Combatientes talibanes disparan al aire mientras dispersan una inusual concentración de mujeres que coreaban "Pan, trabajo y libertad" y marchaban frente al edificio del Ministerio de Educación, días antes del primer aniversario del regreso al poder de los islamistas de línea dura. (Foto de Nava Jamshidi/Getty Images)

La religión y la tradición vuelven a ser instrumentos de control social, pero de continuar el autoritarismo talibán y el descontento social, más personas se opondrán al régimen. La resistencia del siglo XXI está liderada por mujeres. 

Un año después de la toma talibán de Kabul podemos hacer balance. El Afganistán de 2021 no es el de 2001. La ideología talibán no se ha alterado en este tiempo, por mucha campaña de blanqueamiento a su favor, artículo de opinión en el New York Times incluido. Por el contrario, los afganos cambiaron, lo que ha forzado a que los talibanes se tengan que adaptar a esa realidad. La situación es especialmente complicada y genera dilemas que requieren evitar caer en los errores del pasado. 

Los talibanes viven la gran paradoja de hacer honor a sus principios, que justifican a través de la religión y la cultura, o ser flexibles, dada la dependencia del exterior, el cual impone sus propias condiciones. Se mueven entre permanecer leales a un ideal, más representado por el ala teocrática basada en Kandahar, encabezada por el autodenominado líder de los creyentes, el Sheij Haibatulá Ajunzada, y el ala ejecutiva en Kabul, un tanto más pragmática, sin querer con ello sugerir que sean liberales. 

La comunidad internacional tiene el dilema de dejar caer al país en otro caos similar al de la década de 1990, o verse colaborando con un grupo ¿insurgente?, ¿terrorista?, ¿gobierno de facto?, eso sí, claramente misógino. A pesar de la retirada definitiva de las tropas extranjeras de suelo afgano, el compromiso internacional con el país no ha terminado. La economía afgana pende de un hilo, porque es fundamentalmente dependiente del exterior y porque los donantes no quieren financiar directa o indirectamente al régimen talibán. 

Un año de la paz de los cementerios 

La República afgana dependía en tres cuartas partes de los fondos provenientes del exterior. A EE UU esta ficción de un Afganistán democrático y avanzado –según su propio diseño, criterio y voluntad– le costó al menos 2.313 mil millones de dólares, 300 millones al día según Forbes. A cada país que participó en las misiones de la OTAN, le llegó su propia factura. La española es de 3.500 millones de euros. Paradójicamente, Afganistán no es ahora más independiente que antes, como propagan las soflamas de quienes respaldan el Emirato Islámico.

En un artículo para el New York TimesMatthieu Atkins explica que hay ahora más expatriados trabajando en la distribución de ayuda humanitaria que antes de la toma talibán. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) está distribuyendo comida a 18 millones de afganos, casi la mitad de la población, y el flujo de fondos de la ONU (unos 1.000 millones de dólares) mantiene la economía a flote lo suficiente como para que no se colapse. El 90% de la población vive bajo la inseguridad alimentaria. El PMA ya identifica provincias en nivel 5, el que precede a la hambruna. 

Si el presidente de EE UU Joe Biden no hubiera congelado los 7.000 dólares del Banco Central afgano, la situación sería diferente. Si los talibanes hubieran mantenido las promesas firmadas en Doha, repetidas en diferentes foros en Moscú o Estambul, de formar un gobierno más representativo y no regresar a sus prácticas de violaciones de derechos humanos, muy especialmente contra las mujeres, la situación también sería muy diferente. Entre unos y otros, los afganos son, una vez más, rehenes de los intereses de propios y ajenos. 

En un país en el que la mitad de la población tiene menos de 18 años, la desnutrición que ya afecta al 90% de los niños resultará en adultos con carencias de salud que un sistema sanitario deficiente no podrá paliar. En algunas provincias, el número de abortos y muertes de recién nacidos se ha doblado debido al estrés y la falta de alimentos de las madres. Dado que solo pueden ser atendidas por doctoras y enfermeras, la prohibición de la educación secundaria pública de niñas (desde los 11-12 años) y el cierre de universidades matará más mujeres y las someterá a un sufrimiento desmedido.

