La falta de mujeres en China debido al desequilibrio de género impulsa un lucrativo negocio de trata de mujeres en Asia.

La Nueva Ruta de la Seda, la iniciativa estrella del Gobierno chino para desarrollar un cinturón comercial y de comunicaciones a través de Asia, se ha convertido también en un corredor para el tráfico de mujeres vendidas como novias a familias o a redes de prostitución en el interior del gigante asiático.

Hace unos meses, la imagen de una mujer encadenada en un cobertizo en una zona rural de China ha dado la vuelta al mundo y ha sacudido la opinión pública del país. La noticia ponía el foco en el tráfico de mujeres, un problema conocido y enquistado en la sociedad desde hace décadas

La mujer es Xiao Huamei. Vivía en pésimas condiciones atada con una cadena al cuello, había dado a luz a ocho hijos y tiene problemas mentales. Las investigaciones demostraron que había sido secuestrada a finales de los 90 en la provincia de Yunnan, en el suroeste de China, y vendida en el este al padre de su marido.

Un largo viaje de más de 2.000 kilómetros llevó a esta mujer desde una zona pobre del interior de China, limítrofe con Birmania y Laos, hasta una zona rural en la provincia de Jiangsu, en el este del país.

No es un caso aislado, desde los 80 ha proliferado la trata de mujeres dentro de China y también desde países fronterizos como Birmania (Myanmar), Laos, Camboya, Vietnam o Corea del Norte. El desarrollo económico de China y sus millonarias inversiones a lo largo de la Nueva Ruta de la Seda ha ampliado el tráfico a otros países más lejanos como Pakistán, Bangladesh o Indonesia. La globalización no ha olvidado incluir el comercio de mujeres y niñas.

La ONG Human Rights Watch lleva desde 2018 advirtiendo que la falta de mujeres en China es un peligro para toda la región asiática.

 

Preferencia del hombre sobre la mujer

Retrato de una madre u su hijo en la provincia de Yunnan, China. (Sovfoto/Universal Images Group via Getty Images)

El desequilibrio de género está en el origen del problema. La preferencia del hombre sobre la mujer unida a la política del hijo único, vigente entre 1979 y 2015, han provocado una bomba demográfica. China reconoce que más de 20 millones de mujeres han desaparecido, no han llegado a nacer, por la práctica de abortos selectivos o incluso el infanticidio. La cifra, según otras fuentes académicas, podría superar los 30 millones.

Las estadísticas muestran que desde 1987 la población femenina disminuye en China. El desequilibrio es más elevado precisamente entre la población joven en edad de tener hijos. El censo del año pasado revelaba que en la franja de edad entre 20 y 40 años hay 17,52 millones más de hombres que de mujeres. La brecha irá en aumento y algunas proyecciones calculan que en 2030 el 25% de los hombres de 30 años estarán solteros.

Al problema demográfico se le añade el desarrollo económico que impulsa a muchas mujeres a priorizar su carrera profesional e independencia y postergar o renunciar al matrimonio. La sociedad y el Gobierno no ha dudado en estigmatizarlas con el nombre de “mujeres sobrantes”, una forma clara de decir que la mujer que no es esposa y madre no es útil.

A pesar de los 72 años de régimen comunista, las ideas confucianas siguen arraigadas en la sociedad. La tradición mantiene la preferencia del hombre sobre la mujer porque el varón es el que continúa la línea familiar. Ella no tienen valor, ya que acaban perteneciendo a la familia del marido. Los hijos siguen siendo muy importantes porque perpetuán la familia y tienen la obligación de cuidar de los padres durante la vejez. El matrimonio y el nacimiento de al menos un hijo es casi una obligación para la mayoría de los chinos y chinas.

El incremento de hombres solteros en las zonas rurales ya es evidente, y en el futuro la falta de mujeres será más aguda. Según la Oficina Nacional de Estadísticas, el año pasado había en el campo 108 hombres por cada 100 mujeres. Han nacido menos mujeres y además mucha de la población femenina ha preferido emigrar. La compra de una esposa forzada se convierte en una solución con el objetivo de tener descendencia.

Como en cualquier negocio la demanda provoca oferta y la compra de esposas alarga sus tentáculos por Asia, ya que pueden ser más baratas y, sobre todo, más abundantes que las chinas.

 

Un tráfico difícil de perseguir

En 2019 Pakistán investigó una red de tráfico de mujeres hacia China. Provenían de entornos marginales y muchas pertenecían a la minoría cristiana, discriminada en el país. Eran captadas con promesas de matrimonio y luego vendidas. Las víctimas relataron abusos sexuales y maltratos físicos, algunas fueron obligadas a ejercer la prostitución.

