Los residentes de Irpin huyen de los intensos combates a través de un puente destruido por las fuerzas rusas, marzo de 2022, Ucrania. Chris McGrath/Getty Images

Hasta ahora, Ucrania ha resistido frente a la agresión de Rusia, gracias al valor de los ucranianos y la ayuda de Occidente. Pero, tras casi un año de combates, no parece que el fin esté cerca.

Cuando el Kremlin emprendió su invasión y su guerra sin cuartel en febrero, daba la impresión de que confiaba en derrocar al gobierno de Kiev e instalar un régimen más dócil. Pero calculó mal. La resistencia ucraniana fue tan feroz como inepta la estrategia rusa. En primavera, después de tener que retirarse de los alrededores de Kiev, Moscú concentró sus fuerzas en el este y el sur. Luego, a finales de verano, las tropas ucranianas, dotadas de armas más potentes suministradas por Occidente, avanzaron también en esas zonas.

Pero Moscú ha decidido jugárselo todo. Ha movilizado aproximadamente a 300.000 hombres más, aunque los datos son poco fiables. Otros tantos, por lo menos, han huido de Rusia, y el Ejército sigue teniendo escasez de personal y material. El Kremlin también anunció la anexión de varias partes de Ucrania entre las que había territorios que no controla. Inició una campaña de ataques aéreos contra las infraestructuras ucranianas y los cortes de electricidad que provocaron han dejado muchas zonas prácticamente inhabitables. Uno de cada tres ucranianos ha acabado desplazado en el último año.

Hasta ahora existen pocos indicios de que Kiev o Moscú vayan a dar marcha atrás. Para los ucranianos, cada nuevo ataque y cada nueva revelación de abusos cometidos por los rusos (entre los que hay ejecuciones sumarias y abusos sexuales) es una razón más para luchar. En Rusia, la propaganda y la opresión disuaden a la oposición de actuar. Ninguna de las partes muestra deseos genuinos de que haya conversaciones de paz. Es comprensible que los ucranianos se resistan a ceder tierras cuando las están recuperando. Y Moscú, aunque dice que está abierto a la diplomacia, sigue exigiendo que Kiev capitule, tacha al Gobierno ucraniano de nazi y dice que está en manos de un Occidente degenerado. Con la escalada que emprende después de cada revés, da la impresión de que Putin está haciendo volar por los aires sus posibilidades de salida.

Se está consolidando un callejón sin salida que nadie sabe cuánto durará. Los dos bandos, atrincherados, buscan agujeros por los que avanzar. Parece improbable un nuevo ataque a Ucrania central desde Bielorrusia, del que se ha hablado mucho, dadas las escasas probabilidades de éxito. Moscú espera que el frío invernal y los altos precios del gas, provocados por el boicot occidental a los hidrocarburos rusos, desbaraten el apoyo europeo a Ucrania. Pero, hasta ahora, la unidad occidental muestra pocas fisuras. Muchos países europeos creen que la derrota de Ucrania envalentonaría a Moscú y los pondría en peligro. La visita del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, a Washington a finales de 2022 confirmó el apoyo de los dos partidos estadounidenses, a pesar de las quejas del ala derecha del Partido Republicano.

En cuanto a la posibilidad de un verdadero cataclismo —una posible escalada nuclear entre la OTAN y Rusia—, tanto Moscú como las capitales occidentales se han esforzado por evitar choques directos. Por ejemplo, Occidente ha rechazado la idea de crear zonas de exclusión aérea y se ha negado a suministrar ciertas armas avanzadas. Rusia ha evitado atacar territorio de la OTAN. Putin se ha referido en repetidas ocasiones a la capacidad nuclear de su país, en teoría como advertencia a Occidente, pero en las últimas semanas se ha retractado de su retórica. Un ataque nuclear tendría escasa utilidad militar y podría desencadenar la intervención directa de la Alianza que Moscú precisamente desea evitar. Aun así, no es una posibilidad inimaginable, sobre todo si el líder ruso siente que está perdiendo el control del poder. Es más, esta guerra ha creado probablemente el mayor riesgo de confrontación nuclear desde hace 60 años. También ha preparado el terreno para que Europa sufra enfrentamientos cada vez más largos y peligrosos, independientemente de lo que pase en Ucrania.

Desde luego, los líderes occidentales deben mantener la puerta abierta al diálogo y dejar claro al Kremlin las ventajas que tendría un acuerdo que Ucrania considera aceptable, sobre todo en cuanto al alivio de las sanciones. Por ahora consideran que, a pesar de los horrores de la guerra, apoyar a Ucrania, aún a riesgo de una escalada nuclear, es mejor que permitir que Rusia se imponga mediante una brutal campaña militar y la amenaza atómica. Es una decisión difícil de tomar, que, hasta cierto punto, desconcierta a otras partes del mundo. Pero hasta ahora es la postura acertada.