El islam como instrumento de poder

Tras el final de la guerra contra los extranjeros y el gobierno al que apoyaban, llegó el turno de conquistarlas a ellas. Para las mujeres afganas, el 15 de agosto de 2021 la guerra entraba en otra fase. El mantra talibán de respeto sin resquicios de los derechos de las afganas dentro del marco “establecido” en el islam es una gran mentira. En los conflictos armados, los cuerpos de las mujeres se convierten en campos de batalla, en símbolos de los valores atribuidos por ellos, los combatientes, y, especialmente, los ganadores. Los talibanes usan ese concepto manido de “la mujer afgana” para mantener el foco de atención internacional en el país, con el objetivo de conseguir su reconocimiento. 

Pero un sector de las afganas, en este tiempo, aprendió a dejar de ser objeto pasivo de la caridad internacional y de la brutalidad masculina y pasó a ser sujeto activo. En 1996, el líder Mulá Omar declaró que la educación para las niñas, jóvenes en secundaria y mujeres en universidades, quedaba suspendida. Lo de la suspensión “hasta que las condiciones sean favorables” ya sabemos cómo acabó la última vez. Duró cinco años, los que estuvieron en el poder. Las múltiples excusas actuales, desde la falta de uniformes adecuados, falta de seguridad (¿pero no había paz?), condiciones desfavorables, etc., por tanto, no son nuevas. 

KABUL, AFGANISTÁN: Se ven alumnas en el patio de una escuela en Kabul, Afganistán, el 22 de marzo de 2022. (Foto de Sayed Khodaiberdi Sadat/Anadolu Agency vía Getty Images)

Las alusiones a la creación de un Estado islámico regido por la sharía suelen verse como una voluntad de regreso a la medievalidad. Pero la ideología de los talibanes no es una manifestación de lo atávico de sus seguidores, ni del supuesto carácter estático del islam. Es una manifestación contemporánea de esta religión. En realidad, los talibanes son un producto de la modernidad, de la injerencia exterior y la coyuntura internacional propia del siglo XX. De hecho, durante las negociaciones en Doha, mostraron manejar bien el escenario internacional del siglo XXI. 

La escuela jurídica que los talibanes siguen es la hanafí, la que codificara en el siglo VIII el jurista Abu Hanifa. Es la misma que siguen en Asia Meridional (excepto en el sur de India) y Central, así como un 45% de los musulmanes. Además, hay que tener en cuenta que en el islam también se admite como válidas las leyes consuetudinarias de las sociedades en las que se practica. De esta forma, diversos países pueden seguir la misma escuela jurídica sin llegar a tener las mismas leyes o normas. 

Igualmente, dentro del hanafismo hay diferentes tradiciones. La de los talibanes deriva de la escuela india de Deoband, fundada en la ciudad con el mismo nombre en el siglo XIX. Pero no es igual el deobandismo en India que el de los talibanes, aunque haya interpretaciones comunes. Las universidades en las que manufacturaron los militantes y el liderazgo talibán están en territorio pakistaní. La Dar ul-Ulum Haqqania en Akora Khattak es la más notoria. En estos centros han aprendido a instrumentalizar el islam para conseguir sus fines políticos, una especialidad del establishmentpakistaní. 

No existe un islam codificado. La ley islámica que se denomina sharía no existe como tal, sino que es un fin. Lo que sí existe son códigos jurídicos elaborados en siglos pasados (fiqh), que son, quede claro, interpretaciones de hombres de las dos fuentes principales de derecho: el Corán y la Sunna (tradiciones del profeta Mahoma), al que se pueden sumar otros instrumentos de interpretación. Sharía, como describe el pensador y jurista sudanés, Abdulahi An-Na’im, es el camino para acercarse a dios, de cualquier interpretación de su contenido, a la que se llega a través de una metodología (humana) de interpretación del Corán y la Sunna, en un contexto y momento determinados. 