El caso de Pakistán ilustra cómo los intereses económicos dificultan la persecución del delito. La Agencia Federal de Investigación presentó cargos contra 52 traficantes chinos. Incluso informó de que el precio de las mujeres oscilaba entre los 11.500 y 23.500 euros. En un principio la noticia tuvo amplio seguimiento, pero las presiones políticas para no incomodar a China consiguieron tapar el proceso, según denunciaron organizaciones católicas y algunos medios de comunicación. La mitad de los acusados fueron absueltos, el resto simplemente expulsados del país. El caso desapareció de las portadas. Las víctimas denunciaron la opacidad a través de la Comisión Católica Nacional para la Justicia y la Paz (NCJP, siglas en inglés), una organización dependiente de los obispos.

Una niña limpia arroz fuera de su hogar temporal en el campamento de Thakaya Tayatwa en el municipio de Waimaw. (Diana Markosian/Getty Images)

China es un socio preferente de Pakistán: en 2015 anunció una inversión en infraestructuras de 62.000 millones de dólares para desarrollar una red de carreteras, ferrocarriles, puertos y oleoductos que conectarán el puerto de Gwadar, en el Índico, con la región de Xinjiang. Las inversiones de Pekín van acompañadas de mano de obra también china, mayoritariamente hombres. El tráfico de mujeres también va dirigido a las redes de prostitución para estos clientes. Y aunque el gigante asiático siempre ha negado el tráfico y ha acusado a la prensa de publicar noticias falsas, los datos consulares muestran que desde 2017 hay un importante aumento del número de visados que se otorga a mujeres pakistaníes que contraen matrimonio con chinos, la fórmula legal para introducirlas en el país.

El tráfico de novias también existe desde Birmania, según ha documentado sobre el terreno Human Rights Watch. En 2019 publicó un detallado informe donde constataba que las mujeres pertenecen a minorías étnicas de los estados limítrofes de Kachin o Sham. Es una zona castigada por un conflicto armado intermitente prácticamente desde la independencia del país en 1948 y donde operan guerrillas secesionistas. La guerra ha provocado miles de desplazados y muchas de las víctimas viven en campos de refugiados.

Los traficantes se aprovechan de la situación de vulnerabilidad y de la porosidad de la frontera con la provincia china de Yunnan. Ofrecen trabajo, pero una vez en el país las mujeres son forzadas a casarse o a prostituirse. En sus testimonios relatan abusos sexuales, maltrato y también el interés de las familias chinas en que se queden embarazadas. Incluso las someten a tratamientos de fertilidad. La mayoría de las que logran escapar han tenido que dejar a sus hijos con la familia china.

El número de mujeres es difícil de cuantificar, ya que no se denuncia su desaparición. Si regresan, temen explicar su historia, según Human Rights Watch. En 2018 el precio que se pagaba por una mujer en la frontera chino-birmana oscilaba entre los 2.800 y los 12.400 euros.

La explosión de la pandemia de la Covid-19 en 2020 ha dificultado el seguimiento del tráfico de mujeres en Asia. Las fronteras se han cerrado y las ONG se han tenido que volcar en la asistencia sanitaria y alimentaria.

Según múltiples investigaciones realizadas, el proceso de captación de mujeres es parecido en diferentes países. Se las engaña con ofertas de trabajo o incluso con la promesa de un novio chino acomodado que puede ayudar económicamente a la familia. El contacto lo realiza alguien de confianza de su entorno, como amigas, vecinos o incluso familiares. La cultura patriarcal es muy fuerte en las sociedades asiáticas y para muchas familias una mujer es una carga. Venderla es una forma de ganar dinero y una boca menos que alimentar.

 

El tráfico de mujeres se sustenta en la tradición

También en el interior de China, los traficantes siguen el mismo patrón. Las principales víctimas son mujeres de minorías étnicas y regiones pobres, algunas con deficiencias físicas o psíquicas. La vulnerabilidad favorece que la desaparición muchas veces no sea denunciada. Son vendidas a los solteros de zonas rurales, donde no hay oportunidad de encontrar esposa.

Es el caso de la mujer encadenada que ha indignado a la sociedad china. Los 20 años de semicautividad y sufrimiento que ha padecido Xiao Huamei no se pueden entender sin la connivencia de los vecinos y de las autoridades locales.

