Bandera turca en las calles de Estambul. (Chris McGrath/Getty Images)

Un año después del intento de golpe de Estado en el país, ¿cómo se encuentran las relaciones de Turquía con el resto del mundo.

En Turquía, el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) se ha acostumbrado a dirigir su política exterior con palabras altisonantes. Desde el inicio de la guerra en Siria, y sobre todo desde la fallida asonada, los islamistas son protagonistas de una verborrea amenazante que en la mayoría de los casos no supera la frontera de las palabras: las milicias kurdas de Siria siguen vivas al igual que las relaciones con ‘los nazis’ de Holanda y Alemania que no permiten los discursos de los islamistas en Europa. Pero dejando a un lado las palabras, es evidente que Recep Tayyip Erdogan es un líder pragmático que, salvo en la crisis con Rusia iniciada en 2015 por el derribo del avión ruso, reconoce los límites de su poder en el plano internacional y, sobre todo, los deseos de su pueblo. Con esa ecuación, más allá del neotomanismo, convertida en otra estrategia electoral, el líder turco dirige una política exterior enfocada al rédito electoral nacional.

La fallida asonada del 15 de julio de 2016 apenas ha alterado esta dinámica, que ahora se encuentra con la guerra en Siria entrando en su fase decisiva, el referéndum de independencia en el Kurdistán iraquí (KRG) en el horizonte, la crisis entre Qatar y Arabia Saudí y la contaminada relación con la Unión Europea (UE). Entonces, ¿qué se espera de Ankara? Pues en principio más de lo mismo salvo en Siria, donde los kurdos de Rojava, hermanados con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), suponen a largo plazo una amenaza real para Erdogan.

Las acciones turcas en Siria, donde el AKP apoya a grupos salafistas en la zona de Idlib, último reducto de la oposición a Bashar al Assad en el noroeste de Siria, son complicadas de aventurar. Probablemente dependan de la dinámica interna de Turquía. El presidente turco lleva años repitiendo que no permitirá una autonomía kurda en Siria. De momento, los kurdos siguen avanzando con su milicia de las Unidades de Protección Popular (YPG) -ahora integradas en las Fuerzas Democráticas Sirias- y la ayuda de la coalición internacional. El principal problema para Turquía es que los kurdos consigan su autonomía y además unan los cantones de Cizire y Kobane al de Afrin: serían 900 kilómetros de frontera con un grupo afín al PKK, que desde 1984 dirige una insurrección armada en el sureste de Turquía, y además los kurdos tendrían una salida al mar Mediterráneo para transportar el petróleo iraquí. Entonces, Turquía, que se ha convertido en un hub de tránsito energético por su posición geoestratégica, pero también por el caos de la región, podría perder este nicho de mercado.

Por eso cuando el Ejército turco ocupó la franja de Al Bab, en el norte de Siria y entre los cantones kurdos, no tenía como principal objetivo eliminar a Daesh o crear su zona de seguridad para los refugiados, sino evitar el avance de las YPG hacia Afrin. Las tropas turcas aún apostadas en Al Bab son además una carta con la que negociar en el futuro con Irán, que utiliza a Rusia como ilustre portavoz, y a Al Assad. Y no será fácil sacar a los turcos de allí, que utilizarán la excusa de la opresión contra turcomanos y suníes y el temor al avance kurdo. Es decir, Erdogan intentará obtener algo a cambio de su posición en Al Bab. ¿El qué? Un pedazo de tierra, la reconstrucción de Siria o claudicar las esperanzas kurdas, es lo que aún queda por descifrar.

De momento, la escalada de tensión afecta a Afrin, región rodeada por yihadistas patrocinados por Ankara. En este mes se han producido varios altercados entre las YPG y el Ejército turco y Erdogan ha asegurado que si fuera necesario intervendría para mantener la integridad territorial. “No dudaremos en usar nuestro derecho de autodefensa contra formaciones que amenacen la seguridad de nuestro país”, aseguró Erdogan en la reciente cumbre del G20.

