Una familia de refugiados sursudaneses en el campamento de Palorinya, Uganda. (Dan Kitwood/Getty Images)

Uganda ha alcanzado el millón de refugiados sursudaneses. Más de 800.000 han llegado en el último año y medio a un país en el que más de la mitad de su población vive en riesgo de pobreza. Pese a la falta de fondos, Uganda ha decidido mantener su política de fronteras abiertas que va mucho más allá de una declaración de intenciones: los refugiados tienen aquí libertad de movimientos, derecho al trabajo y un pedazo de tierra para construir su casa. Un modelo ejemplar de asistencia humanitaria que corre el riesgo de no poder sostenerse si no llega la ayuda internacional.

“Estamos en un momento crítico. Uganda no puede afrontar sola la mayor crisis de refugiados en África”, alertaba en marzo el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi. Durante la primavera, el flujo de refugiados superó las 2.000 personas diarias, con jornadas en que esta cifra llegaba incluso a triplicarse. Por algo, la de Sudán del Sur fue en 2016 la crisis humanitaria que más rápidamente creció en el mundo: más de 750.000 personas huyeron  del país durante el pasado año, lo que eleva la cifra total desde que se inició el conflicto en 2013 a casi dos millones de personas. A los que hay que sumar otros dos millones de desplazados internos.

Aunque en las últimas semanas el flujo migratorio se ha reducido debido a la temporada de lluvias, sólo en julio llegaron a Uganda 20.373 nuevos refugiados, 657 al día. Otros muchos aguardan al otro lado de los puentes de madera a que baje el nivel de los ríos para cruzar la frontera. Desde diciembre se han abierto otros tres campos de refugiados en el país: Impevi, Palorinya y Palabek Ogili, pero ya están saturados. El primero de ellos supera ya los 120.000 residentes y no admite nuevas llegadas. A pocos kilómetros, Bidi Bidi es ya el segundo campo de refugiados más grande del mundo con más de 270.000 habitantes.

Despreciados en otros países vecinos, como Kenia o República Democrática del Congo, los huidos de Sudán del Sur acaban masivamente en Uganda. El país acoge ya el 50% de todos los refugiados, pero su capacidad está al límite. Sumados los desplazados de otros países vecinos, como Burundi o la propia República Democrática del Congo, en Uganda son necesarios 568 millones de dólares para atender a los refugiados. Sin embargo, los fondos actuales apenas alcanzan el 34% del presupuesto requerido.

El pasado verano, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) ya se vio obligado a reducir la ayuda alimentaria a 200.000 refugiados y este mes de mayo se registraron problemas con la distribución de cereales. Según el relato de algunas familias recién llegadas, en las últimas semanas la ración mensual de harina de maíz ha pasado de 15 a 1,5 kilos por persona.

Centenares de personas se hacinan en el campo de Impevi a la espera de recibir alimentos y las protestas se disparan al comprobar que hoy tampoco recibirán la ayuda prometida. “No hay comida”, se hace entender un joven que asegura llevar casi una semana esperando. La tasa de desnutrición entre los menores de cinco años alcanza ya el 14,2% en campos como el de Rhino, a unas décimas de lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) calificaría como situación crítica.

“Uganda está cumpliendo sus obligaciones internacionales con los refugiados a pesar de la presión creada por un flujo migratorio sin precedentes. Si bien es un modelo a seguir por su implementación del Comprehensive Refugee Response Framework, será muy difícil para el país continuar con sus políticas progresistas sin el apoyo robusto de la comunidad internacional”, asegura Lydia Wamala, portavoz del PMA.

 

¿El mejor lugar del mundo para los refugiados?

“Uganda mantiene las fronteras abiertas”, aseguró en abril el primer ministro Ruhakana Rugunda. En plena crisis migratoria, el Gobierno ugandés se reafirmó en su política de acogida, admirada por muchos. “Seguimos recibiendo a nuestros vecinos en su momento de necesidad, pero requerimos urgentemente que la comunidad internacional nos ayude, puesto que la situación se hace cada vez más crítica”, declaró el mandatario.

