El presidente Obama en la Casa Blanca (Alex Wong/Getty Images).
El presidente Obama en la Casa Blanca (Alex Wong/Getty Images).

¿Hay oportunidad para ascender de nuevo? He aquí algunas recetas que el presidente podría emplear para dar relevancia a su mandato antes de dejar el cargo.

Es difícil imaginar mayores expectativas depositadas en una persona, y aún menos en un político. Cuando Barack Obama ganó el caucus de Iowa en 2008, se convirtió en un símbolo de la esperanza y el cambio no solo en Estados Unidos, sino por todo el mundo. Sin importar cuál sea el idioma de un país: “Ye we can” se ha convertido en un grito universal de lucha.

El mundo observó y celebró con júbilo cómo Obama era elegido y tomaba después posesión como si él mismo perteneciera a todo el mundo. Tras menos de un año en el cargo recibió el Premio Nobel de la Paz. En esos días, la expresión "cuanto más alto subes desde más alto caes" pasó por mi cabeza. Parecía imposible que Obama, un político, pudiera estar de ninguna manera a la altura de esas expectativas y cuando no lo consiguiera la caída sería dura, no solo para él, sino también para quienes habían depositado en él sus esperanzas.

Solo seis años después, ha presenciado una soberana paliza a su Partido en las elecciones legislativas de mitad de legislatura: esta vez los republicanos no solo han conservado la Cámara de Representantes sino que han tomado también el Senado, lo que le obliga a afrontar los dos últimos años de su segundo mandato ante un Congreso hostil. Pero esto no es algo inusual, no hace más que seguir los pasos de George W. Bush, Bill Clinton, Ronald Reagan, Dwight Eisenhower y Franklin D. Roosevelt. Aunque desde luego esto no será de gran consuelo para Obama quien, como reveló un alto funcionario de la Administración, estaba "con muchas ganas de dejar atrás esta campaña". No es ningún secreto que el presidente ha llevado muy mal sentirse marginado durante esta campaña, en la que ha habido desde candidatos demócratas que simplemente le han evitado a otros que ni siquiera estuvieron dispuestos a admitir que le habían votado.

Las encuestas con sus índices de aprobación sirven para identificar los puntos bajos de su presidencia, el peor de los cuales tuvo lugar durante 2013 (según datos de Gallup). En julio de 2013 comenzó un descenso que se ha ido intensificando considerablemente. Lo que pasó el mes de antes fue la revelación por parte de Edward Snowden del espionaje que llevaba a cabo la Agencia de Seguridad Nacional sobre los ciudadanos estadounidenses. Esto molestó a la extrema derecha (que ya estaba en contra de Obama) y, lo que es más importante, a la izquierda. Aproximadamente, por la misma época se produjo el escándalo del IRS (el Internal Revenue Service, la agencia encargada de la recaudación de impuestos) y su trato injusto a los grupos conservadores. Sus índices de aprobación fluctuaron entre el 44 y el 46% a lo largo del verano y hacia finales de agosto comenzaron un descenso constante que alcanzó su punto más bajo en el 40% de diciembre de 2013, potenciado por la paralización de los servicios públicos (government shutdown) del 1 al 16 de octubre, así como por los fallos en el lanzamiento de la página web de Obamacare, que comenzaba el 1 de octubre.

Se puede argumentar que la supuesta impopularidad de Obama responde más a algo creado por los medios de comunicación y framing de los republicanos que a que las cifras estén realmente por los suelos. Comparado con otros presidentes, no se puede decir que sus índices se hayan hundido: el punto más bajo de George W. Bush fue el 25%, el de su padre, George H. W. Bush, el 29%, y los de Reagan y Clinton, el 35 y el 37% respectivamente. Además, los índices generales de aprobación del presidente tienen bastante que ver con cómo ven los demócratas, que son clientes difíciles, su desempeño del cargo. Los números por afiliación a partidos muestran que los republicanos, como era de esperar, tienen una opinión constantemente negativa de Obama, al margen de un periodo de luna de miel en 2009 en el que otorgaban a su gestión una aprobación de hasta un 41%. Estas cifras cayeron rápidamente y hacia agosto de ese mismo año comenzaron a oscilar en torno a la cota del 10%. Mientras que los republicanos desaprueban de un modo sistemático la gestión del actual presidente y los independientes tienden a seguir de cerca la tendencia general, han sido, en realidad, los demócratas los responsables de derrumbar sus índices de aprobación.

Existe un popular dicho en Washington que afirma que "los demócratas se enamoran y los republicanos se alinean". Las emociones tienen un papel muy importante en la política y todo el mundo sabe que del amor al odio hay un paso. Los demócratas son famosos por su volubilidad y por ser especialmente exigentes con sus presidentes. Comenzaron el verano de 2013 aprobando el desempeño de Obama en su cargo por un 84%. Para septiembre esas cifras se habían hundido 6 puntos hasta llegar al 78%. Durante ese mismo periodo, los republicanos se mantuvieron entre 14 y el 13% y los independientes en el 39 y 36%. Pero el mayor hundimiento de los índices de aprobación de Obama se ha producido recientemente, durante la primera semana de septiembre de este año, cuando cayó hasta el punto más bajo registrado durante su mandato: un periodo de tres días con una media del 38%.

