Pakistán ha mandado un mensaje claro a los talibanes afganos con la detención de uno de sus principales líderes: ha llegado el momento de que se sienten a negociar con las fuerzas aliadas.

 

Continúan suscitándose interrogantes sobre qué impulsó a Pakistán a perseguir a los líderes talibanes afganos a pesar de que ambas partes solían tener un cierto grado de entendimiento, algo que siempre ha sido despreciado por Estados Unidos y sus aliados occidentales desde el inicio de la guerra contra el terror en octubre de 2001. ¿Cuáles son las razones de este cambio de política?

RIZWAN TABASSUM/AFP/Getty Images

A diferencia de su predecesora, la Administración Obama ha estado siguiendo una política exterior realista hacia Islamabad y ha logrado con relativo éxito en la lucha contra la insurgencia en Afganistán y las regiones fronterizas de Pakistán. En la era Bush, el ex presidente de Pakistán, el general Pervez Musharraf, sufrió una enorme presión debido a las circunstancias políticas internas, lo que explica que tuviera una única opción para perpetuar su ilegítimo mandato: la rendición incondicional a los poco imaginativos dictados en política exterior del ex presidente George Bush. El nexo entre Bush y Mush no dio los resultados deseados en la guerra contra el terror. Tras la partida de Musharraf, llegó a Washington un nuevo equipo de gestores que intentó usar la diplomacia como una herramienta de poder blando y nombró al experimentado diplomático Richard Holbrooke como representante especial para la región AfPak. Tras las elecciones generales de febrero de 2008, el Partido Popular de Pakistán (PPP) tomó el mando y realizó esfuerzos para revertir los daños ocasionados por el gobierno de Musharraf, especialmente en el ámbito de la diplomacia. Tradicionalmente, la política exterior paquistaní viene elaborada por el poderoso Ejército que, que bajo su responsable, el general Ashfaq Pervez Kiyani, intentó mejorar la empañada imagen de la institución. El Gobierno civil, encabezado por el presidente, Asif Alí Zardari, y el primer ministro, Yusuf Raza Gillani, no ha interferido en las importantes decisiones sobre políticas tomadas por el Ejército.

Las relaciones entre el establishment de seguridad de Pakistán y los talibanes de Afganistán han estado revueltas desde 1994. Tras el 11 de septiembre de 2001, Islamabad no tenía otra opción que abandonar a los talibanes debido a la tremenda presión estadounidense, ya que estos se negaban a ceder a las exigencias de EE UU. No obstante no cortó los lazos con su cúpula dirigente. Cuando una filial de los talibanes con base en la región tribal del país, la llamada Tehrik e Taliban Pakistan (TTP), comenzó una campaña de terrorismo contra el Estado y desencadenó una serie de mortíferos atentados suicidas en territorio paquistaní, el Ejército de Pakistán puso en marcha una represión a gran escala contra los militantes islamistas en Waziristán del Sur, Swat, Bajaour y Mohmind. Los talibanes, que ignoran las restricciones que sufre la política exterior en un mundo unipolar, se habían sentido ofendidos cuando su vecino se puso del lado de Washington y la OTAN tras el 11-S. Las operaciones militares en Swat y las áreas tribales contra los simpatizantes de los fundamentalistas afganos empeoraron aún más las ya tensas relaciones entre éstos y las Fuerzas Armadas paquistaníes.

A pesar de las precarias relaciones con los talibanes, Islamabad no dio por rotos los vínculos con el mulá Omar y sus compinches. La razón para adherirse a esta política no era difícil de comprender: debido a la tenaz resistencia de los talibanes (la abrumadora mayoría de ellos son de etnia pastún, el mayor grupo étnico de Afganistán con un 42%), Washington y sus aliados se retirarían antes o después a medida que la guerra se volvía cada vez más impopular en EE UU y las capitales europeas. Con vistas a sus futuras necesidades políticas, Pakistán mantuvo unos vínculos limitados con los comandantes talibanes.