A diferencia de otros muchos países del mundo donde los refugiados están aislados en campos y no pueden trabajar legalmente, Uganda les ofrece la oportunidad de una nueva vida. Reciben un pequeño terreno para levantar su vivienda -cuya propiedad vuelve al Estado cuando dejan el país-, cuentan con libertad de movimientos y el derecho a trabajar, así como acceso a los servicios básicos de educación primaria y asistencia médica. “Estamos pensando en darles un pedazo de tierra también para que cultiven”, afirma Solomon Osakan, responsable de la oficina del Primer Ministro (OPM, la entidad que se encarga de la gestión de los refugiados) en Arua.

“El único problema es cuando se mueven sin permiso”, señala uno de los trabajadores del equipo de asistencia de la localidad. Los refugiados pueden ir a Kampala o a otro lugar a ver a sus

Niño refugiado en la cola de reparto de alimentos del asentamiento ugandés de Palorinya. (Dan Kitwood/Getty Images)

familiares, avisando previamente a la OPM. Pero si se mueven sin ese permiso, el Gobierno no se hace cargo de lo que pueda pasar.

Los ugandeses se muestran hospitalarios con los recién llegados. Quizás porque muchos también tuvieron que huir cuando el drama de la guerra desangró el país durante los 80. En los alrededores de los campos han surgido mercados y pequeños comercios de ropa y calzado. Entre los refugiados sólo hay palabras de agradecimiento. No obstante, en las últimas semanas han comenzado a abrirse pequeñas grietas de convivencia. En la ciudad fronteriza de Lamwo algunos aldeanos se oponen a la llegada de más sursudaneses y han organizado pequeñas manifestaciones, incitados por políticos locales .

La sequía y los problemas demográficos aparejados a un crecimiento poblacional tan repentino están detrás del conflicto. En el norte del país, en la zona fronteriza con Sudán del Sur, son muchos los que temen quedarse sin tierra y se quejan de que los refugiados reciban lotes de ayuda mientras sus campos se resquebrajan por la sequía. El agua escasea, así como el acceso a leña y a otros suministros básicos. Incluso algunos locales se han hecho pasar por refugiados para abastecerse de maíz, cereales y agua.

La tensión comienza a apoderarse de los caminos. La carretera que une la ciudad sursudanesa de Yei con Uganda, algo más de 200 kilómetros a lo largo de los cuales los refugiados atraviesan zonas controladas por fuerzas gubernamentales y otras por los rebeldes, era hasta ahora el escenario de buena parte de las agresiones sexuales registradas por los organismos internacionales. Pero la violencia sexual ha cruzado la frontera. Las violaciones a cargo tanto de aldeanos ugandeses como de otros sursudaneses se producen incluso en los propios campos de refugiados.

El personal humanitario está sobrepasado y los relatos de los nuevos refugiados que llegan a los centros de recepción dibujan un escenario cada vez más agresivo. “Han matado a varios (refugiados) en los caminos de alrededor”, comenta un joven recién llegado al campo de Impevi, apuntando a varios residentes locales como presuntos responsables de los ataques.

La prioridad para que el alabado modelo ugandés siga funcionando, apunta Wamala del PMA, pasa por “mantener e incrementar” el espacio para la acogida y la “aceptación” entre las comunidades. Para ello hacen falta más fondos que garanticen el mantenimiento de los programas de asistencia alimentaria y el acceso al agua y a los servicios básicos de educación y sanidad. Eso y que el conflicto en Sudán del Sur no siga expulsando a sus propios ciudadanos. Pero hasta el momento, ambas premisas parecen bastante lejanas.

El encuentro solidario celebrado en Kampala el pasado junio apenas logró el compromiso de invertir 358,2 millones de dólares en asistencia humanitaria en los próximos años, cuando la cifra requerida sobrepasaba los 2.000 millones. Tal y como advertía entonces Sarah Jackson, responsable de Amnistía Internacional en el Cuerno de África, resulta urgente un cambio geopolítico que revierta la situación actual. “El triste hito del millón de refugiados debe servir como una llamada de atención a la comunidad internacional sobre la necesidad de más ayuda. Sin una solución al conflicto en Sudán del Sur a la vista, los refugiados continuarán huyendo a Uganda y la crisis humanitaria no hará más que crecer”, advertía Jackson.