Soldados ucranianos pasando frente a una casa destruida. La acumulación de tropas rusas a lo largo de la frontera con Ucrania ha aumentado las preocupaciones de que esta tenga la intención de invadir la región de Donbas. (Foto de Brendan Hoffman / Getty Images)

No está claro si Rusia —que acumula tropas en la frontera con Ucrania desde hace tiempo— va a volver a invadir el país vecino. Pero sería un error despreciar la amenaza por considerarla solo un farol.

La guerra de Ucrania comenzó en 2014, cuando Vladímir Putin, furioso al pensar que Occidente había apoyado el derrocamiento de un presidente amigo de Moscú, se anexionó Crimea y respaldó a los separatistas de la región del Donbass, en el este de Ucrania. Ante la perspectiva de la derrota militar, Kiev firmó dos tratados de paz, los acuerdos de Minsk, en los que en términos generales aceptaba las condiciones de Rusia. Desde entonces, los separatistas controlan dos zonas escindidas en la región.

Lo que durante varios años había sido un conflicto latente se encendió en 2021. La tregua pactada por Putin y el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, —que llegó al poder en 2019 con la promesa de lograr la paz— se vino abajo. En la primavera de 2021, Putin acumuló más de 100.000 soldados cerca de la frontera, aunque retiró a una gran parte varias semanas después, tras una reunión con el presidente estadounidense, Joe Biden. Desde noviembre está volviendo a acumular cifras similares.

Los motivos de queja de Rusia están muy claros. A Moscú le molesta que Ucrania no haya cumplido los acuerdos de Minsk, en particular que niegue un “estatus especial” a las regiones separatistas, que implicaría darles autonomía y —según Moscú— voz y voto en la política exterior.

Putin, indignado por lo que considera decenios de intromisión de Occidente, ha trazado una nueva línea roja a propósito de la OTAN: no solo rechaza la idea de que Ucrania se incorpore a la alianza, algo que (en la práctica) no va a ocurrir a corto plazo, sino la creciente colaboración militar entre Kiev y los miembros de la OTAN, que ya es una realidad. Rusia propone un nuevo orden europeo que impida la ampliación de la Organización Atlántica hacia el este y frene los despliegues y actividades militares.

Tal vez la intención de Rusia es que la acumulación de tropas obligue a hacer concesiones. Pero, dado su historial y con su costumbre de subestimar la hostilidad que inspira Moscú entre los ucranianos fuera de las regiones separatistas, no hay que descartar otra aventura militar. Si Rusia quiere luchar, tiene múltiples opciones que van desde un apoyo limitado a los separatistas hasta un ataque a gran escala.

Las potencias occidentales, que con demasiada frecuencia han recurrido a las bravatas disfrazadas de ambigüedad estratégica, deben aclarar qué están dispuestas a hacer para apoyar a Ucrania, transmitírselo a Moscú y mantener unos límites firmes. Biden, que se va a reunir en persona con Putin a principios de enero, ha empezado ya a hacerlo, al amenazar con sanciones y más acumulación de tropas en el flanco este de la OTAN. Además, los dirigentes occidentales quizá podrían advertir de que habrá reacciones que no buscan pero que podría serles difícil controlar, como la decisión de los miembros de la OTAN de desplegar más personal dentro de la propia Ucrania, con todos los peligros consiguientes.

Pero la disuasión tendrá escasa vigencia si no se hace un esfuerzo para desescalar y sentar las bases de unos acuerdos más sostenibles en Ucrania y otros lugares. Una desescalada coreografiada puede incluir la retirada de fuerzas por parte de Moscú, que ambos bandos reduzcan los ejercicios militares en el Mar Negro y el Mar Báltico, el regreso a las negociaciones de Minsk y conversaciones sobre la seguridad europea, aunque el acuerdo unilateral que propone Rusia está descartado.

En realidad, el pulso no va a permitir a nadie obtener lo que quiere. Puede que al gobierno de Kiev no le gusten los acuerdos de Minsk, pero los firmó y siguen siendo la vía aceptada por la comunidad internacional para resolver la crisis. Putin aspira a que Ucrania sea un vecino obediente, pero esa es una quimera, salvo que esté preparado para una ocupación cara y dolorosa. Europa y EE UU no pueden ni disuadir de nuevas acciones sin que surja el peligro de una escalada ni resolver la crisis de Ucrania sin abordar la seguridad europea en general. En cuanto a Biden, quizá prefiere centrarse en China, pero no puede relegar Rusia a un segundo plano.