El presidente estadounidense, Donald Trump, hace el saludo militar al llegar al aeropuerto Newark Liberty, junio de 2017. Mandel Ngan/AFP/Getty Images

Pese a sus contradicciones y falta de criterios, el gobierno de Donald Trump ha establecido una clara línea divisoria entre, por un lado, la secretaria de Defensa y el Pentágono, a los que asigna más recursos y libertad para tomar decisiones y, por otro, el Departamento de Estado, que ha sufrido duros recortes. ¿Estamos ante una presidencia militarizada en Estados Unidos?

Recientemente el secretario de Defensa de Estados Unidos, el general retirado de los Marines James Mattis, criticó la decisión del ex presidente Barak Obama de haber reducido la presencia militar en Afganistán e indicó que Washington aumentará el número de tropas en ese país. El comentario de Mattis, que lideró operaciones en Afganistán e Irak, condujo a que en la OTAN esté discutiéndose proveer más efectivos.

Estados Unidos tiene  un contingente de 6.900 efectivos en Afganistán. El secretario de Defensa indicó que se incrementará el número entre 3.000 y 5.000. En la sede de la OTAN en Bruselas, Mattis  dijo “Yo no le pongo límites de tiempo a la guerra; la guerra es fundamentalmente un fenómeno no previsible”.  Sus palabras son un eco de la política adoptada por el gobierno de George W. Bush. Después del 11 de septiembre de 2001 altos funcionarios del entonces Presidente indicaron que “la guerra contra el terror” duraría muchas generaciones o sería una “guerra sin fin”. El presidente Obama inició una política diferente, prometiendo sacar a EE UU de las guerras de Afganistán e Irak, pero en 2015 indicó que, aunque con menos efectivos, la presencia militar se mantendría.

Desde que Trump llegó a la presidencia, la diplomacia estadounidense se ha caracterizado por la ambivalencia, la confusión y la falta de criterios. Pero en dos campos el nuevo Presidente muestra sus preferencias: dar más poder al Pentágono y disminuir el papel del Departamento de Estado (el equivalente del Ministerio de Exteriores en otros países). Esta preferencia está causando tensiones dentro de su gobierno.

A fin de abril pasado la Casa Blanca pactó con el Congreso el presupuesto del Estado con cifras reveladoras. El Presidente propuso que sólo tres rubros del presupuesto general reciban aumentos: Defensa (+8,8%), Veteranos (+5,9%) y Seguridad Interior (+7,3%) mientras que se hacen recortes sustanciales en Salud (-18%), Educación (-14%), Justicia (-3,8%), Agencia de Protección Ambiental (-31%), Trabajo (-21%) y el Departamento de Estado (-32%).

 

¿Adiós a la diplomacia?

Trump ha designado en puestos clave a miembros retirados de las Fuerzas Armadas que en administraciones anteriores los ocupaban civiles: secretario de Defensa, secretario de Seguridad Interior, asesor de seguridad nacional y jefe del Consejo de Seguridad Nacional.  Estas designaciones afectan al control del poder civil sobre el militar. Washington podría continuar en una situacion de guerra permanente como ha estado durante la última década y media, gestionado por los mismos oficiales que fracasaron en Afganistán e Irak.

La falta de interés de Trump en mantener la plena actividad del Departamento de Estado ha producido una revolución en Washington. Gran cantidad de cargos, incluyendo el embajador en Gran Bretaña, no han sido designados. Decenas de departamentos que se ocupan de diferentes regiones del mundo no están activos. Muchos funcionarios de carrera piden excedencias o retiros adelantados dado que no se les ofrecen funciones o porque no quieren servir en esta Administración. Ciento veinte ex altos cargos militares han criticado que se disminuya el papel de la diplomacia y de la ayuda internacional al desarrollo, consideradas herramientas para que Washington influya en el exterior.

Completando esta orientación hacia la fuerza frente a los instrumentos denominados de “diplomacia blanda” el 1 de julio Naciones Unidas anunció que se ve obligada a recortar sustancialmente sus operaciones de paz debido a la disminución de la contribución de Estados Unidos a la organización. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, indicó que con la disminución de la contribución estadounidense será imposible continuar con todas las tareas que cumplen ese tipo de operaciones.

 

Pensar como un ‘cowboy’

La falta de interés en la diplomacia se acentúa con las aparentes divergencias entre el Presidente y el secretario de Estado, Rex W. Tillerson. En una serie de ocasiones Trump ha deslegitimado a su secretario de Estado, recientemente cuando una serie de países árabes liderados por Arabia Saudí impusieron un bloqueo a Qatar.

Tillerson quiso usar las buenas relaciones de sus tiempos como presidente de Exxon Mobil, la mayor empresa energética del mundo, con los países árabes para mediar entre ellos y el gobierno de Doha. Pero Trump siguió, al parecer, los consejos de su consejero Stephen K. Bannon, un fanático ultraderechista, y de su cuñado Jared Kuchner, un judío-estadounidense millonario y sin experiencia diplomática, y se alineó con Riad y los otros gobiernos contrarios a Qatar.