El matrimonio, con nombre falso, fue inscrito en la Oficina de Asuntos Civiles en 1998. Su marido había solicitado subsidios sociales a su nombre e incluso el servicio de salud le había diagnosticado esquizofrenia. El nacimiento de ocho hijos, el primero en 1999, es imposible que pasara desapercibido entre los vecinos y las autoridades en un periodo en que estaba vigente la política del hijo único.

Los lugareños capturan peces en el río Amarillo en Sanmenxia, ​​provincia de Henan, China. (Jie Zhao/Corbis via Getty Images)

La falta de denuncias también se debe a que la línea entre el matrimonio arreglado y el tráfico de mujeres es muy difusa, especialmente en el mundo rural, donde impera la organización patriarcal. Los matrimonios concertados por la familia son habituales y persiste la figura de la dote, una cantidad de dinero que la familia del marido debe pagar a la de la novia. La compra de una mujer a un traficante no se ve como una mala solución si no se puede arreglar un matrimonio, especialmente si el hombre tiene alguna deficiencia física y los padres quieren asegurarse la llegada de un nieto. La mujer sigue siendo cosificada como un simple bien material necesario para tener descendencia.

El Gobierno chino combate la tradición e incluso ha legislado para poner topes a los gastos de la dote y las ceremonias nupciales con el objetivo de evitar que las familias se endeuden. Pero si hay acuerdo entre las partes es fácil saltarse la ley.

 

Acabar con la trata en China

El caso de Xiao Huamei ha tenido una amplia repercusión pública. Incluso al mes salió a la luz otro caso similar de una mujer encerrada en una jaula en la provincia de Shaanxi. Su marido la compró en 2010 por 1.160 euros.

A pesar de la censura inicial, la posterior circulación de la información era una demostración del interés del Gobierno en poner el foco sobre esta lacra. Los casos han sido investigados y 17 funcionarios han sido expedientados y despedidos.

Las estadísticas oficiales chinas nunca son muy fiables, porque no se pueden contrastar. Pero aun así muestran que los casos de tráfico de mujeres llegan a los tribunales: entre 2017 y 2020 al menos 1.250 mujeres víctimas de trata pasaron por los juzgados. Sería solo la punta del iceberg de un problema que apenas se denuncia e investiga.

Incluso se ha permitido que la revista Sixth Tone –medio oficial– publicara un análisis que revela patrones preocupantes de la emigración en la zona donde vivía Xiao Huamei, el condado de Feng, al norte de la provincia de Jiangsu. El desequilibrio de género era importante en la región, pero se ha ido equilibrando especialmente entre la población adulta. Se ha constatado que unas 60.000 mujeres han emigrado al norte de Jiangsu y 4.400 al mismo condado que la víctima. Las emigrantes provienen de zonas pobres de Yunnan, Guizhou o Sichuan, en el suroeste del país, y oficialmente se desplazan para casarse. Es difícil comprobar si los matrimonios son consentidos o no, pero todo parece indicar que existe un gran mercado de esposas.

También ha sido un escándalo constatar que desde 1997 comprar una esposa es un delito en China, pero solo está penado con tres años de cárcel y si se demuestra que el acusado no abusó de la víctima o colaboró con la justicia incluso puede reducirse la pena. En cambio, la condena para el vendedor puede ser desde cinco años hasta cadena perpetua. La indulgencia de la justicia con la compra de mujeres es una rémora de la cultura patriarcal.

La justicia es mucho más benévola con el tráfico de mujeres que con el de especies protegidas donde las penas pueden ir desde los siete años a la cadena perpetua y son iguales tanto para el traficante como para el comprador.

A raíz del caso de Xiao Huamei el Gobierno parece comprometido en endurecer las penas. En el pleno anual de la Asamblea Nacional Popular, el primer ministro, Li Keqiang, prometió reformas legislativas. El Ministerio de Seguridad Pública de China ha lanzado una campaña de 10 meses para luchar contra la trata.

Está por ver si las promesas llevarán a resultados visibles. Las reformas legislativas en China se pueden quedar en soluciones cosméticas, como la ley contra la violencia doméstica –como se conoce en el país– aprobada en 2016. Los problemas para denunciar y la falta de implicación de policías y del sistema judicial desincentiva a las mujeres.

El gigante asiático es consciente que problemas como el tráfico de mujeres o menores son una mancha en su imagen internacional como potencia. La evidencia es que actualizar el código penal y promulgar nuevas leyes, a semejanza de otros países, no solucionará el problema si no va acompañado de medidas sociales para dejar atrás la cultura tradicional que cosifica a las mujeres y permite que sean tratadas como mercancía.