
Punto y final a lo conocido, la hora del vértigo ha llegado.
El triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses pone fin al mundo que hemos conocido desde el término de la II Guerra Mundial. Un mundo en el que una de las potencias vencedoras, Estados Unidos, encarnaba y defendía una serie de valores que quería considerar universales: la democracia, los derechos humanos, el diálogo, la igualdad de oportunidades, la integración racial… Una potencia firme y generosa al mismo tiempo, consciente de su papel y dispuesta a desempeñarlo.
Es evidente que esa imagen idílica se fue deteriorando con el tiempo, pero también lo es que ahora queda dinamitada definitivamente cuando su líder pasa a ser un hombre que representa justo todo lo contrario. Alguien que ha cuestionado el sistema que ahora le ha llevado al poder, abiertamente xenófobo, racista y misógino, dispuesto a hacer “América grande de nuevo” sin que se sepa cuál es esa América que quiere recuperar. Con Trump al frente, es difícil que Estados Unidos pueda seguir siendo referencia de casi nada.
En su discurso tras conocer los resultados, Trump ha querido tender la mano a todos los americanos, los que le han votado y los que no, y ha hecho una breve apelación a la reunificación y a la unidad en un país totalmente polarizado. No suena muy auténtico cuando precisamente él ha utilizado el odio como elemento fundamental de su campaña. Como decía un comentario en Twitter, parece la reacción de un niño pequeño que una vez que ha conseguido lo que quería, tras la rabieta, se relaja y pone buena cara.
Poco se sabe de lo que pretende realmente hacer. Se mire donde se mire, sus opiniones sobre cualquier tema esencial suscitan más que desazón: la inmigración, el cambio climático, la fiscalidad, la sanidad, la regulación de un capitalismo desenfrenado… En política exterior, un campo que nos afecta a todos, se ha repetido hasta la saciedad su admiración por Vladímir Putin, de algún modo recíproca. Pero más allá del estereotipo de macho fuerte dispuesto a todo por defender sus intereses es mucho más lo que les separa que lo que les puede unir, así que lo que se puede esperar del futuro de las relaciones EE UU-Rusia tampoco resulta muy alentador. Con China, ya ha mostrado durante la campaña un tono más agresivo que colaborativo, y con Europa, aparentemente lo único que le importa es dejar de pagar la factura de defensa. Por no hablar del abismo que se vuelve abrir, sobre el papel, en su relación con el mundo árabe.
Todo ello es especialmente dramático al contemplar los avances logrados durante la presidencia Obama en muchos de esos terrenos, avances que desde hoy se ponen en entredicho. El dramatismo aumenta al contemplar que al primer presidente estadounidense negro de la historia le sucederá un racista confeso, así como que el fracaso de la ...
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