Islamabad ha optado por una estrategia doble: asegurar su papel en la consecución de la paz y, por otro lado, animar a la cúpula talibán a unirse a las conversaciones

El presidente Barack Obama, en su discurso del 1 de diciembre en la Academia Militar de West Point, trazó la estrategia de salida a la vez que anunció un aumento de las tropas, ya que 2009 ha sido el año más sangriento para las fuerzas aliadas desde que comenzara la ofensiva militar. La Conferencia de Londres, celebrada a finales de enero de este año, preveía un proceso de reintegración supervisado por EE UU, pero el presidente afgano Hamid Karzai fue más allá ofreciendo “reconciliación” a “todas” las partes del conflicto. Existía una clara diferencia entre el modo de pensar del líder afgano y los responsables de las políticas estadounidenses. Karzai habló de “reconciliación” que claramente incluía la negociación con los talibanes y su líder espiritual, el mulá Omar, mientras que los estadounidenses mantenían sus reservas. Ellos aspiran a la “reintegración” de los talibanes de bajo y medio nivel que entreguen sus armas y se unan a los esfuerzos del Gobierno afgano. Las políticas de Washington también contemplaban usar dinero, empleos y desarrollo para quienes opten por hacer las paces con las tropas afganas y aliadas.

Estados Unidos ha estado pidiendo a Pakistán que se emplee a fondo contra los talibanes desde el comienzo de la ofensiva militar, pero éste ha andado con pies de plomo. De esta manera, evitaba romper totalmente con ellos de cara a posibles escenarios futuros. La postura de Pakistán se vio justificada durante la Conferencia de Londres, en la que Estados Unidos, Reino Unido y otras partes interesadas expresaron la necesidad de comenzar el proceso de paz y se percataron de que sólo la solución militar no es suficiente. Los líderes talibanes se niegan a acudir a la mesa de negociación y reiteran sus demandas de que hablarán sólo después de que las fuerzas extranjeras abandonen el país.

Pakistán es una de las partes implicadas que sinceramente necesita un Estado pacífico en sus fronteras occidentales. Por ello, Islamabad ha optado por una estrategia doble: asegurar su papel en la consecución de la paz y, por otro lado, animar a la cúpula talibán a unirse a las conversaciones. Las recientes conversaciones entre funcionarios estadounidenses y líderes civiles y militares paquistaníes indican que EE UU ha accedido parcialmente a las demandas de Pakistán respecto a su papel en la futura configuración de Afganistán. Los estadounidenses han estado ocupados garantizando a Islamabad su compromiso con la región, incluso tras la retirada de tropas, además de la llegada de ayuda económica y militar a Pakistán.

Tras conseguir garantías concretas de la Casa Blanca, el Gobierno paquistaní comenzó a presionar a los líderes talibanes para que se unieran al proceso de reconciliación y reintegración. El anuncio de Estados Unidos de que la retirada de sus tropas del país comenzará en julio de 2011 fue juzgado por los talibanes como una debilidad por parte de Washington y la OTAN. Sin embargo, la Operación Moshtariq que el 13 de febrero de 2010 arrancó en la provincia sureña de Helmend, en el distrito de Marjah, un distrito conocido por sus cultivos de adormidera, fue la mayor ofensiva en nueve años, lo que obligó a los talibanes a repensarse su estrategia. Éste fue un modo de ejercer presión. El otro, más sutil, llegó de Pakistán cuando la alta cúpula de los talibanes, especialmente el mulá Abdul Ghani Baradar, segundo en la cadena de mando, fue detenido por las agencias de seguridad paquistaníes. Fue un claro mensaje al esquivo mulá Omar de que la negativa a cumplir con las exigencias paquistaníes puede ser fatal para los líderes talibanes.

Islamabad ha decidido presionar a los líderes talibanes para que se unan al proceso de paz. Estos deberían agarrarse a cualquier apoyo político que Pakistán les ofrezca,  si no, una ofensiva militar de las fuerzas del general Stanley McCrystal en la provincia de Kandahar podría ablandarles lo suficiente para que cambien de opinión. El mensaje de Pakistán a los talibanes es alto y claro: deben unirse al proceso de paz antes de que una nueva ronda de hostilidades pueda causar una gigantesca pérdida de vidas humanas el próximo verano.

 

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