Teniendo en cuenta el contagio de la guerra siria, el cansancio del pueblo turco tras años de elecciones y conflictos internos, ¿cómo se tomaría la sociedad anatolia una intervención? Baris Tugrul, sociólogo de la Universidad Hacettepe que estudia los efectos generacionales del conflicto kurdo, apunta que en la polarizada Turquía sólo hay consenso cuando se trata de los kurdos: “La mayoría de la sociedad turca legitimaría cualquier intervención militar en Siria. Es uno de los pocos puntos en común en los medios del AKP y los kemalistas”.

Kurdos turcos se manifiestan en Turquía. (Ilyas Akengin/AFP/Getty Images)

Las elecciones presidenciales previstas en Turquía para 2019 podrían ser el desencadenante de una ofensiva de importante calado, alejada de los encontronazos puntuales de estos años. Erdogan necesitará nuevos votos para mantenerse en el poder en 2023, año del aniversario de la República, y para ello tendrá que atraer a votantes kurdos o panturcos del Partido del Movimiento Nacionalista (MHP). Tiene que elegir. Pero es ahí donde una ofensiva en Siria podría resultar -o no- beneficiosa en la arena electoral. “Una hipotética intervención buscaría captar la cantidad máxima de votos ultranacionalistas del MHP. En el referéndum,-Erdogan- no tuvo mucho éxito con el MHP. El Partido Republicano del Pueblo (CHP) podría descifrar esta intención, pero oponerse al AKP sobre un asunto tan delicado como la lucha antiterrorista conllevaría un alto coste electoral y sería acusado de colaborar con el -prokurdo- HDP”, explica Tugrul.

A la tensión en Siria se une el ansiado referéndum de independencia de la KRG, previsto para el 25 de septiembre. En este momento los kurdos de Irak están dirigidos por Masoud Barzani, aliado de Erdogan por motivos económicos y políticos: el líder de la KRG está enfrentado con el PKK y otros grupos políticos como Gorran y la Unión Patriótica del Kurdistán que le acusan de querer eternizarse en el poder. Es importante tener en cuenta que estos grupos opositores han sido apoyados por Irán, que tras décadas de letargo dirige hoy una ofensiva en la región. En un escenario abierto, la balanza de poder podría cambiar en la KRG. Si esto sucediera, el PKK, que cada día incrementa su apoyo popular, tendría aún mayor libertad en su lucha contra el Estado turco. Esta situación no se le escapa a Erdogan, quien se ha posicionado en contra del referéndum de la KRG en un movimiento obligado: opinar lo contrario sería, como insiste Tugrul, un suicidio político.

La UE, una relación pragmática

Si la coyuntura en Siria está enmarañada por los actores internacionales, las relaciones entre Turquía y la Unión Europea parecen seguir la línea de los dos últimos años. El Parlamento Europeo acaba de aprobar la suspensión del proceso de adhesión de Turquía. Es la segunda vez que lo hace en menos de un año, pero la decisión no es vinculante para la Comisión. La deriva antidemocrática del AKP es obvia, pero la UE no puede permitirse perder a un socio esencial en la lucha contra el terrorismo y la contención de los refugiados. Además, el país es el quinto importador de productos comunitarios por un valor anual de 140.000 millones de euros. Por su parte, Turquía, que atraviesa un delicado momento económico con la devaluación de su moneda, requiere de la inversión directa de la Unión, que suma 2/3 del total, y su mercado, que absorbe el 44% de las exportaciones.

“No creo que la UE vaya a congelar -ni deba- sus relaciones con Turquía. La Unión Europea tiene intereses estratégicos y suspender las relaciones empujaría a Turquía hacia Rusia. Esto además debilitaría a Ankara frente a Moscú y se correría el riesgo de aislar aún más a la frágil oposición turca”, explica Eleonora Tafuro, investigadora Marie Curie especialista en las relaciones entre Rusia y Turquía de la Universidad Técnica de Oriente Medio, quien añade que la imagen de Putin y Erdogan en el G20, precedida por una reunión entre ambos líderes, “parece confirmar la normalización de las relaciones después el derribo del avión ruso”.

