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Banderas de EE UU y Venezuela. Gettyimages

Los históricos acuerdos del mundo árabe con Israel parecen ser una nueva carta geopolítica de Trump contra Maduro y sus aliados.

Sin ser estrictamente una prioridad estratégica de primer orden, Venezuela está en el epicentro de todos los pulsos geopolíticos del poder mundial que vienen realizándose en los últimos meses entre el presidente estadounidense Donald Trump y el ruso Vladímir Putin. El equilibrio de alianzas por ambas partes es significativo en este sentido.

Observar el pasado 15 de septiembre como se rediseñó el tablero global fue revelador. Mientras Putin sellaba su pacto condicional con el presidente bielorruso Aleksandr Lukashenko, en la Casa Blanca, Donald Trump asistía a un histórico momento: la normalización de relaciones diplomáticas entre Israel, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, a través del denominado "Acuerdo de Abraham".

Todo indica que el artífice de estos acuerdos es el yerno de Trump y su asesor en Oriente Medio, Jared Kurshner. De origen judío, Kurshner fue el impulsor del viraje de la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén en 2019, reconociéndola, de este modo, como la capital histórica de Israel.

"Hoy nace un nuevo Oriente Medio", exclamó un exultante Trump durante el acuerdo de la Casa Blanca. Sus palabras sobre los planes estratégicos que se están manejando desde Oriente Medio y el espacio euroasiático hasta América Latina, con epicentro en Venezuela son reveladoras.

 

Adiós a la "Doctrina Obama"

Este acuerdo histórico, similar al suscrito en Camp David en 1979 entre Israel y Egipto y en Oslo en 1993 con Jordania y la Autoridad Nacional Palestina (ANP), confirma el nuevo tablero geopolítico en Oriente Medio, con Tel Aviv ganando posiciones y disminuyendo su aislamiento gracias a la política exterior de Trump.

Con ello, el presidente estadounidense sepulta, en vísperas del proceso electoral presidencial en EE UU, la "Doctrina Obama" de abrir relaciones con Irán y de secundar la causa palestina. Este final súbito de la doctrina apunta claramente a su contrincante electoral, el demócrata Joseph Biden, cuyas expectativas por resucitar el obamismo en política exterior se ven ahora contrariadas.

Del mismo modo, el candidato republicano busca con este pacto garantizar el voto irrestricto del influyente lobby judío de cara a las elecciones presidenciales estadounidenses.

Incluso si Trump perdiese esas elecciones, su eventual sucesor en la Casa Blanca, Biden, se encontraría en una compleja situación con Israel ganando espacios en Oriente Medio, lo cual le obligaría a mantener esa política o intentar modificarla, con las consecuencias geopolíticas que esto traería.

 

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El presidente de EE UU, Donald Trump, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, el ministro de Asuntos Exteriores de EAU, bdullah bin Zayed Al Nahyan, y el ministro de Asuntos Exteriores de Bahréin, Abdullatif bin Rashid Al Zayani, durante la ceremonia por la firma del acuerdo de normalización de relaciones entre Israel, EAU y Bahréin en la Casa Blanca. (The White House / Tia Dufour / Handout/Anadolu Agency via Getty Images).

El triunfo israelí

Con el Acuerdo de Abraham, Israel ha alcanzado un histórico triunfo. Emiratos Árabes Unidos y Bahréin se suman a Egipto, Jordania y Turquía como los Estados de la región en reconocer la legitimidad del Estado de Israel y en normalizar sus relaciones.

Además, la Autoridad Nacional Palestina (ANP) también reconoció la legitimidad del Estado israelí tras los Acuerdos de Oslo de 1993. No obstante, la ANP no es una entidad estatal reconocida como miembro pleno de la ONU, siendo ésta la principal demanda histórica de los palestinos.

Precisamente, estos recientes reconocimientos del mundo árabe a Israel dejan la causa palestina prácticamente sepultada, con escaso margen de maniobra más allá de las alianzas regionales vía Irán, Turquía y algunos movimientos islamistas como Hezbolá. Tras los acuerdos de la Casa Blanca de este 15 de septiembre, la ANP condenó de manera tajante esta normalización de relaciones con Israel.

El acuerdo entre Israel, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin ha sacudido los cimientos de la geopolítica en Oriente Medio. Han sido Turquía e Irán, dos naciones que no son étnicamente árabes, los más reaccionarios y opuestos a esta normalización de relaciones del mundo árabe con Israel. Si bien esto era previsible en el caso iraní, enemigo geopolítico regional de Israel y de EE UU, el caso turco es más significativo, ya que la República de Turquía fue la primera nación de mayoría musulmana en reconocerlo en 1949.

Durante la Guerra Fría (1947-1991), las relaciones turco-israelís han sido normales e incluso coincidentes. Pero la semiruptura se ha evidenciado en los últimos años, con la llegada al poder en Ankara del islamista Recep Tayyip Erdogan desde 2003. El presidente turco, que ansía reeditar una política neotomana en Oriente Medio, se ha alejado de la tradicional orientación prooccidental e israelí de la política exterior turca para acercarse al eje euroasiático que traza Putin, precisamente, con Ankara y Teherán en escenarios volátiles como Siria.

Pero Erdogan, que se ha acercado a Maduro en los últimos años, se encuentra actualmente en una compleja posición, con crecientes tensiones con la vecina Grecia, histórico rival turco, por esferas de influencia en el Mediterráneo.

Grecia y Turquía son miembros de la OTAN, pero el viraje turco ha generado fuertes fricciones tanto en Washington como en la OTAN. De hecho, EE UU sopesa dejar su base aérea militar en la localidad turca de Incirlik, donde alberga material nuclear. El temor a una conexión de Turquía con Rusia genera esa inquietud en Washington. Del mismo modo, es palpable el acercamiento turco y también iraní a China, reforzando esas expectativas geopolíticas de operatividad del eje euroasiático.

Del mismo modo, la implicación turca en el actual conflicto por el enclave caucásico de Nagorno Karabaj, que enfrenta a Azerbaiyán con Armenia es reseñable. El tradicional apoyo turco a Azerbaiyán es directamente proporcional a las tensiones y rivalidades históricas turcas con los armenios. Por su parte, Israel, Rusia e Irán se ven de forma colateral implicados en este conflicto de Nagorno Karabaj, ya que estos países mantienen relaciones fluidas con armenios y azeríes y este enfrentamiento, de alguna manera, trastoca el equilibrio tenso y volátil tanto en el Cáucaso como en Oriente Medio.

Asimismo, debe observarse que la crisis bielorrusa en la franja occidental rusa, y la de Nagorno Karabaj en la franja sur rusa, suponen una especie de "tenaza" para el Kremlin y, por consiguiente, para los alcances y la estabilidad del eje euroasiático trazado por Putin. Y esto implica indirectamente a Venezuela, ya que obligaría a Moscú a atender estas crisis en su espacio periférico exsoviético.

Por otro lado, durante el histórico acto en la Casa Blanca, Trump, fiel a su calculada indiscreción, anunció que otros países árabes se unirían al reconocimiento de Israel.

Los focos están obviamente concentrados en Arabia Saudí, otro de los aliados que Trump ha recuperado tras el distanciamiento provocado por la "Doctrina Obama" y su intención de acercarse a Irán. A raíz de esta vuelta del tradicional pacto entre Washington y Riad, el reino saudí también ha impulsado relaciones económicas e incluso de calado geopolítico con Israel.

No obstante, en agosto pasado, y tras los anuncios de reconocimiento de Emiratos Árabes Unidos y Bahréin al Estado israelí, el reino saudí anunció oficialmente que no está previsto un reconocimiento similar por parte de Riad. Pero la geopolítica es elástica e imprevisible y sus mecanismos siempre están en movimiento. Es predecible que Trump trabaja sin descanso para propiciar un reconocimiento diplomático saudí, y que ello también depende de su eventual reelección en la Casa Blanca.

Más allá de Oriente Medio, debe observarse también con atención la asociación estratégica que Israel mantiene con India desde 2017, principalmente a la luz de las recientes tensiones fronterizas entre India y China y del pacto estratégico de Trump con India y Japón de febrero pasado, con la velada intención de cercar a China y sus proyectos de las Rutas de la Seda. El eje Trump-Israel avanza así en cuanto a su configuración global.

 

La nueva guerra fría entre Trump y Putin

Esto ha determinado cómo el tablero geopolítico en Oriente Medio se está polarizando en dos bloques, con EE UU y Rusia dirigiendo el equilibrio de alianzas, una especie de reedificación de una nueva guerra fría.

Rusia mantiene inerte su alianza euroasiática con Turquía e Irán, colocando a Siria en este tablero y tangencialmente a China, el gran actor global que observa expectante todos estos movimientos.

El eje ruso-turco-iraní tiene otros aliados regionales: el régimen sirio de Bashar al Asad y los movimientos islamistas, el libanés Hezbolá y con menos incidencia el palestino Hamas, ambos en la órbita geopolítica de Teherán. Otro actor importante en este eje es Qatar, cuya política exterior ha chocado en diversas ocasiones con su poderoso vecino saudí.

Por otro lado, Trump refuerza un eje histórico con Israel y Arabia Saudí en el cual ahora entrarían Bahréin y Emiratos Árabes Unidos. A todos ellos los une su oposición frontal a Irán, que se extendería de forma colateral ante la posibilidad de que Putin fortaleciera sus piezas en Oriente Medio.

