Erdogan en el Palacio Presidencial en Ankara después de conocerse los resultados del referéndum en Turquía. (Adem Altan/AFP/Getty Images)

La victoria del “sí” en el referéndum para la reforma de la Constitución, refuerza el poder de Erdogan para dirigir Turquía en 2023; mientras tanto un país con las mismas o más restricciones y con problemas permanentes se va perfilando. 

Recep Tayyip Erdogan ha vuelto a ganar en Turquía. El resultado del referéndum para la reforma constitucional, con un 51,4% a favor del “sí”, legitima el poder del presidente y allana su camino para igualar el legado de Mustafa Kemal Atatürk, el fundador de la República, al tiempo que condena al pueblo kurdo al ostracismo político al perder su influencia en la toma de decisiones del Estado. Pese a las denuncias de fraude, es una realidad que conviene aceptar cuanto antes. Además, si hubiera salido el “no” tampoco habría llegado un giro democrático que alterase la actual coyuntura: Erdogan ya ejerce el poder absoluto de facto y el país habría ido a unas elecciones anticipadas marcadas por una mayor inestabilidad.

El referéndum del pasado domingo entrega poderes plenipotenciarios a Erdogan, pero no significa la realización de su Nueva Turquía, sino el penúltimo paso antes de los comicios previstos para 2019. Podrían celebrarse incluso antes, en 2018. Dependerá de la coyuntura. Pero lo importante para el presidente es controlar el poder en 2023, cuando se cumple el centenario de la República, para mostrar la transformación neotomana de Anatolia. Pero para lograr ese objetivo tendrá que enderezar el rumbo del país, con problemas económicos, diplomáticos y de seguridad, y volver a convencer a la sociedad conservadora de que él es la única esperanza. Y Erdogan hoy sólo tiene 1 punto electoral de ventaja y muchos problemas que, a no ser que el sistema presidencialista tenga algo de mágico, no se resolverán con facilidad y mucho menos con autoritarismo.

Tras décadas de olvido, reescrito para su beneficio electoral por el Partido Justicia y Desarrollo (AKP), los piadosos levantan hoy la cabeza en público, tienen trabajo, son una incipiente burguesía y la clase dominante. Es necesario entender a esa gente que ha prosperado junto a Erdogan y que aún confía ciegamente en él. El problema es que el presidente ha enfrentado a esa parte de la sociedad con la otra que no le vota. De los resultados arrojados por las urnas, y pese a que un referéndum tiende a ser por sí mismo polarizante, se confirma la división en dos de Turquía: Erdogan pierde apoyos en el oeste y las tres ciudades más grandes, pero consolida aún más su poder en la profunda Anatolia y crece, en parte por la abstención, el apoyo en las regiones kurdas.

Sobre Devlet Bahçeli, el líder panturco que apoyó a Erdogan, es cuestión de tiempo que se convierta en otro juguete roto del presidente. El Partido del Movimiento Nacionalista (MHP) vive una dramática situación que podría terminar con una nueva formación encabezada por la disidente Meral Aksener, ministra del Interior en la época más oscura de Anatolia y enfrentada con el líder panturco desde los malos resultados del MHP en la reválida electoral de noviembre de 2015.

Partidarios de la victoria del sí en el referéndum en Turquía. (Elif Sogut/Getty Images)

Bahçeli, que más tarde fue cuestionado por la mitad del MHP tras apoyar en el Parlamento la reforma que el pasado domingo aprobó la sociedad, ha perdido todo el apoyo en la costa mediterránea y en su propia casa ha sido barrido: en Osmaniye, su región natal, el “sí” obtuvo el 57%, mientras que en la reválida de noviembre de 2015 los votos del AKP y el MHP sumaban el 80%. Tan sólo en la profunda Anatolia han seguido sus consejos, y ahora esas bases corren el riesgo de ser absorbidas por otros grupos islamistas de la región.

El MHP, como es tradición en muchos partidos turcos, tiene una doble cara en su juego político. El discurso en la profunda Anatolia, de tono islámico, no se parece al del oeste, centrado en la integridad del país y la figura de Atatürk. Por eso el oeste panturco ha votado “no” y, probablemente, en el futuro apoyará al Partido Republicano del Pueblo (CHP) o a los posibles disidentes dirigidos por Aksener. Bahçeli tendrá aún más obstáculos a medida que se acerquen esos comicios previstos para 2019. Porque, como se ha demostrado en este referéndum, los votos de la profunda Anatolia y el Kurdistán serán esenciales para que Erdogan gane otra vez. Entonces volverá el juego político a dos bandas en el que el hombre de Kasimpasa se ha impuesto durante 15 años y en el que Bahçeli podría no ser necesario.

Abstención y trasvase en los kurdos

Los kurdos viven una compleja situación tras este referéndum, sobre todo porque Erdogan ha robado varios cientos de miles de votos entre abstenciones y trasvases. Durante la campaña, varios grupos cercanos a Masud Barzani, presidente del Kurdistán iraquí, dirigieron la propuesta del boicot. Conocidos como los boicoteadores, y encabezado por el Partido de la Liberación del Kurdistán (PAK), el Partido Socialista del Kurdistán (PSK) y el Partido Democrático del Kurdistán en Turquía (KDP-T), pedían al pueblo kurdo que no depositase ninguna papeleta porque la reforma no entregaba ninguna de las demandas kurdas. Esas abstenciones se han unido a una campaña injusta, el temor a la represión, los 400.000 desplazados que nadie sabe cómo han votado y la lucha en las ciudades del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).

Todos esos factores han influido en la abstención y el trasvase de votos. El ejemplo de las regiones de Sirnak y Hakkari, que suman la mitad de las ciudades que vivieron meses bajo los toques de queda y hoy están destruidas, es demoledor para el Partido Democrático de los Pueblos (HDP). En sus dos fortalezas, ancladas en las montañas que hacen frontera con Irak, el “sí” obtuvo un 32,5% -Hakkari- y un 28,4% -Sirnak-, mientras que en la reválida de noviembre de 2015 el AKP consiguió el 12,6% y el 11,1% en esas respectivas zonas. En Mardin, Bingöl, Diyarbakir, Kiziltepe… en cada una el AKP ha remado algo para engordar su ilusión de dividir, junto a Barzani, el compacto movimiento kurdo de Abdullah Öcalan.

“Las barricadas fueron un error y el HDP perderá apoyo. Es exactamente lo que buscaba el AKP para orquestar a los partidos estatales. Cuando un movimiento político une a todo el pueblo kurdo, el Estado saca las armas a la calle y divide a políticos y sociedad. Luego, uno a uno, va recogiendo los restos”, me comentó con acierto Nurullah Timur, número dos del PAK, antes de la votación.

Ahora, la vuelta a la mesa negociadora con el PKK resulta imposible mientras se mantenga la alianza entre Erdogan y Bahçeli, quien exige mano dura con el movimiento kurdo y continuidad con el histórico negacionismo. Esto garantiza nuevos enfrentamientos, atentados del PKK y operaciones de las fuerzas de seguridad turcas en las aldeas kurdas, que es hacia donde se dirige la presión desde hace un año para cortar las vías de abastecimiento del PKK. Esta radicalización del conflicto afectará a la población, carente de esperanza democrática, y pondrá de manifiesto los recursos militares del PKK, enfrascado en un lustro de lucha contra Daesh.

La diplomacia

Tras el estrepitoso fracaso del presidente turco en Siria, donde parece que los kurdos obtendrán su autonomía, una de las prioridades del Ejecutivo será arreglar la destartalada diplomacia: Ankara ha perdido a todos sus amigos influyentes. Erdogan no sabe si hablar con Trump o Putin o si acercase a la Unión Europea o las potencias del Golfo. Es una obligación que el Ejecutivo defina una estrategia y deje de jugar a dos bandas, porque la paciencia de sus homólogos se está agotando. “Erdogan necesita la ayuda exterior para resolver algunos problemas de Turquía, sobre todo en la economía. Turquía no es suficientemente fuerte para sobrevivir aislada. En los 28 años que llevo viviendo aquí nunca ha estado tan aislada en la esfera internacional”, apunta Gareth Jenkins, experto de Silk Road Studies.

El resultado en Siria, donde Turquía ha detenido la ofensiva, demuestra que Putin no es un socio de confianza. Esto hace aún más importante el lazo con la UE. En un momento de debilidad económica, con la inflación y el paro en dobles dígitos, sería una temeridad para el país arriesgar las relaciones con el destinatario del 44% de sus exportaciones. En cambio, Bruselas necesita a Ankara para contener a los refugiados, luchar contra el “terrorismo” y como enclave geoestratégico en Oriente Medio. Esta relación pragmática saltaría por los aires si se restaura la pena de muerte. Es la línea roja de la Unión, Bahçeli presiona por el “sí” y Erdogan ha prometido que si el Parlamento no la aprueba él mismo convocará otro referéndum. Hasta entonces, ambos actores volverán a hacer gala del pragmatismo que domina sus tensas relaciones: el presidente, a pesar de repetir que abriría la valla a los refugiados si no llegaba la liberalización de visados, y la UE, pese a la manifiesta violación de los derechos humanos en Anatolia, no pasan de las palabras.

La actual reforma entregará poderes plenipotenciarios al presidente, pero difícilmente cambiará el delicado rumbo del país: la polarización, la criba intelectual, la delicada deriva económica, el control de la justicia y la purga de voces opositoras continuarán hasta que Erdogan alcance sus objetivos. Pero esta reforma, que hoy le favorece, podría beneficiar en el futuro, cuando el poder cambie de manos, a otros grupos como el kemalista Partido Republicano del Pueblo (CHP). Es cuestión de tiempo. Pero los que pierden cualquier esperanza democrática son los kurdos, que por fin habían aunado fuerzas para superar el alto corte electoral del 10%, impuesto para evitar que comunistas y kurdos accedieran al Parlamento. Ahora, con el cambio de sistema que refuerza el poder en manos de un solo hombre, y por tanto agiliza la represión a las minorías al eliminar los pasos intermedios en la toma de decisiones del Ejecutivo, tendrán imposible condicionar el futuro del país con sus demandas, porque en Turquía un presidente nunca será un kurdo nacionalista.

Durante las próximas semanas el AKP comenzará a preparar el cambio de sistema, que entrará en vigor en 2019. Nuevas reformas alejadas del poder del presidente podrían acometerse mientras el AKP se renueva para eliminar al núcleo gülenista que aún yace en el seno islamista. Quien no va a cambiar es Erdogan, envalentonado con un nuevo triunfo que asegura traerá la estabilidad. El tiempo será juez y la sociedad, testigo. Pero el juego político continuará. Y si las cosas se tuercen, si no llega la estabilidad, el presidente culpará a las potencias extranjeras de alimentar el “terrorismo” que atenta contra el desarrollo de Turquía y el auge del islam político. “Erdogan ha estado diciendo que Turquía necesita un sistema presidencialista para resolver los problemas del país, pero todas sus acciones no sólo sugieren que no tiene la solución, sino que no entiende dónde está”, advierte Jenkins. Sin embargo, es evidente que Erdogan tiene una meta que reconoce a la perfección y por la que seguirá empujando: reforzar su poder para dirigir el país en 2023, fecha del centenario de la República y en la que el presidente presentará al mundo su ‘Nueva Turquía’, más piadosa pero, si no sucediera algo extraordinario, con las mismas o más restricciones que las que quiso eliminar cuando llegó al poder.