El bloque suramericano debe ordenar primero su casa para proyectarse en el exterior.

 

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Los procesos de integración regional pueden dividirse en dos grandes grupos. Por un lado, están aquellos países que buscan profundizar sus relaciones por la vía exclusiva del comercio. El ejemplo más emblemático de este modelo integrador es el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, en sus siglas en inglés). Desde su entrada en vigencia en 1994, Estados Unidos, Canadá y México han visto profundizadas sus relaciones comerciales trilaterales, alcanzando una mayor complementariedad económica y, en última instancia, una mejora en su competitividad. Pero los objetivos del acuerdo no trascienden a los asuntos vinculados a las relaciones económicas. Como su nombre lo indica, se trata de un tratado de libre comercio, nada más que eso.

Por otro lado, existen las naciones que persiguen un mayor nivel de integración, incentivado asociaciones regionales que vayan más allá de las cuestiones económicas y abarquen propósitos de carácter político y social. Dentro de esta lógica se encuentran tanto el Mercosur como la Unión Europea.

El Mercado Común del Sur, nació con ambiciosos objetivos y suponía un progresivo nivel de integración entre los Estados miembro. El punto de partida se encontraba en las cuestiones económicas como el libre comercio y el establecimiento de un arancel externo común, para luego avanzar en otras aéreas, como la libre circulación de personas y, a largo plazo, la construcción de algún tipo de unión política. Sin lugar a dudas, el proyecto de la UE fue una inspiración para los líderes suramericanos que, allá por 1991, firmaron el tratado de Asunción y dieron inicio a la vida del bloque.

La estructura arancelaria mercosureña es rígida, imposibilitando a sus socios avanzar en acuerdos con terceros países. Si uno de los integrantes del Mercosur desea abrir nuevos mercados por medio de la firma de tratados de libre comercio, solo puede hacerlo conjuntamente con el resto de los miembros. Si bien el Mercosur es un mercado relevante, con un PIB de 3,3 billones de dólares, es relativamente pequeño  si  se considera como un techo (es incluso menor que la economía alemana). Es así que, para continuar en la senda del crecimiento, la necesidad de integrarse a nuevos mercados es, a medio plazo, ineludible. Sin embargo, la posibilidad de un acercamiento con Estados Unidos es sustancialmente baja por motivos políticos.

Más allá de las ventajas o desventajas técnicas que podría tener un acuerdo con los países del NAFTA, la retórica antiestadounidense es electoralmente rentable en América del Sur, sobre todo en Argentina y Venezuela, dos países que son piezas clave dentro del Mercosur. Por lo tanto, quedando descartada la posibilidad de una aproximación entre las Américas, el foco de atención se ha colocado en la Unión Europea como potencial socio. Desde hace varios años, la idea de un área de libre comercio birregional está en la agenda. Las conversaciones se iniciaron en abril de 2000 y llevan ya varias rondas de negociaciones. Si bien se ha prosperado en algunos aspectos técnicos, la falta de apoyo político ha limitado los avances. Argentina y Brasil, los dos socios mayores, se encuentran hace cinco  años sumergidos en una guerra proteccionista, imponiéndose el uno al otro todo tipo de cupos y barreras  arancelarias. El propio Mercosur está comenzando a ver limitada su capacidad de comerciar libremente a nivel intrabloque, disminuyendo así las posibilidades de proyectarse hacia el exterior de forma alineada.

Es esperable que Bruselas y Montevideo continúen con las conversaciones, pero también es altamente probable que, al menos por ahora, las buenas intenciones de las partes no se transformen en más que eso: buenas intenciones.

 

 

 

 

 

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