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Soldados de las Fuerzas de Seguridad de Ucrania patrullan la costa del Mar de Azov. (Martyn Aim/Getty Images)

La guerra de Ucrania sigue ardiendo sin que se vislumbre el final. Provocada por la anexión rusa de Crimea en 2014 y el apoyo de Moscú a los separatistas de la región de Donbas, en el este del país, está alimentando además el pulso geopolítico entre Rusia y las potencias occidentales. El último foco de tensión es el Mar de Azov, donde unos buques rusos y ucranianos chocaron en noviembre y Rusia bloqueó el acceso al Estrecho de Kerch, en la salida al mar. El enfrentamiento indica que ninguna de las dos partes considera que le beneficie hacer concesiones.

Desde el punto de vista de Kiev, el ataque contra los buques militares ucranianos y la captura de dos docenas de marineros son la culminación de meses de intentos por parte de Rusia de expulsar a los barcos ucranianos de esas aguas, en violación de un tratado bilateral de 2003 que garantiza a los dos países la libre navegación. Moscú asegura que los barcos estaban entrando en sus aguas costeras y que el presidente de Ucrania, Petro Poroshenko, provocó la escaramuza para reforzar el apoyo de Occidente y dentro de su país antes de las elecciones presidenciales previstas para marzo de 2019. El intento posterior de Poroshenko de implantar la ley marcial no ha facilitado las cosas; tanto el Kremlin como los adversarios nacionales del presidente ucraniano lo calificaron de golpe de efecto. En cualquier caso, el incidente puso de relieve la nueva voluntad de Rusia de emplear sin disimulos la fuerza contra Ucrania.

Mientras tanto, continúan los combates en el Donbas y los civiles que viven junto al frente, abandonados por Kiev y por los separatistas, están pagando el precio. Ni Ucrania ni Rusia han hecho nada para poner fin a la guerra. Kiev se niega a traspasar poderes al Donbas -pese a que se comprometió a hacerlo en los acuerdos de Minsk que fijaron la vía para acabar con el conflicto- hasta que Rusia retire sus armas y sus soldados de las áreas en poder de los separatistas, cosa que el Gobierno de Moscú parece poco dispuesto a hacer. Las propuestas sobre posibles misiones de paz no han llegado muy lejos.

Sin un giro sustancial por alguna de las dos partes, lo más probable es que en 2019 la situación siga siendo la misma. No parece que Kiev vaya a ceder antes de unos comicios (además de la elección presidencial, están previstas las parlamentarias antes de que acabe el año). Puede que a Rusia le moleste el coste de sostener a los separatistas, pero no es probable que vaya a renunciar a su influencia en el Donbas a corto plazo. Quizá las elecciones ucranianas o la evolución de los acontecimientos internos rusos puedan proporcionar oportunidades para lograr la paz. Pero, como prueba el altercado de Azov, el peligro de escalada está siempre presente.

 

Originalmente publicado en Foreign Policy: 10 Conflicts to Watch in 2019

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia