Un militar hace patrulla en Lugansk, este de Ucrania. (ALEKSEY FILIPPOV/AFP/Getty Images)

El conflicto en el este de Ucrania se ha cobrado más de 10.000 vidas y sigue constituyendo una grave crisis humanitaria. Mientras persista, es poco probable que mejoren las relaciones entre Rusia y Occidente. Las zonas en poder de los separatistas no funcionan y dependen de Moscú. En otras partes del país, el problema fundamental es la furia creciente por la corrupción y por el acuerdo Minsk II de 2015, que Rusia y los aliados occidentales de Ucrania aseguran que es la vía para resolver el conflicto.

La aplicación del acuerdo de Minsk está estancada: Moscú señala que Kiev no ha puesto en práctica las cláusulas políticas del pacto, incluido el traspaso de poder a las zonas separatistas después de que se reintegren en Ucrania, y el Gobierno ucraniano alega que no puede hacerlo mientras persistan la injerencia rusa y la inseguridad en esas regiones. Ambas partes siguen intercambiando fuego a través del frente que separa a las tropas ucranianas de las fuerzas rusas y separatistas.

Pero el problema no es solo el este del país. El Estado ucraniano es frágil incluso fuera de las zonas en las que interviene directamente Moscú. El Gobierno del presidente Petró Poroshenko no ha abordado la corrupción estructural que está en la raíz de muchos de los problemas del país. Muchos ucranianos están perdiendo la fe en las leyes, las instituciones y las clases dirigentes. La indignación por el acuerdo de Minsk, que mucha gente considera una concesión a los separatistas y a Moscú, es cada vez mayor, incluso entre los reformistas.

En este impasse diplomático, el hecho de que, en septiembre de 2017, Rusia hiciera circular un proyecto de resolución del Consejo de Seguridad de la ONU con la propuesta de tropas de paz para Ucrania fue una sorpresa. Existen buenos motivos para desconfiar de las intenciones de Rusia. A pesar del alto coste de su intervención, no parece que tenga intención de soltar las riendas en el este de Ucrania. El Ejército ligero que proponía, cuya misión sería exclusivamente proporcionar seguridad a los observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, probablemente no resolvería el conflicto sino que lo paralizaría.

Sin embargo, la propuesta de Moscú abre una oportunidad para que Kiev y sus aliados occidentales estudien cómo podrían las tropas de paz asegurar no solo la línea de separación sino también la frontera entre Ucrania y Rusia y cómo crear las condiciones necesarias para celebrar elecciones locales y reintegrar las zonas en poder de los separatistas. No obstante, deben tener en cuenta la creciente animosidad respecto al acuerdo de Minsk. La participación de Europa es fundamental para que avancen las negociaciones de paz y para promover un debate más comedido que permita acabar con la reacción nacionalista contra el acuerdo.

 

Este artículo forma parte del especial Las guerras de 2018

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia