Por qué se acabará arrepintiendo de su torpe nueva política.

 

Como era previsible, el escándalo ha seguido al reciente anuncio  de Twitter de que ha desarrollado un sistema para bloquear (o, para usar el mismo eufemismo que la compañía, “retener”) tuits concretos en países concretos si estos violan las leyes locales, aunque el contenido siga estando disponible para el resto del mundo. El hashtag #TwitterBlackout hierve con llamamientos a boicotear el servicio de microblogging el sábado, y abundan los titulares del tipo “Twitter cede ante la censura global”. Pero puede que la indignación esté siendo exagerada.  Anna Heim, de The Next Web, señala que los usuarios de Twitter que quieran ver un tuit que ha sido bloqueado simplemente pueden cambiar su configuración de país. De hecho, la decisión de la compañía de incluir un vínculo a sus instrucciones sobre cómo cambia esa configuración como parte de su anuncio ha hecho especular a algunos que Twitter está en realidad fingiendo respeto por las leyes locales mientras hace un guiño a sus usuarios.

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“Lo más probable es que Twitter conozca perfectamente este rodeo”, escribe Heim. “Los usuarios no tendrán necesidad de esconder sus direcciones IP con un proxy: Twitter les deja cambiarlas manualmente, a pesar de la potencial pérdida de fondos de publicidad hiperlocal para la plataforma”. De hecho, en una conversación por e-mail con Foreign Policy, la portavoz de Twitter Rachel Bremer recalcó el control que poseen los usuarios. “Puesto que la geolocalización por dirección IP no es una ciencia perfecta”, explicó, “nosotros permitimos a los usuarios que configuren manualmente su país”.

Es más, Twitter ha prometido desvelar cualquier información que “retenga” mediante un sistema muy parecido al Transparency Report de Google, que rastrea las peticiones que realizan agencias gubernamentales y tribunales de todo el mundo para que Google les proporcione información sobre usuarios o elimine contenido de sus servicios. Twitter promete alertar a sus usuarios cuando sus tuiteos o cuentas sean eliminados, marcar claramente el contenido “retenido” y colgar avisos en la website Chilling Effects. La compañía sólo eliminará contenido en reacción a un “proceso legal válido”. “No haremos nada proactivamente”, explicó Bremer, quien insistió además que el compromiso de Twitter con la libertad de expresión, “demostrado en nuestras acciones desde la fundación de la compañía”, “no va a cambiar”.

Pero ése es precisamente el problema. Twitter lleva mucho tiempo  construyendo su imagen de marca alrededor de la libertad de expresión. Aunque la empresa nunca se ha unido a gigantes de la tecnología como Google y Microsoft en su apoyo a la Global Network Initiative, que busca proteger la privacidad online y la libertad de expresión, ha defendido esos valores de otros modos. A su consejero delegado Dick Costolo le gusta decir que Twitter es la “facción de la libertad de expresión del partido de la libertad de expresión”, mientras que su antiguo consejero delegado Evan Williams describió una vez el objetivo de la compañía como el llegar a alcanzar “las señales más débiles por todo el mundo”, citando las protestas en Irán y Moldavia como ejemplos. Twitter no sólo realizó el célebre gesto de posponer un corte del servicio en los momentos álgidos de las protestas iraníes en 2009, sino que cuando el Gobierno egipcio cerró las redes sociales el año pasado en los inicios de la revolución, Twitter se asoció con Google para desarrollar un servicio de tuiteo mediante mensajes de voz (“speak-to-tweet”). Mientras que “Google únicamente promete no ser malo”, escribe Jeff Bercovici  en Forbes, “los devotos de Twitter han promovido su conversión en algo mucho más elevado: una fuerza para el progreso global y la ilustración humana”.