Banderas de la UE y de Turquía en Estambul. (Chris McGrath/Getty Images)

Según Tafuro, este tira y afloja entre Turquía y Rusia tiene unas rutas históricas marcadas por “los conflictos y la cooperación”. “Seguirá siendo así por dos razones. La primera está marcada por los intereses divergentes en Siria. Para las futuras relaciones habrá que esperar a ver la forma en la que Rusia coopera con los kurdos sirios. La segunda razón está relacionada con la política exterior. Si bien Turquía es una potencia regional, Rusia juega en el ámbito internacional. Es una relación asimétrica en la que Turquía es el socio débil. Y Putin tratará de aprovecharlo, por lo que Erdogan tendrá que equilibrar sus relaciones con otros socios, especialmente con la UE y EE UU, para evitar una dependencia excesiva”.

Con independencia de la decisión que tome la Comisión, parece que las relaciones entre Turquía y la UE seguirán manteniendo el status quo. Ambos se necesitan, y están obligados a soportarse. Las declaraciones posteriores a la decisión del Parlamento Europeo reflejadas por el comisario para la ampliación comunitaria, Johannes Hahn, y el representante turco en la UE, Ömer Çelik, sugieren que incluso en el peor de los casos, claudicar el proceso de adhesión, las principales áreas de cooperación no se verían alteradas.

Porque suspender un proceso que no avanza desde hace años no sería más que una bocanada de aire fresco para la cuestionada moralidad de la UE, acechada por los nacionalismos y la crisis de valores destapada por los refugiados. Para Erdogan, que no cesa de recordar que Bruselas ha jugado con Turquía -Chipre entró en la Unión sin resolver su reunificación y Rumanía y Bulgaria lo hicieron con cuestionables parámetros democráticos y económicos-, cualquier decisión de la UE será capitalizada en Ankara. Es así porque la sociedad, antaño ilusionada con Europa, es consciente de que no se aceptó a Turquía por su credo suní. Así, lo más probable es que Merkel, que está retirando sus tropas de la base de Incirlik, siga haciendo oídos sordos a los insultos de Erdogan, quien a su vez ha ido aceptando los retrasos en la prometida liberalización de visados para el espacio Schengen y no insiste, una vez obtenida la victoria en el pasado referéndum constitucional, en reinstaurar la pena de muerte, la línea roja marcada por Bruselas. Es, en definitiva, puro pragmatismo.

El islam político

A las ya clásicas fricciones con Europa se ha unido la crisis entre Qatar y las satrapías dirigidas por Arabia Saudí. En este caso Erdogan apoyó al pequeño emirato árabe. Si bien la decidida respuesta del presidente, que mandó tropas a una base militar del emirato, pudo ser un error, entregando el rol de mediador a Kuwait, es indudable la lógica en su apoyo al emir Al Thani. No se puede olvidar que el mayor enemigo de los saudíes es Irán y después el islam político. Y Erdogan es heredero del Milli Görüs, el movimiento político que Necmettin Erbakan dirigió de manera idealista durante décadas.

Estas diferencias se manifestaron en Libia, Egipto y ahora en la crisis de Qatar, en la que las potencias del Golfo reclaman a Doha el cumplimiento de 13 condiciones. Pero con independencia del resultado, el mensaje del presidente turco seguirá recubierto con la esencia del islam político. Lo será porque las potencias del Golfo representan alrededor del 10% de la inversión extranjera, con una paridad ajustada en la distribución, y porque de agravarse la crisis, afectando a las inversiones saudíes en Turquía, Qatar intentaría cubrir ese espacio. Porque como destacó el medio Al Monitor, Qatar ofrece mejores perspectivas para el presente debido al mundial de fútbol de 2022, que necesita una inversión de 170.000 millones de dólares para la construcción de infraestructuras. Entonces, Erdogan, que necesita reducir el paro y revitalizar el sector motriz de la economía turca, el de la construcción, podría cumplir su objetivo a corto plazo: generar empleo en Qatar y en Siria con su reconstrucción para así, en 2019, obtener la victoria en las elecciones que marcan el inicio de su ‘Nueva Turquía’.