El Tratado de Lisboa celebra su primer aniversario. Desde su entrada en vigor, Europa ha vivido sobresaltos como los ataques especulativos al euro, los recates a Grecia e Irlanda y además, sigue sin saber cómo reaccionar al declive de su liderazgo en el mundo. Desde FP en español queremos valorar el primer año de vida del Tratado y para ello hemos preguntado a expertos, periodistas y políticos qué nota le pondrían y si ha estado a la altura.

 

 

José Ignacio Torreblanca

Nota: 5

No ha demostrado ser la solución. Tampoco es el problema. Ni valor añadido contra la crisis ni rémora. Afortunadamente, Catherine Ashton no ha tenido que hacer frente a ninguna crisis, así que tampoco hemos podido compararla con Javier Solana. La evaluación de Ashton está pendiente de que se desarrolle el Servicio Europeo de Acción Exterior. Por tanto, tablas. Pasa curso, pero el año que viene se le notarán más las lagunas.

José Ignacio Torreblanca es director e investigador senior de la oficina de Madrid del European Council on Foreign Relations.

 

Alain Délétroz

Nota: 7 en los cambios organizativos y un 3 a la Acción Exterior.

A escala organizacional, Catherine Ashton ha logrado que su plan para el Servicio de Acción Exterior sea aprobado por los 27 gobiernos y el Parlamento Europeo. Un reto que no siempre se ha estimado a su justo nivel de dificultad. La estructura aprobada se está instalando y los nombramientos en la cúpula van haciéndose, con muchas personas sumamente bien cualificadas para esos puestos. Pero la máquina burocrática en Bruselas sale del ejercicio muy desanimada. Una gestión un poco más sensible de las personas hubiera podido evitar eso.

En cuanto a la visibilidad y el mejoramiento de la Acción Exterior de la Unión, este primer año fue una catástrofe. Un diplomático europeo, secretario general de una gran organización internacional calificó así las consecuencias de Lisboa en su trabajo: “Tuve que despertar y darme cuenta que tenemos menos Europa ahora que antes de Lisboa. Antes los Estados miembros trataban de acordar sus posiciones dentro de nuestra organización, ahora ni se preocupan de eso”. En ningún lugar de crisis, la UE ha podido actuar con valor y firmeza. Desde Costa de Marfil a Kirguizistán, pasando por Haití u Oriente Medio, la invisibilidad política de la Unión parece esconder su papel como donante dominante en la mayoría de las zonas de conflictos o de catástrofes naturales. Podría decirse que las transacciones en Bruselas para la organización del Servicio Exterior han acaparado todas las energías políticas de Ashton.

Pero tener una Alta Representante que, en un año en el puesto, no haya logrado  perfilarse en ningún terreno de la política exterior acaba siendo un problema real para Europa. Es hora de que Ashton reconozca que su papel no puede limitarse al manejo burocrático de Bruselas, sino que debería también personificar las ambiciones europeas en el mundo. Un año más de tan débil presencia europea en el mundo, y Ashton firmaría la muerte política del Tratado de Lisboa.

Alain Délétroz es vicepresidente para Europa de International Crisis Group.

 

José M. de Areilza

Este primer año de funcionamiento del Tratado de Lisboa hemos asistido a la desordenada multiplicación de presidencias y órganos unipersonales: presidente del Consejo Europeo, presidente de la Comisión, presidente del Parlamento Europeo, presidente del Eurogrupo, presidente del BCE, Alta Representante, presidencia semestral del Consejo de Ministros… Este diseño da lugar a una fragmentación en focos de poder y rivalidades complicadas de resolver. El año 2010 no debería ser el punto de inflexión a partir del cual las instituciones colectivas europeas se subordinan a personalidades individuales y, por lo tanto, cobran una importancia mucho mayor las cualidades particulares de titulares del puesto. Jean Monnet lo recordaba en sus memorias: “para que bien funcione la integración europea, lo importante son las instituciones”.

En política exterior, la Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, la baronesa Catherine Ashton, elegida por su perfil político bajo, por los tres países más poblados, ha intentado utilizar estos meses su poder de iniciativa y hacer valer su capacidad de supervisar la aplicación de las decisiones tomadas. Sin embargo, se ha encontrado con que la política exterior sigue estando vigilada en sus fases más decisivas por el mecanismo de la unanimidad del Consejo Europeo y del Consejo de Ministros de la UE.

José M. de Areilza es titular de la Cátedra Jean Monnet del Instituto de Empresa.

 

Mireia Juste

Nota: 6

Uno de los aspectos más llamativos de la puesta en práctica del Tratado de Lisboa es cómo las instituciones europeas están intentando marcar su territorio. El ejemplo más reciente lo tenemos en la falta de acuerdo sobre el presupuesto de la UE en 2011. El Consejo no ha dado su brazo a torcer y no ha aceptado las peticiones del Parlamento Europeo, que a cambio de limitar el incremento de los pagos a un 2,91%, como defendían los veintisiete, solicitaba abrir el debate sobre los recursos propios y tener más poder en las negociaciones del futuro marco financiero de la UE.

Otra prueba de esta lucha la tenemos en el acuerdo marco cerrado el 20 de octubre por la Eurocámara y la Comisión Europea para gobernar sus relaciones durante los próximos cinco años. El Consejo reaccionó al día siguiente diciendo que el texto daba al Parlamento poderes no contemplados en la legislación vigente e incluso ha amenazado con ir al Tribunal de Justicia de la UE si los eurodiputados se exceden en sus funciones.

Una de las innovaciones del Tratado de Lisboa es la figura del presidente permanente de la Unión, Herman Van Rompuy. Su presencia ha ayudado a acelerar y facilitar la respuesta de la UE a la crisis de deuda soberana que ahora vive el continente. Cuando estallaron los problemas en Grecia y se llegó a pensar que la eurozona tenía los días contados, Van Rompuy supo conciliar las posiciones de los Gobiernos y limar las reticencias alemanas para aprobar el rescate.

La reforma de la gobernanza económica de la UE ha dejado patentes ciertas tensiones entre el Consejo Europeo y la Comisión, cuyo poder de iniciativa ha parecido en ocasiones suplantado por las propuestas de la task force dirigida por Van Rompuy.

Mireia Juste es jefa de redacción de Aquí Europa.

 

Paul Engel

Nota: 6

El objetivo principal del Tratado de Lisboa en el ámbito de las relaciones exteriores es desarrollar un enfoque más coherente de la Acción Exterior de la Unión Europea. Hay un gran potencial en el Tratado para cumplir con este objetivo, en beneficio de la UE y de sus socios en un mundo en desarrollo.

No obstante, los veintisiete son los que van a aprovechar las oportunidades creadas por Lisboa. El año se ha caracterizado por una batalla de influencia entre la Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y su personal, la Comisión, el Consejo, el Parlamento Europeo y los Estados miembros, en particular en la organización y funcionamiento del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAS) y los nombramientos de los nuevos Jefes de Delegaciones, más que por un pensamiento estratégico conjunto sobre la mejor manera de fortalecer la política exterior de la UE. Al mismo tiempo, la Alta Representante y su equipo han mostrado, hasta ahora, muy poca ambición. Deberían ir más allá de la política exterior europea clásica y tener el liderazgo de mandato más amplio en las relaciones exteriores de la UE, desde el cambio climático a la diplomacia en inmigración; así como las relaciones de la Unión con África, más allá de la piratería en el Cuerno de África y la lucha contra el terrorismo en el Sáhel.

Todavía es muy pronto para poder evaluar el Tratado de Lisboa en cuanto a su méritos en acción exterior, principalmente porque el SEAS no está todavía desarrollado. No se puede culpar a un futuro jugador de fútbol profesional por no correr con el balón en su primer aniversario. Creemos que es más útil fomentar y apoyar a los actores de la UE a intensificar los esfuerzos para garantizar que el Tratado esté a la altura de su potencial en el futuro.

Paul Engel es director del European Centre for Development Policy Management.

 

Juan Cuesta

Nota: 5

La obsesión tras el fracaso constitucional de 2004 fue cómo hacer una constitución sin que se notara y, por supuesto, sin que llevara tal nombre. En una palabra cómo camuflarla para no herir sensibilidades… euroescépticas y antieuropeístas. Y el texto se recompuso y firmó en diciembre de 2007, pero luego las dudas, si no el rechazo, de irlandeses, checos y polacos hicieron que su entrada en vigor se pospusiera nada menos que dos años. Es la complejidad de los procesos de toma de decisión en la Unión Europea y los necesarios acuerdos, consensos y unanimidades, pero lo cierto es que el Tratado de Lisboa nació viejo. Francia y Alemania ya están impulsando una nueva reforma para ganar en eficacia frente a la crisis.

Nació, fundamentalmente, para que Europa hablara con una voz en el mundo, pero la UE como actor global ha perdido liderazgo. Ahora no está ni se le espera en la esfera internacional. Cierto es que el Parlamento Europeo ha ganado poder y que el Consejo se ha convertido en el gobierno económico del continente, pero es evidente que faltó perspectiva y prospectiva. La Convención Europea que puso las bases de lo que luego sería el Tratado de Lisboa se celebró en el 2000. ¿Cuánto ha llovido desde entonces?

Juan Cuesta es presidente de Europa en Suma.