las grandes potencias que se disputan Asia Central. El motivo es sobre todo la energía. Históricamente, Moscú ha mantenido algún tipo de control sobre casi todos los oleoductos y gaseoductos que salen de la región. Pero, sin el gas turcomano, Rusia no tendría las reservas suficientes para satisfacer sus enormes contratos de exportación a Europa. Según la Fundación Jamestown, la compañía estatal rusa de gas, Gazprom, suele comprar alrededor del 80% de las exportaciones anuales totales de gas de Turkmenistán en su frontera, para luego revenderlas a Ucrania y Europa o intercambiarlas por otras formas de energía. Este sistema ha funcionado bien para las dos partes durante casi 20 años: Moscú tenía una fuente de suministros garantizada y Asjabad tenía un comprador asegurado para sus exportaciones.

Sin embargo, el viejo acuerdo empezó a venirse abajo durante la crisis financiera mundial. A medida que las fábricas cerraban sus puertas y la producción se detenía, la demanda europea de gas turcomano a través de Rusia se derrumbó. Con los altísimos precios de la energía durante la primera mitad de 2008, Gazprom tuvo que ceder y pagar precios más elevados por el gas (de 100 a 130 dólares por cada mil metros cúbicos). Pero en 2009, ese precio, ahora inflado, hizo que la compra en grueso de gas a Turkmenistán fuera económicamente inviable, y Rusia se vio atada por un contrato que le obligaba a comprar enormes cantidades de este recurso energético que no podía vender. En ese contexto, el pasado mes de abril, el principal gasoducto de Turkmenistán a Rusia, por el que circula casi el 50% del producto nacional bruto del país de Asia Central, estalló de pronto. En vez de repararlo, Moscú se limitó a anunciar el cese de todas las compras de gas turcomano, una acción que sigue costando a su vecino aproximadamente mil millones de dólares al mes.

Ni que decir tiene que Turkmenistán no consideró el hecho como un accidente, como decía el Kremlin. Por el contrario, declaró que la explosión era la represalia rusa por los coqueteos de Asjabad con Occidente y una demostración de fuerza para obligar a renegociar los contratos de gas existentes. Dos semanas después de la explosión, Berdymukhamedov mostró otro indicador: “Turkmenistán”, dijo, “necesita crear un nuevo sistema de conexiones con Europa”.

Washington, Moscú y Bruselas no son las únicas capitales que están intentando abrir nuevas puertas en Asjabad; también Pekín y Teherán

Los Estados de la UE se han apresurado a actuar en consecuencia porque ven a esta república centroasiática como una clave para escapar de su dependencia de la energía rusa. Moscú suministra a Europa aproximadamente la cuarta parte de su gas, y el 80% circula a través de Ucrania. Después de que, en enero de 2006, una disputa por precios entre Gazprom y Kiev condujera a un corte del suministro que dejó a millones de europeos tiritando de frío durante uno de los inviernos más gélidos que se recuerdan, la UE  decidió que debía reaccionar (y con más energía aún cuando, en enero de este año, otro corte del suministro congeló toda Europa Oriental durante dos semanas). La Unión reiteró su compromiso de evitar el cuello de botella energético de Ucrania y ampliar la relación directa con los proveedores de gas de Asia Central para reducir su dependencia de la energía rusa (y su correspondiente agenda política). A cambio, ofreció a Turkmenistán algo que este país desea desesperadamente: la promesa de unas exportaciones energéticas no sometidas al veto de Moscú.

La solución se denominó Proyecto Nabucco, una propuesta de 3.000 kilómetros de gasoducto respaldada por un consorcio de empresas de cinco países europeos, que llevaría el gas de Asia Central a Europa central a través de Turquía, sin pasar por Rusia. Tras un histórico acuerdo firmado el 13 de julio entre los países participantes, el proyecto parece en marcha, con un solo aspecto pendiente: dónde conseguir todo ese gas. Ahí es donde interviene con mucho gusto Turkmenistán. Poco después del acuerdo, de este país y Azerbaiyán iniciaron negociaciones para resolver una disputa territorial que viene de antiguo en el mar Caspio, un arreglo que permitiría a Turkmenistán enviar gas directamente a Turquía, al gasoducto nuevo. Berdymukhamedov dio por descontado el éxito y anunció -provocando la furia del Kremlin- que su país está preparado para poner a disposición de Nabucco 10.000 millones de metros cúbicos (bcm) anuales de gas. Una semana más tarde, Asjabad firmó un contrato que otorgaba los derechos de exploración del mar Caspio a una empresa alemana que es miembro del consorcio Nabucco.

