El modelo turco para los árabes.

 

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A medida que Estados Unidos pierde peso o se retira lo mejor que puede de sus bastiones en Oriente Medio, el modelo turco parece cada vez más deseado para el mundo árabe. Al menos está en boca de muchos analistas en el exterior que escriben no tanto sobre lo que pasa sino sobre lo que a su juicio debería pasar. Sin duda la síntesis entre democracia e islam ha alcanzado aquí una madurez que no conoce parangón en Oriente Medio. Y, sobre todo, Turquía vive un crecimiento económico que promete prosperidad a sus ciudadanos mientras una crisis a nivel mundial hace estragos en otros lares.  ¿Qué país árabe no desea algo similar?

Ahora bien, el modelo de Ankara es difícilmente exportable debido a que la experiencia turca parte del kemalismo en su ADN, una ideología no enraizada en el mundo árabe. Por ello, dice Ankara, cada país debe tener su propia experiencia, asumir sus fallos, titubeos y  aciertos. Empero, Turquía se sabe ya vencedora en un escenario futuro. El cálculo es sencillo: si se le da voz y voto a la población de países de mayoría suní—como lo son Egipto, Túnez, Libia e incluso Siria—poco a poco estos países girarán hacia una mayor presencia del islam en la esfera pública. Y así, a través de la democracia multipartidista, se hará irónicamente más patente la herencia histórica de un imperio que controló durante cuatro siglos el mundo árabe desde Estambul.

Egipto es el líder natural del mundo árabe. Eso lo sabe bien el ministro de Exteriores Ahmet Davutoglu, el conocido como el Henry Kissinger turco. Y por ello aspira a una futura alianza de Ankara con El Cairo. Dos de los países musulmanes de mayor población, dos de las potencias militares más fuertes en la región. Un nuevo eje de poder mientras Washington desaparece poco a poco de la zona. Y un claro perdedor: Israel.

Ricardo Ginés, periodista afincado en Turquía.