No se trata, por tanto, de algo estático y atemporal, sino de una constante interpretación en la que la diversidad de opinión es común. Lo importante es entender que cuando los talibanes dicen que se trata de derechos contenidos en el islam, de lo que hablan es de su interpretación particular, la de ellos. Parte de su rechazo radical a los derechos de las mujeres está condicionado porque forman parte del legado de la República y porque llegaron de la mano de EE UU. Pero desde 1996, quedó claro qué visión tienen de la mujer en la sociedad afgana y en este año, en la práctica, es patente su marginación de la vida social, laboral y educacional. Su subyugación a la figura masculina tiene un nombre que conocemos bien. 

En unas declaraciones recientes del talib Anas Haqqani, dice que las leyes humanas (se refiere a la Constitución afgana) no son válidas para el Emirato Islámico, “todos los problemas pueden resolverse basándose en la sharía y todas las decisiones pueden tomarse de acuerdo con esta”. Esta es la trampa de las mujeres afganas. Si hubiese unanimidad en la interpretación, habría más países en los que estuviera prohibida la educación secundaria para las niñas. Sin embargo, Afganistán es el único país de mayoría musulmana en el que esto sucede. Turquía, Catar, Emiratos Árabes Unidos, incluso de la Organización de la Conferencia Islámica, han pedido a los talibanes que consideren su postura y permitan la educación de ellas. 

Las afganas no pueden estudiar a partir de secundaria y tampoco elegir cualquier carrera, sino solo aquellas destinadas a tratar con otras mujeres: profesoras, doctoras o enfermeras. Se recomendó una vez más el burka, aunque el mejor purdahsiga siendo no salir de casa. Si se sale de casa (previo permiso), tiene que ser por fuerza mayor y acompañadas de un familiar masculino (mehram). Si salen, que sea tapadas, sin tacones o zapatos que hagan ruido. Nada de llamar la atención. No viajar solas ni dentro ni fuera del país. Esta discriminación sistemática es apartheid de género. 

¿Qué podemos esperar?

Sin duda, la incertidumbre. Buena parte de la inacción internacional hacia Afganistán no es únicamente por hastío o un cambio de prioridades, sino por el revés que supuso el regreso talibán y la falta de ideas sobre cómo relacionarse con ellos. Falta hacer balance de nuestros errores, porque los aciertos los hemos enmarcado y colgado en la pared. Entre quienes hablamos del país, está enmendar nuestro relato, nuestro análisis de Afganistán en el que se nos han colado sesgos coloniales y racistas. Hemos desdeñado el conocimiento afgano, sus propios expertos y en especial, a ellas. Lo más sorprendente es la #sausageparty que recrimina Heather Barr, de Human Rights Watch, en Twitter. La incapacidad de enviar delegaciones de mujeres, que incluyan a afganas, a negociar con los talibanes la situación de mujeres y, en cambio, se publiciten como avances las reuniones de hombres (blancos) con los talibanes para hablar de la situación de mujeres y niñas, es escandaloso. 

KANDAHAR, AFGANISTÁN: Miembros talibanes recién reclutados actúan durante una ceremonia de graduación en el centro de formación de la Policía Nacional de Abu Dujana. (Foto de Murteza Khaliqi/Anadolu Agency vía Getty Images)

Se ha escrito mucho de la incapacidad del gobierno de la República para gobernar territorios más allá de la capital. Sin embargo, los talibanes también tienen problemas para mantener el equilibrio con las provincias. Su forma de ejercer el poder es más descentralizada y está expuesta a las aspiraciones de mayor autonomía o la disensión de los diferentes comandantes en cada provincia y distrito, los cuales administran el poder según su parecer. Luego no es tanto la ley islámica la que gobierna a los afganos, sino señores con intereses muy terrenales y con su propia interpretación de qué es o no aceptable. La religión y la tradición, una vez más, son instrumentos de control social. 

Las protestas de las afganas, tamaña valentía, han tomado a muchos por sorpresa, incluidos los talibanes. La resistencia del siglo XXI a su totalitarismo está liderada por las mujeres, de forma cívica, con sus móviles, sus pancartas pidiendo que no las olvidemos, sus escuelas clandestinas, su determinación a no ser borradas de la vida. En esta resistencia civil, no participan todos, pero de continuar el autoritarismo talibán y el descontento social, sumará adeptos. La oposición civil es una batalla que los talibanes no podrán ganar. No hay vuelta atrás. No seamos cómplices de este apartheid