En 1966, el historiador australiano Geoffrey Blainey acuñó la expresión “la muerte de la distancia” para describir cómo la tecnología moderna estaba reduciendo la importancia de la geografía. Pero, aunque hoy cualquiera en Madrid puede comprar fruta de Guatemala o muebles chinos, nuevos estudios indican que los países más apartados siguen estando condenados por su situación geográfica.

Dos economistas de la OCDE, Alain de Serres y Hervé Boulhol, analizaron cómo la distancia con respecto a los centros de actividad económica y los recursos naturales afectó al PIB de los países industrializados entre 1970 y 2004, basándose en datos comerciales y de costes de transporte. Los investigadores concluyeron que, al menos en los países de la OCDE, el crecimiento económico sigue viéndose muy influido por la distancia de las principales economías. En Australia y Nueva Zelanda, los casos más extremos, la lejanía ha reducido el PIB anual per cápita en más de un 10% respecto a la media de la OCDE, según el estudio. En cambio, en un país con una posición central, como Bélgica, la cercanía a los mercados europeos ha aumentado en casi un 7% el PIB per cápita. Lo llamativo es que estas cifras apenas han cambiado entre 1970 y 2004.

Ni siquiera el auge económico de China ha ayudado mucho a recortar la brecha geográfica que separa a Australia y Nueva Zelanda. Que los productos australianos deban viajar 8.800 kilómetros hasta Pekín no altera el hecho de que tienen que recorrer un camino muy, muy largo hasta llegar a los consumidores. Esta situación no va a cambiar en un futuro cercano. “El transporte ha experimentado un gran desarrollo y, sin embargo, la distancia sigue importando”, afirma Serres. Y seguirá haciéndolo, salvo que se encuentre la manera de mandar acero por e-mail.