Otro actor que entraría de manera indirecta en este bloque de Trump con Israel es Egipto, una pieza estratégica clave a nivel regional y que ha apuntado fuertemente contra Irán tras la caída del gobierno islamista de Mohammed Morsi y la legitimación del "general-presidente" Abdel Fatáh al Sissi.

Del mismo modo, debe destacarse que Putin ha logrado afianzar en los últimos años una pragmática realpolitik rusa en la región, convirtiéndose en el único interlocutor con capacidad de diálogo y negociación con todos los actores regionales, estén o no enfrentados entre ellos.

 

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El secretario de Estado de EE UU, Mike Pompeo, durante una conferencia de prensa en la que anuncia la restauración de sanciones contra Irán. Tras el anuncio de que EE UU impondría sanciones contra el ministro de defensa iraní y el presidente venezolano, Nicolás Maduro. (PATRICK SEMANSKY/POOL/AFP via Getty Images)

Cómo afecta a Venezuela

La estrategia de Trump vía Israel tiene dos objetivos clave: cercar a Irán y sus aliados, y ejercer mayor presión contra el régimen de Nicolás Maduro, aliado del eje euroasiático ruso, turco e iraní.

Un día antes del "Acuerdo de Abraham" en la Casa Blanca, Trump amenazó con un ataque a Irán "mil veces mayor" en caso de que este atacara a EE UU.

La declaración de Trump proviene de las informaciones suministradas por el presidente colombiano Iván Duque de que Maduro estaría comprando misiles a Irán para concentrar en Venezuela posiciones de defensa y ataque contra objetivos estadounidenses y de sus aliados en el hemisferio occidental. Duque también incluyó a Rusia y Bielorrusia en esta ecuación de Maduro e Irán.

Trump juega así sus cartas electorales orientadas a consolidar a su favor el lobby judío y el poderoso entramado militar-industrial estadounidense que ve a Rusia, Irán y China como los principales enemigos de EE UU, y que observa a Venezuela como el comodín y la pieza clave de este eje euroasiático contrario a Washington.

Pero la jugada táctica de Trump vía Israel también podría enfocarse colateralmente en otro actor: Henrique Capriles Radonski. De conocido origen judeo-polaco, Capriles ya incluyó en sus campañas electorales de 2012 y 2013 la necesidad de que Venezuela restituya sus relaciones diplomáticas con Israel, suspendidas tras la ruptura establecida por Hugo Chávez en 2009, siendo entonces Maduro su ministro de Exteriores.

La ruptura de facto de Capriles con la hoja de ruta de Guaidó y su decisión inicial de participar en la mascarada electoral madurista del próximo diciembre supone un factor inesperado que, en términos de cálculo político, Trump podría observar con mayor atención. Por supuesto, siempre que asegure su reelección a la Casa Blanca en noviembre. No obstante, a posteriori, Capriles terminó súbitamente "retractándose" y confirmó que no participará en las elecciones del 6 de diciembre.

Las dificultades de Guaidó para mantener la unidad opositora podrían alterar el equilibrio político dentro de la oposición venezolana, con un Capriles que se convertiría en una posible bisagra entre el régimen de Maduro y una oposición "post-Guaidó". En este sentido, Capriles pareciera convertirse en una especie de interlocutor tanto para Biden, en caso de ganar las presidenciales estadounidenses, como para el Alto Comisionado de Política Exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, a la hora de desbloquear el conflicto político venezolano.

Debe, al igual, destacarse que la oposición venezolana siempre ha manifestado una posición proisraelí, en gran medida determinada por las simpatías de Chávez y Maduro hacia Irán y movimientos islamistas como Hezbolá, que campean en Venezuela con el apoyo del régimen, particularmente dentro del Arco Minero, al sur del país.

Por ello, el histórico "Acuerdo de Abraham" en la Casa Blanca tendrá también incidencia en la crisis venezolana. Trump busca asestar duros golpes a la implicación iraní en el hemisferio occidental vía Venezuela, calculando cómo estos movimientos le generarán réditos y beneficios electorales en noviembre.

Otro aspecto tiene que ver con la posible extradición del abogado colombiano, Álex Saab, a EE UU desde Cabo Verde, cuya "luz verde" parece ser irreversible pero aún no se ha concretado. Lo que cuente Saab sobre las conexiones de Maduro con Irán, Rusia y Turquía es otro baluarte para Trump y su aliado israelí.

Por su parte, el presidente venezolano, que observa cómo el "método Putin" le beneficia, asiste a una reacción inmediata por parte del eje Trump-Israel. De allí, que la reciente adopción de la "ley antibloqueo" por parte de Maduro, que le otorga poderes extraordinarios para negociar acuerdos petroleros, busque precisamente reforzar sus relaciones con Rusia, China e Irán, entre otros. Así, el equilibrio de alianzas de estos pulsos geopolíticos también dictaminará su peso dentro de la crisis venezolana. geopolíticos también dictaminará su peso dentro de la crisis venezolana.