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Aunque con errores, en los 90, Estados Unidos hizo más que ningún otro país para fomentar la responsabilidad de proteger a las personas frente a los crímenes contra la humanidad. En Bosnia y Kosovo, pero por desgracia no en Ruanda, los líderes aprendieron que las matanzas contra sus pueblos suponían el riesgo de una respuesta contundente por parte de Washington.

Lamentablemente, el presidente George W. Bush mancilló el nombre de este tipo de intervenciones cuando, al no encontrar armas de destrucción masiva, intentó justificar la invasión de Irak retrospectivamente en términos humanitarios. Aun así, como reconoció Barack Obama en su discurso de aceptación del premio Nobel de la Paz: “La fuerza puede estar justificada por causas humanitarias, como en los Balcanes”.

Obama tiene que poner en práctica este principio, y no hay mejor causa para el uso humanitario de la fuerza que la detención de Joseph Kony, el sanguinario jefe del Ejército de Resistencia del Señor (LRA, en sus siglas en inglés), y la protección de las civiles que son víctimas de su crueldad. Y lejos de requerir una intervención consensuada, la captura de Kony sería bien recibida por los gobiernos implicados.

El LRA comenzó como un movimiento rebelde del norte de Uganda, pero ahora aterroriza a la población civil de la República Democrática del Congo, así como del sur de Sudán y de la República Centroafricana. Sus cabecillas suelen atacar una aldea remota, exterminar a todo adulto a la vista y secuestrar a los niños (algunos de ellos, impactantemente jóvenes); a los chicos para convertirlos en soldados que lucen sus AK-47, las chicas para servir como “amas de casa del monte”. Durante más de dos décadas, muchos de ellos han caído víctimas de estos asesinos en masa itinerantes.
La Corte Penal Internacional ha emitido órdenes de arresto contra Kony y otros comandantes del LRA, acusándoles de crímenes de Guerra y contra la humanidad, pero la Corte depende de los gobiernos para realizar las detenciones.

Hasta ahora, Uganda ha hecho lo posible para perseguir al LRA, pero sin resultado. El LRA no es grande -entre 200 y 250 combatientes, más varios cientos de secuestrados-pero, como me dijo hace poco el presidente ugandés, Yoweri Museveni: el país carece de las fuerzas especiales, la inteligencia especializada y la rapidez de despliegue necesaria para acabar con su enemigo.

En mayo, Obama firmó un proyecto de ley por el que el Gobierno se compromete a detener a Kony y a sus comandantes y a proteger a la población afectada. Ya es hora de actuar. Arrestar a Kony reafirmaría que el asesinato en masa no queda impune. Y demostraría que, a pesar de las dificultades en Irak y Afganistán, el uso humanitario de la fuerza sigue siendo una opción viva en la Casa Blanca de Obama.