Rusia ha canalizado su indignación por estos hechos hacia un esfuerzo para perjudicar las relaciones energéticas entre la UE y Turkmenistán, cada vez más estrechas, y el gasoducto Nabucco en particular, dos cosas que el Kremlin considera amenazas fundamentales contra la viabilidad de su industria energética y dos invasiones no deseadas de su patio trasero geopolítico. En respuesta, Moscú ha enviado delegaciones oficiales a Asjabad casi cada semana con el fin de aumentar las presiones diplomáticas. Al mismo tiempo, Gazprom promueve un conducto alternativo llamado la Corriente del Sur, que llevaría el gas turcomano a Europa a través del mar Negro, con lo que arrebataría a Nabucco un suministro de gas fundamental (otra cuestión es que ese carísimo gasoducto submarino sea económicamente viable). Rusia está presionando asimismo a otros proveedores de Asia Central como Azerbaiyán para que vendan su gas a Moscú, y no directamente a Nabucco.

En medio de todas estas maniobras geopolíticas, Estados Unidos ha tratado de ganarse el favor de Turkmenistán con creciente entusiasmo, impulsado, sobre todo, por el deseo de Washington de buscar nuevos instrumentos de influencia frente a Rusia, la ampliación de su presencia militar en Oriente Medio y Asia Central y su deseo de ayudar a sus aliados europeos a liberarse de la influencia de Moscú. Tras las muerte de Niyázov, EE UU decidió tantear la situación y la entonces secretaria de Estado, Condoleezza Rice, anunció que Washington confiaba en “abrir una nueva página” con este país. Hasta ahora, el gobierno de Obama parece dispuesto a seguir esa vía. En los últimos meses, numerosos funcionarios estadounidenses han ido a Asjabad a ofrecer la perspectiva de mejores relaciones bilaterales y prometer el firme apoyo estadounidense a Nabucco y el papel que Turkmenistán desempeña en el proyecto.

Turkmenistán tiene también gran interés geoestratégico para Washington porque limita con Afganistán y está cerca de otros lugares que preocupan a Estados Unidos en materia de seguridad. El Pentágono acaba de confirmar que este país se está convirtiendo en un importante centro de transporte en la red septentrional utilizada para llevar suministros no letales a las fuerzas estadounidenses en Afganistán, mientras que la OTAN, al parecer, también está intentando abrir un corredor terrestre en Turkmenistán con el fin de aprovisionar a las tropas de la Alianza en el país afgano. Dado que casi todas las rutas de suministro hacia Afganistán dependen del veto ruso -un ejemplo es la batalla, desde hace años, para asegurar los derechos sobre la base aérea de Manas, en Kirgizistán-, la alternativa turcomana es más atractiva que nunca.

Washington, Moscú y Bruselas no son las únicas capitales que están intentando abrir nuevas puertas en Asjabad; también Pekín y Teherán. En junio, China y Turkmenistán firmaron un contrato de gas por 30 años que podría aumentar en 40 bcm anuales, y está previsto que a finales de este año esté terminada la construcción de un conducto de 6.000 kilómetros entre los dos países. Además, Asjabad concedió hace poco permiso a una gran empresa energética china de propiedad estatal para desarrollar grandes yacimientos de gas en Turkmenistán, un regalo que todos entienden como contrapartida de una línea de crédito de miles de millones de dólares concedida por China al gigante energético turcomano Turkmengaz. Mientras tanto, Irán tiene el plan de construir un gasoducto con Turkmenistán este año, para obtener los suministros de un yacimiento hasta ahora reservado a las exportaciones a Rusia. Este acuerdo podría casi duplicar las exportaciones de gas de Turkmenistán a Irán, un proyecto que Washington observa con especial interés: teniendo en cuenta que, históricamente, Turkmenistán siempre ha estado dispuesto a suprimir las ventas a los iraníes -como hizo a finales de 2007 y principios de 2008-, algunos responsables estadounidenses hablan ya de este nuevo conducto como una posible arma para presionar a Teherán.

Turkmenistán se encuentra hoy en el centro de las maniobras geopolíticas de Asia central, y su influencia continúa aumentando sin cesar, junto a los cálculos sobre sus reservas energéticas. A principios de 2008, este país calculaba que posee 21.000 millones de toneladas de petróleo y 25 billones de metros cúbicos (tcm) de gas natural en tierra, además de 12.000 toneladas de crudo y 5 tcm de gas en el mar Caspio. Otros cálculos más actualizados indican que ésa quizá no sea más que la punta del iceberg. Una reciente auditoria británica ofrece la posibilidad de que el yacimiento turcomano de Yolotán del sur-Osmán, todavía sin explotar, pero en el que los chinos van a llevar pronto a cabo prospecciones, contenga entre 4 y 14 tcm de gas. Si resultan ciertos estos cálculos, incluso los más conservadores, Turkmenistán puede convertirse pronto en el principal exportador de gas del mundo después de Rusia.

La historia tiene la costumbre de colocar a los países más impensados en el escenario central de la política mundial, y, para Turkmenistán, la historia está empezando.

 

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