El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdoğan, en una rueda de prensa tras su reunión con el Presidente de la Comisión Europea en Brusela, enero de 2014.  John Thys/AFP/Getty Images
El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdoğan, en una rueda de prensa tras su reunión con el Presidente de la Comisión Europea en Brusela, enero de 2014. John Thys/AFP/Getty Images

El distanciamiento entre Bruselas y Ankara alimenta, en parte, el giro autoritario turco.

Turquía está retrocediendo en su trayectoria democratizadora. Durante el tercer gobierno del conservador Partido Justicia y Desarrollo (AKP), el mayoritarismo ha derrotado al impulso de ampliar el pluralismo y asegurar el Estado de Derecho. La concentración de poder en las manos del primer ministro, Recep Tayyip Erdoğan, la preponderancia del brazo ejecutivo sobre el judicial, los fallos y debilidades de los medios de comunicación y la implacable polarización de la vida política son, todos ellos, síntomas de estancamiento democrático. Después de dar la espalda a Ankara, la UE ha visto cómo su influencia caía en picado; ahora, los turcos son más selectivos en cuanto a las reformas que están dispuestos a hacer para poder pertenecer a ella.

Ante la elección de un nuevo presidente, que se producirá en agosto, el país afronta varios desafíos: un crecimiento más lento y más volatilidad financiera, el proceso de paz con el PKK y un entorno regional cada vez más inestable.

La prosperidad forma parte fundamental del paquete del AKP. El estado de la economía turca es un importante indicador de las actitudes del votante medio. Después del robusto crecimiento de 2010 y 2011, la economía turca se desaceleró hasta el 4%, una situación que podría generar devaluación e inflación y acabar con el auge del consumo y la construcción. Todo ello asestaría un duro golpe al relato que presenta el AKP, una mezcla de valores conservadores, consumismo y grandes proyectos financiados por el Estado. Aunque Turquía ha logrado sortear la crisis, sigue siendo vulnerable a las sacudidas procedentes de fuera.

Gran parte de lo conseguido hasta ahora en el proceso de paz kurdo consiste en una paz negativa: la declaración de un alto el fuego unida a la retirada parcial de las guerrillas del PKK a sus bases del norte de Irak. Todavía quedan por delante las medidas más difíciles, como la concesión de un estatus constitucional a los kurdos, la implantación del kurdo como asignatura fundamental en las escuelas públicas y la “autonomía democrática” para el sureste. Lograr un acuerdo definitivo no será fácil, sobre todo si se tiene en cuenta que los partidos de la oposición están al margen. Además, los políticos y activistas kurdos desconfían del AKP.

Hoy, en lugar de transformar las regiones y los países vecinos a su imagen y semejanza, Turquía se encuentra a la defensiva, mientras la inestabilidad se extiende en torno a sus fronteras. La situación de punto muerto en Siria no solo ha empujado a Ankara a alinearse con los suníes sino que ha suscitado el miedo a que la violencia pueda contagiarse a su territorio. La elección de Hassan Rohaní como presidente de Irán y el acuerdo provisional con el P5+1 han restado importancia al papel de Turquía como mediador natural. El golpe militar del pasado agosto en Egipto apartó a los Hermanos Musulmanes del poder. A la hora de la verdad, el único aliado de valor estratégico que le queda a Turquía en la región es el Gobierno Regional del Kurdistán (GRK) en el norte de Irak.

Por otra parte, la crisis de Ucrania ha dejado al descubierto la dependencia que tiene Turquía respecto a Rusia. Ankara no podía tomar medidas unilaterales para oponerse a Moscú; como muchos Estados miembros de la UE, depende del suministro de gas de Rusia, y sus sectores del turismo y la construcción viven en gran parte del dinero ruso. Su mayor preocupación, en estos momentos, es evitar el perjuicio que podría causar a sus intereses económicos el endurecimiento de las sanciones por parte de Estados Unidos y la UE. La estrategia turca consiste en limitar los daños debidos a decisiones tomadas por otros, en vez de tratar de ejercer influencia sobre Occidente o sobre Moscú. La tarea fundamental que aguarda a las autoridades es restablecer el equilibrio y aislar al país de las turbulencias surgidas en los Estados vecinos.

