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El país árabe se encuentra atrapado en una transición sin fin que debilita al Estado y que, ante la urgencia de la situación, lo orienta hacia antiguas prácticas autoritarias.
Protestas en Túnez en el aniversario de la revolución del jazmín de 2011. Anis Mili/AFP/Getty Images
Túnez atraviesa el mayor episodio de contestación frente a la política gubernamental desde que la “revolución jazmín” derrocó a Zine el Abidín Ben Alí el 14 de enero de 2011, abriendo la puerta a un proceso de transición democrática. Barrios periféricos de la capital y ciudades del interior han sido el escenario de tensiones y enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas del orden, que en algunos casos han degenerado en escenas de guerrilla urbana con neumáticos en llamas cortando calles y carreteras, actos de vandalismo, saqueos, lanzamiento de piedras y contundentes réplicas policiales, en las que no han faltado el uso intensivo de gases lacrimógenos. Como saldo, cuantiosos daños materiales, casi un millar de interpelaciones y arrestos, y cientos de heridos entre manifestantes y efectivos de seguridad, a los que habría que añadir un civil muerto, si bien el ministerio del Interior ha imputado el deceso a cuestiones ajenas a la acción policial. Omnipresente en las proclamas de las marchas, ostensible en muros y espacios públicos a lo largo y ancho de la geografía tunecina...
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