Pocos vecinos tienen tantas cosas en común como Ucrania y Rusia. Los dos son eslavos orientales y ortodoxos, tienen sus orígenes en la Kievan Rus de hace mil años y constituyeron un mismo Estado durante más de tres siglos. Sin embargo, la afinidad cultural no engendra necesariamente la amistad. Para la mayoría de los rusos, Ucrania no es más que la pequeña Rusia, inconcebible como un país aparte. Y, con las elecciones presidenciales ucranianas del 17 de enero, Moscú tiene otra oportunidad de demostrar que tiene razón.

Aunque, como es natural, los ucranianos están preocupados en los últimos tiempos por la crisis económica, existe otra crisis que Rusia parece estar decidida a acelerar, puede que incluso en 2010, y que es la del destino de Crimea, la península que va desde el sur de Ucrania hasta el Mar Negro. Esta región autónoma de dos millones de habitantes de etnia rusa, ucranianos y tártaros de Crimea forma parte de Ucrania por el momento, pero Moscú, recientemente, ha afirmado que por derecho debería pertenecer a Rusia.

Boris Yeltsin, el primer presidente de la Federación Rusa postsoviética, hizo lo que pudo para fortificar la soberanía y la integridad territorial de Ucrania. Insistió en que Moscú escogiera una vía de “desarrollo interno”, no una “imperial”. De modo que, en mayo de 1997, Yeltsin impulsó unos acuerdos con Ucrania que dividieron los elementos de la antigua flota soviética en el Mar Negro entre los dos países. Moscú obtuvo una concesión de 20 años de una base en Sebastopol, el mejor puerto de Crimea, y, a cambio, reconoció las fronteras de Ucrania.

Entonces, en 2000, llegó Vladímir Putin. Desde el principio, expresó sus simpatías hacia quienes trataban de preservar la URSS. A los cuatro años de llegar a la presidencia, apoyó abiertamente al candidato de tendencia oriental, Víctor Yanukóvich, en las elecciones presidenciales ucranianas, mientras su rival, Víctor Yúshenko, caía enfermo, envenenado con dioxina. Aunque nunca se demostró la participación del Kremlin, la reacción a estos hechos llevó a Yúshenko y su Revolución Naranja al poder.

Desde entonces, las relaciones entre Kiev y Moscú no han hecho más que empeorar. En enero de 2006 y enero de 2009, Rusia interrumpió el suministro de gas a Ucrania, una ruta fundamental hacia Europa Occidental. En 2008, cuando Estados Unidos hizo campaña para que se admitiera a Ucrania en la OTAN, Putin respondió amenazando con poner fin a la existencia del país. Ese mismo año, en agosto, cuando Moscú envió a 8.000 infantes de marina de Crimea para luchar contra Georgia, Yúshenko prometió impedirles el regreso y proporcionó a Georgia misiles que derribaron varios aviones de combate rusos.

La lista de agravios a Moscú es larga, y no para de crecer: Ucrania envió soldados a defender Georgia; Ucrania expulsó sin razón a supuestos agentes de seguridad rusos; Ucrania hace acusaciones sin sentido de que Rusia transporta armamento pesado por territorio ucraniano sin autorización; Kiev se queja demasiado de las instalaciones rusas en Crimea y sufre paranoia sobre la emisión de pasaportes rusos en la zona. Crimea es el factor impredecible. Las posibilidades de que haya lío son grandes, y la península es un buen caldo de cultivo para provocaciones inesperadas. Se cree que el Kremlin tiene vínculos con los grupos nacionalistas rusos de Crimea, que organizan protestas periódicas. No es probable que haya una intervención militar directa, pero las fuerzas rusas de la base de Sebastopol han tenido últimamente tensos encuentros con las autoridades ucranianas, y existe la posibilidad de un enfrentamiento violento. Ahora que Rusia aspira a renovar su presencia en Sebastopol y Yúshenko se opone cada vez más a ella, para el Kremlin es prioritario poder meter mano en la lucha de poder en Kiev.

Estados Unidos tiene un papel central en los acontecimientos de Crimea, porque en 1994 dio a Ucrania sólidas garantías que animaron a Kiev a desmantelar sus fuerzas nucleares. Lo bueno es que, con toda probabilidad, bastará que el presidente Barack Obama defienda a Ucrania ante las intimidaciones rusas, pero tiene que hacerlo en voz alta y clara, y a tiempo.