Cuando empuñar el mando a distancia se convierte en una tarea revolucionaria.

 

Mahmoud Zayat/AFP/Getty Images
Un comerciante libanés vende camisetas con las fotos de los protagonistas de la telenovela turca Gümüs (Noor) en la ciudad de Saida, Líbano.

 

El culebrón en Turquía se ha convertido en un bastión más de su política exterior.  En uno indispensable e innovador, llamado a cambiar usos y costumbres allende de sus fronteras. Y es que gracias a los dramas manufacturados en Turquía, un verdadero asedio cultural está teniendo lugar en otros países, sobre todo árabes. En lo que va de este año más de 100 teleseries están siendo seguidas en más de veinte países, sobre todo de mayoría musulmana.

Supone unos ingresos por más de sesenta millones de dólares (unos 45 millones de euros). En un país creado a sangre y fuego por militares, ha nacido una nueva industria que tiene como materia prima los sentimientos. Y como objetivo, también, el cambio político.

Esto se traduce, por ejemplo, en miles de turistas árabes en las calles de Estambul que desde hace varios años buscan conocer de primera mano la ciudad que ya perciben y sienten desde el sillón de casa. O en once horas ininterrumpidas del serial Mühtesem Yüzyil (Siglo magnífico) emitidas en Rusia en un solo día, el uno de abril. O que en Sudán una peluquería ofrezca en exclusiva los estilos de las estrellas de la pantalla turca. O en el que hace ya unos años varios huérfanos sorprendieran al ex primer ministro libanés Sad el Hariri. Les había preguntado qué deseaban por Ramadán y ellos, sinceros como niños,  respondieron que el conocer a la protagonista principal de la telenovela turca Gümüs (Silver o Noor).

Y es que lo que antaño necesitaba de una invasión en toda regla para cambiar usos y costumbres, ahora viene de la mano del aparato a distancia. El episodio final de la serie Gümüs fue seguido en 2008 por unos 85 millones de espectadores desde Marruecos hasta Bahréin.

Este culebrón retrata una tortuosa, pero también esperanzadora historia de amor y separación entre dos personas situada en una villa de lujo con vistas al Bósforo; nada espectacular. Sin embargo, convertía algo tan aparentemente frívolo como seguir una telenovela en una tarea revolucionaria Debido a su empuje, el gran muftí de Arabia Saudí, Sheikh A. Aziz Al-Ascheikh, la llegó a prohibir a través de una fatua. A su juicio, este tipo de series “estarán preparadas por especialistas en el crimen y el error, por personas que invitan a hombres y a mujeres al infierno”.

Sobre todo el muftí estaba escandalizado por la forma en la que trata el protagonista principal a su novia y luego esposa: con paciencia y dedicación, cariño y respeto. Es decir: de igual a igual. Y en lugares como Arabia Saudí eso es algo que no se estila. Quizás por ello tan solo en este país de tres a cuatro millones de espectadores seguían la serie. En ella se bebe alcohol, tiene lugar sexo prematrimonial y hasta un aborto.

Otra serie turca que ha desatado un escándalo al ser también considerada un factor político es Mühtesem Yüzyil (El siglo grandioso), una telenovela que recrea el pasado imperial otomano. Según varios medios turcos, el primer ministro ruso Vladímir Putin habría favorecido un veto a la serie y el Kremlin se habría mostrado disgustado por su emisión al considerarla una interferencia política por parte de una potencia emergente. Solo una campaña de apoyo por parte de espectadores rusos la habría salvado.

El diario Gulf News, un rotativo de los Emiratos Árabes, ha puesto cifras a finales de marzo a tamaño impacto cultural. Si antaño, hace apenas varios años, una hora de drama turco salía a apenas unos 600 o 700 dólares, ahora los precios se han disparado hasta llegar a los 40.000 para las productoras.

La razón del éxito lo asocia el célebre ministro de Exteriores Ahmet Davutoglu con “la afinidad psicológica” que existe en países de influencia otomana. De esta empatía no parece contagiarse empero Israel, Estado a la sazón inexistente en tiempos imperiales. El mismo Davutoglu pudo acaso percatarse de ello -de la escasa afinidad entre ambos países- cuando una polémica de escala internacional saltó con la emisión en octubre de 2009 en la televisión estatal turca TRT del primer capítulo de la serie Ayrilik (Separación) en el que se mostraba un bebé muerto de forma sádica por un soldado israelí. Asimismo una niña inocente también era asesinada a sangre fría. Las escenas hicieron llamar a consultas a la representante de la Embajada turca en Israel.

A finales de mayo de 2010 llegaría el detonante de la mayor crisis entre ambos países: el asalto del célebre navío Mavi Marmara por parte de comandos israelíes que mataron a nueve tripulantes turcos. Entonces, el serial Kurtlar Vadisi (Valle de Lobos) -que ya, convertido en película, había desatado las críticas en Israel porque el personaje judío era un médico sádico que enviaba órganos de personas asesinadas a sangre fría a las principales ciudades de población judía en el mundo- decidió tomar el relevo.

Ya de hecho la versión televisiva de la serie desató una crisis diplomática entre Turquía e Israel meses antes del Mavi Marmara. Sobre todo causó sensación la escena en la que el héroe de la serie, una especie de James Bond turco llamado Polat Alemdar, tiñe de sangre la estrella de David en un consulado israelí al reventar el cerebro de un enemigo con un disparo certero. A raíz de aquella imagen, el embajador turco en Israel, Ahmet O. Celikko, fue llamado a consultas en enero de 2010 y humillado al ser sentado frente a las cámaras en una silla de altura manifiestamente inferior que la del representante de Exteriores israelí.

Después del Mavi Marmara, una segunda película de este serial fue llamada, de nombre programático, Filistin. En ella, la segunda película turca más cara de la historia con diez millones de dólares en costes, Polat se lanza a la búsqueda de la persona al mando de la operación contra el Mavi Marmara, un sanguinario alto mando militar israelí. En pantalla, imágenes de las fuerzas de seguridad israelíes disparando a quemarropa y por la espalda a hombres maniatados que intentan huir. Otro escándalo.

Ahora, la nueva ola de seriales está ambientada en los tiempos otomanos después del gran éxito de Mühtesem Yüzyil (Magnífico Siglo), ambientada en el siglo XVI, el de mayor esplendor otomano gracias al sultán Suleimán I, el Magnífico.

Tanto éxito ha tenido esta serie que ha preconcebido a la película más cara y más taquillera de la historia turca: Fetih (Conquista) 1453 con 17 millones de dólares invertidos y más de seis millones de espectadores, por ahora. En ella los turcos vuelven a conquistar Constantinopla. La recreación del descabezamiento del imperio bizantino eclosiona curiosamente en 2012, un momento político y cultural en Turquía lleno de referencias otomanas

Ahora, el empuje de la otomanía ha impulsado incluso a que la célebre sultana del cine turco, la actriz y auténtica leyenda viva Türkan Soray, vuelva de nuevo a las pantallas caseras. Haciendo precisamente -y no solo de forma metafórica- de sultana. La serie, estrenada en marzo, lleva por título Bir zamanlar. Osmanli Kiyam (Érase una vez. La rebelión otomana) y recrea el siglo XVIII con el sultanato de Ahmet III. De nuevo, con su publicitado estreno, mirar un culebrón se transformaba en muchos hogares turcos en una experiencia de alto voltaje subversivo porque el amor y la pasión son fuerzas capaces de desencajar el eje del mundo. También económica y políticamente.

 

Artículos relacionados