Y, hasta el momento, Twitter no ha realizado un trabajo especialmente bueno para explicar cómo estos cambios alterarán su proceso de eliminación de contenidos y por qué la compañía está dispuesta a poner en peligro su marca implementando las nuevas reglas. Al anunciar su política, Twitter explicó que necesitará “entrar en países que tienen ideas diferentes sobre los contornos de la libertad de expresión” a medida que crezca. ¿Pero qué significa “entrar en otros países” para una website a la que teóricamente se puede acceder desde cualquier sitio? Sus portavoces han añadido desde entonces que existen todavía países en los que Twitter no operará como negocio (léase China, donde está bloqueado) y que los cambios no tienen nada que ver con que el príncipe saudí AlWaleed bin Talal haya invertido 300 millones de dólares en la compañía. Pero al ser preguntada por Foreign Policy por una explicación de en qué se diferenciarían los avisos emitidos bajo el nuevo sistema de las reclamaciones por temas de copyright que actualmente atestan la sección de Twitter en Chilling Effects, Bremer declinó hacer comentarios relativos a “situaciones hipotéticas sobre cuándo o cómo podríamos tener que eliminar contenidos en el futuro”.

Jillian York, de la Electronic Frontier Foundation cree que el nuevo sistema puede tener algo que ver con el reciente anuncio de Twitter de que va a abrir una oficina en Alemania, después de expandirse previamente a Gran Bretaña. Al “poner en marcha [estos cambios] por adelantado”, explica York, “pueden estar diciendo ‘Vale, vamos a jugar con vuestras reglas. Pero sólo en vuestra jurisdicción”. (De hecho, al explicar los cambios, Twitter señaló que países como Francia y Alemania prohíben el contenido pro nazi).

La gente esté interpretando cínicamente el anuncio como un ejemplo más de una compañía tecnológica que aboga por la libertad de expresión, pero que acaba poniendo el pragmatismo por delante de los principios

York afirma que aunque  Twitter pueda responder a peticiones fuera de Europa bajo el nuevo régimen, resulta menos probable porque la compañía no tendrá presencia empresarial en otros países. “Si su servicio tiene una presencia en todas partes menos en China, el único riesgo que corren por no acceder a las peticiones [de retirada de contenidos] es que Twitter sufra un bloqueo”, señala. Pero si Twitter tiene gente sobre el terreno, como tenía Google antes de retirarse de China en 2010, la compañía “está arriesgando como mínimo los medios de vida de gente, y en el peor de los casos sus vidas” si no  cumple con las reclamaciones sobre el contenido.

Puede que York tenga razón, pero Twitter tiene los labios sellados respecto a sus intenciones. No es de extrañar, entonces, que la gente esté interpretando cínicamente el anuncio como un ejemplo más de una compañía tecnológica que aboga por la libertad de expresión, pero que acaba poniendo el pragmatismo por delante de los principios —una versión menos descarada de las declaraciones  del año pasado de Adam Conner, del lobby pro Facebook: “Ocasionalmente nos vemos en posiciones incómodas porque ahora estamos permitiendo, quizá,  demasiada libertad de expresión en países que no lo habían experimentado antes”—.

Como señala Mathew Ingram, de GigaOM: Twitter se acaba de abrir a toda clase de teorías de la conspiración sobre que tuits está o no está “reteniendo” —y en nombre de quién lo está haciendo—. ¿Qué sucederá —si llega a pasar— cuando estalle una revolución en Arabia Saudí? No hay duda de que los críticos se agarrarán al hecho de que el príncipe saudí AlWaleed bin Talal lbin Abdulaziz posee un importante pedazo de Twitter, gracias a una reciente inversión en acciones. ¿Y qué ocurre sin Gran Bretaña ordena a la compañía que suprima tuits específicos durante disturbios como los que despertaron tanta controversia el año pasado cuando el Gobierno consideró prohibir a algunos usuarios el acceso al servicio?… ¿Qué sucede cuando alguien escribe un tuit que se burla del fundador de Turquía, algo que es un delito bajo las leyes turcas?

O, como explica Suw Charman-Anderson en FirstPost, sin contexto no podemos entender si la decisión de la compañía “disminuirá el número de tuits a los que no tienen acceso los usuarios de Twitter, o si permitirá una mayor censura”. Y si Twitter no nos ilumina sobre sus motivos, sus usuarios asumirán lo peor.

 

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