Igualmente, en un caso tan complejo como el conflicto palestino-israelí, la Casa Blanca se ha inclinado por dejar la iniciativa (que en realidad no se ha concretado en nada hasta ahora excepto inclinarse más hacia Israel) en manos de Kuchner.

En realidad, Tillerson no tiene experiencia diplomática. Toda su carrera profesional la desempeñó en Exxon Mobil.  Testimonios de sus empleados en el Departamento de Estado dicen que se aísla en su despacho y que viaja casi sin delegación. Uno de sus ayudantes declaró a la prensa, tratando de explicar su falta de comunicación, que el secretario de Estado “piensa como un cowboy. Uno lleva un revolver con sólo seis balas, y no las gasta innecesariamente”.

El secretario de Estado quiere reducir la plantilla de su departamento en un 30%, y adopta, como su jefe en la Casa Blanca, decisiones sorprendentes. Por ejemplo, hace pocas semanas cerró la oficina del representante especial de Estados Unidos para Afganistán y Pakistán.  Esto se decidió al mismo tiempo que el secretario de Defensa Mattis quiere aumentar la presencia de tropas en el primero de esos países.

 

El caso Afganistán

El grupo de generales retirados en puestos claves en la Administración, más otros en activo, quieren aumentar la presencia en Afganistán. Su argumento es que los Talibán ganan posiciones y el país podría ser en un santuario para Al Qaeda y otros grupos terroristas.  Pero dentro de la Casa Blanca Stephen K. Bannon aconseja al Presidente que evite tanto mandar más tropas como retomar una operación de “construcción del Estado” en Afganistán.

Desde 2001 Washington ha estado moviéndose pendularmente entre sólo combatir la insurgencia de los Talibán o ayudar a construir y consolidar el débil y corrupto Estado afgano.  El rechazo a implicarse en esa construcción del Estado está conectado con la idea de Trump y Bannon de invertir menos fuera y dedicarse a “reconstruir EE UU”. El problema es que en Afganistán la diplomacia necesita ayuda al desarrollo y el fortalecimiento de las instituciones. Cerrar la vía diplomática es elegir sólo el camino de las armas.

Precisamente, existe un consenso general entre expertos que la única forma de consolidar el Estado afgano frente a los Talibán es alcanzando una negociación con Pakistán cuyo gobierno y Fuerzas Armadas consideran a Afganistán una pieza clave en su pugna con India. Expertos del US Institute for Peace  consideran que EE UU debe impulsar la diplomacia entre Pakistán, Afganistán, China y Washington.

 

Consecuencias no deseadas

El secretario de Defensa Mattis cree en el uso de la fuerza pero implicando el menor número posible de tropas, y la utilización de alta tecnología (especialmente misiles, fuerza aérea y aviones no tripulados o drones) en operaciones quirúrgicas. Parece tener menos afinidad con Rusia que Trump, y desconfía que Irán cumpla el tratado sobre la congelación del programa nuclear. En definitiva, se maneja con más cautela que el Presidente, pero las operaciones que ha aprobado en Irak, Siria y Yemen, y las crecientes tensiones con Corea del Norte e Irán, podrían desembocar en escaladas y crisis difíciles de controlar.

Desde abril pasado el Pentágono ha ampliado sus operaciones, doblando el número de ataques con drones en Yemen, apoyando al Ejército iraquí en la toma de la ciudad de Mosul,  realizando operaciones especiales en Siria y lanzando un ataque sobre Siria y una bomba de gran potencia en Afganistán. En los casos de Yemen e Irak hay denuncias de graves matanzas de civiles debido a sus acciones.

En una entrevista con el general Joseph L. Votel, Comandante del Comando Central de EE UU, declaró que Trump ha flexibilizado la forma de tomar decisiones. Ahora los comandantes pueden lanzar ataques sin tener que esperar, como ocurría durante el gobierno de Obama, a consultar con sus superiores en el mando, e inclusive (como es el caso del uso de drones) con el Presidente. “Reconocemos, indicó Votel, que la naturaleza de la guerra va a cambiar y tenemos que asegurar que haya más autoridad entre los mandos inferiores, y por eso damos más poder a los comandantes en el terreno”.

La militarización trae también contradicciones. Altos mandos militares han expresado su preocupación sobre la disminución drástica de los fondos de ayuda de Estados Unidos en África subsahariana porque consideran que sin desarrollo crecerá la radicalización. Washington está  adiestrando a fuerzas armadas de diversos países en esta región, pero reconocen públicamente que necesitan trabajar con la diplomacia.

En la medida que la Casa Blanca ponga más énfasis en la seguridad militar que en la diplomacia, se agudizará el debate entre los europeos acerca de proseguir dependiendo del liderazgo de Washington o prepararse para asumir responsabilidades propias, como lo ha expresado la Canciller alemana, Angela Merkel. Seguir a Washington en caminos inciertos puede producir, como ya ha ocurrido en Afganistán e Irak, consecuencias no deseadas.