Turismo político
Viajar evitando los circuitos convencionales y llegando a la sociedad real puede tender un puente de entendimiento entre civilizaciones.
¿Por qué los turistas se interesan más por el pasado de los países que visitan que por su presente? ¿Cuántos de regreso de Egipto serían capaces de glosar las hazañas de Cleopatra, pero incapaces de nombrar a Mubarak? ¿Cuántos, a la salida del Museo del Prado, se llevan en sus retinas imágenes costumbristas de Goya y Velázquez, pero no sabrían decir quién es Rajoy o, incluso, Rodríguez Zapatero? La explicación –o excusa– más habitual es que a la gente sólo le interesan las contribuciones
más universales de cada país. Así, el turista quiere ver el Taj Mahal en India, los toros en España y los leones en Kenia, aunque la mayoría de los indios jamás hayan visitado este palacio, los españoles acudido a una corrida o los kenianos visto un león.
Poca gente se interesa por la vida cotidiana, la política o los problemas de la sociedad que les acoge temporalmente. Al margen de las singularidades folclóricas y los episodios históricos convertidos en hitos universales, uno puede transitar por lugares a miles de kilómetros de distancia y tener la sensación de estar en el mismo sitio, ya que hoteles, restaurantes y servicios son cada vez más similares en todo el mundo. De ahí que acceder a la realidad local requiera un esfuerzo que pocos están dispuestos a realizar durante las vacaciones. A veces incluso se comete el error de juzgar a una sociedad tomando como base lo visto en el entorno poco representativo del circuito turístico.
El resultado es que, de regreso a casa, los viajeros han aprendido más de las culturas y civilizaciones muertas que de las vi...