Esto coincide con el comienzo de la temporada de campaña de las elecciones de mitad de legislatura y con las historias reflejadas en la prensa de que los candidatos demócratas no querían tener nada que ver con Obama, y de que tanto el presidente como Michelle Obama se mantenían en general ausentes de los actos de campaña. Esto genera un interrogante del tipo del huevo y la gallina: ¿rechazaron los demócratas a su presidente a causa de sus bajos índices de aprobación o fueron sus índices de aprobación los que sufrieron precisamente porque daba la impresión de que su propio Partido estaba huyendo de él?

Esta pregunta está sujeta a una gran cantidad de debate y los demócratas que notoriamente esquivaron a Obama durante esta última campaña no obtuvieron buenos resultados. El ejemplo más destacado es el de Alison Lundergan Grimes, candidata demócrata al Senado que se presentó contra el Líder de la Minoría del Senado, Mitch McConnell, en Kentucky. Grimes no quiso tener nada que ver con Obama durante la campaña, lo que es comprensible dado lo conservador que es el estado de Kentucky. Pero es que además fue más allá con dos acciones adicionales: negándose a decir si había votado a Obama y subrayando sus diferencias en una campaña publicitaria: “Yo no soy Barack Obama, estoy en desacuerdo con él en los temas de armas, petróleo y la EPA (Agencia de Protección al Medio Ambiente)”. Grimes estaba librando una batalla muy difícil desde el inicio pero al final perdió ante McConnell por un 16%.

Por otro lado, el único candidato al Senado que dio la bienvenida a la presencia de Obama fue Gary Peters, de Michigan, que ganó por un 13%. Esto no quiere decir que todos aquellos por los que Obama hizo campaña hayan ganado; hubo de todo en los resultados, y 5 de los 9 candidatos a favor de los que hizo campaña en el periodo previo al 4 de noviembre perdieron. Hillary Clinton también obtuvo resultados variados, con un total de 12 victorias, 13 derrotas y una segunda vuelta (en Louisiana).

Es cierto que los republicanos plantearon la campaña como un referéndum sobre Obama, al igual que hicieron los demócratas con George W. Bush en 2006, y como hace, en general, cualquiera que sea el partido que no controle la Casa Blanca. Como en la mayoría de las elecciones legislativas de mitad de mandato, aproximadamente un 60% de los posibles votantes decidieron quedarse en casa y aquellos que sí fueron a las urnas eran más blancos y más mayores; y éstos prefieren a los republicanos. Eso, sumado al hecho de que el gran grupo de demócratas que consiguió escaños al Senado en la elección presidencial de 2008 estuvieran defendiendo estos mismos escaños en esta ocasión con un electorado radicalmente diferente.

Esto nos lleva a recordar a otros presidentes que sufrieron grandes derrotas en el Congreso en su sexto año, como George W. Bush, Clinton, Reagan, Eisenhower y Roosevelt. Como Obama, Reagan ya trabajaba con un Congreso mixto: una Cámara demócrata y un Senado republicano, pero en las legislativas de 1986 los republicanos perdieron también el Senado. Reagan desde luego consiguió dar relevancia al resto de sus dos años de mandato e incluso se las arregló para dejar el poder en manos de otro republicano. John Nichols señala en un artículo reciente en The Nation: “Reagan, Eisenhower y Roosevelt fueron todos rechazados, menospreciados y descartados por sus críticos. Y, sin embargo, decidieron que serían ellos —y no sus enemigos— quienes escribieran los últimos capítulos de sus presidencias".

Obama no tiene que ser un lame duck (pato cojo, que no es capaz de gobernar) si no quiere serlo. Aunque mencionó el compromiso con los republicanos en sus comentarios tras las legislativas, los demócratas, en especial los progresistas, verán cómo se reaviva su amor por el presidente si éste usa su poder de veto, la acción ejecutiva y su púlpito privilegiado para rechazar el proyecto del oleoducto XL, mantener un debate abierto sobre la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP, en sus siglas en inglés), tomar medidas sobre el cambio climático, detener las deportaciones y no meterse en ninguna guerra estúpida. Los activistas pueden incitarle a apoyar estos y otros temas apelando a la calle y a los medios de comunicación.

La oficina del presidente tiene también una gran libertad de acción en materia de asuntos exteriores y, a pesar de las diversas crisis internacionales del mundo, es un área en la que haría bien en centrarse, entre otras cosas porque la opinión pública global se ha portado bien con él. El 72% de los españoles tenía confianza en Obama en 2009 y aunque esa cifra alcanzó un punto bajo del 54% en su año más duro, 2013, ha rebotado hasta el 58% en 2014. La confianza mundial en Obama es en general mucho más positiva que en los índices de los ciudadanos estadounidenses. Por el contrario, Bush tenía índices mucho peores en el extranjero de los que tenía en Estados Unidos. Obama haría bien en emplear parte de este capital político en temas como el cambio climático y detener la proliferación nuclear que no solo están cercanos a su corazón sino también al de sus votantes.

Al final, Obama tendrá que decidir quién y qué le definirá durante sus dos últimos años en el poder. Los demócratas hace mucho que se han cansado de los intentos de Obama de trabajar con los republicanos, que ya han quemado todas las ramas de olivo que les ha ofrecido. Ya no hay más elecciones por delante y no hay necesidad de apelar a políticas centristas o a los votantes indecisos. Obama haría bien en reflexionar sobre qué es lo que quería conseguir allá por 2008, lo que 69.498.516 estadounidenses le eligieron para que hiciera, y entonces quizá logre poner un broche de oro a su presidencia antes de dejar el cargo en 2016.