Aunque Turquía mantenga ahora una actitud más bien introvertida, estos problemas ponen de relieve la importancia de sus socios extranjeros, entre ellos la UE. Los cambios en el gobierno ofrecen una oportunidad para que la Unión y sus Estados miembros reanuden el diálogo con Ankara y eviten que se recrudezca el distanciamiento. Sin embargo, en los últimos tiempos, Ankara y Bruselas tienen poco tiempo que dedicarse mutuamente: Europa está centrada a su propia crisis y con Ucrania, mientras que Turquía está obsesionada por interminables dramas internos. Lo que la UE y sus Estados miembros podrían hacer es prevenir crisis futuras que representen un peligro para las avanzadas relaciones con Turquía.

El paso más evidente es dar nuevo impulso a las negociaciones de adhesión. Una vez que Francia levantó el veto, el Consejo Europeo decidió abrir un nuevo capítulo (Política Regional). Un mes después, Ankara y Bruselas firmaron el Acuerdo de Readmisión, largamente aplazado, que podría desembocar en la abolición de los visados. Ahora los Estados miembros están debatiendo la posibilidad de abrir otros dos capítulos más. La UE tendrá la oportunidad de pedir responsabilidades a las autoridades turcas. La hoja de ruta de la liberalización de visados aumenta su capacidad de condicionar las políticas y la legislación en materia de orden público, seguridad de las fronteras, asilo, etcétera. La eliminación de los visados es un incentivo, y puede servir a los intereses de la Unión. Si las negociaciones actuales para la reunificación de los grecochipriotas y los turcochipriotas continúan adelante, Nicosia tendría motivos para desbloquear otros capítulos como el de la Energía. Es una situación en la que todos pueden resultar beneficiados, ahora que la seguridad energética se ha convertido en la máxima prioridad y los yacimientos de gas encontrados en el Mediterráneo oriental ofrecen la perspectiva de poder diversificar las fuentes.

La UE debe controlar las expectativas y no dejarse deslumbrar. Solo podrá recuperar su influencia y presionar para que se implanten reformas orientadas hacia un Estado de Derecho si se compromete a facilitar la integración de Turquía. Y el camino no carece de peligros. Es posible que Ankara acabe cumpliendo los criterios y las exigencias de la UE pero que los ministros del Interior de la Unión veten su entrada. El sentimiento de antiampliación que recorre Europa no puede ser favorable. Si el acuerdo fracasara, Turquía y la UE volverían sin duda a echarse las culpas entre sí.

La Unión debe tratar de evitar este círculo vicioso. En el peor de los casos, la UE se mostraría cada vez más crítica, a medida que Erdoğan acapare cada vez más poder e imponga sus decisiones sin tener en cuenta a la oposición. Sin embargo, la ironía es que la retórica indignada en la capitales europeas refuerza al líder turco y le permite agrupar a la opinión pública. En lugar de atacarle, Europa debería eludirle y emprender un diálogo con el futuro gabinete. La tormenta económica que se avecina podría resaltar la importancia de una cooperación pragmática: la UE sigue aportando alrededor del 80% del dinero de inversiones exteriores directas que llega a Turquía, y este país es importante para el abastecimiento energético y la seguridad de Europa. Por consiguiente, los líderes europeos deberían identificar a los reformistas y modernizadores dentro del AKP y trabajar para que haya una mayor interdependencia económica y social.

En resumen, Europa debe tener una perspectiva a largo plazo en su relación con Turquía. Una relación en la que ha habido muchos giros y sorpresas. Momentos de crisis y de estancamiento que han estado seguidos de periodos de convergencia. Ankara nunca va a perder totalmente de vista a Europa, pero los gobernantes actuales no encuentran motivos para reanudar un diálogo pleno. Sus razones son comprensibles. Pero sigue existiendo mucho margen para una colaboración pragmática en varios ámbitos a la espera de una nueva generación de líderes en ambas partes que quizá se atrevan a tomar las medidas ambiciosas necesarias para reanimar la relación.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia