El presidente de Uzbekistán, Islam Karímov, durante su visita a Moscú, Rusia. (Sergei KAarpukhin/AFP/Getty Images)
El presidente de Uzbekistán, Islam Karímov, durante su visita a Moscú, Rusia. (Sergei Karpukhin/AFP/Getty Images)

El derrame cerebral sufrido por el histórico líder autoritario de Uzbekistán (y los rumores sin confirmar de un posible fallecimiento) ha empujado al país hacia lo desconocido, pero los más íntimos del presidente van a tratar de conservar el poder y lograr que haya los mínimos trastornos durante la transición. 

Este año, Uzbekistán celebra su día de la independencia (1 de septiembre), sin el histórico presidente Islam Karímov, una novedad trascendental en este estratégico país de Asia Central desde que se escindió de la antigua Unión Soviética, hace 25 años.

El dirigente, de 78 años, que ha gobernado con puño de hierro desde 1991, sufrió un derrame cerebral el 27 de agosto. Las autoridades uzbekas han roto el tabú relativo a la salud del presidente y han dicho que tiene una dolencia grave que quizá tarde en curarse. Tras años de especulaciones y expectación, el Estado más poblado de Asia Central puede encontrarse con una transición llena de tensiones, una perspectiva muy inquietante para sus vecinos.

De acuerdo con la Constitución, si el presidente no puede desempeñar sus funciones, el presidente del Senado asume el cargo en funciones hasta las siguientes elecciones. Nigmatilla Yuldashev, antiguo ministro de Justicia, fue designado para el cargo por el propio Karímov en enero de 2015. Es un hombre leal que debe su posición al apoyo del presidente, pero en Uzbekistán existen pocos precedentes de respeto a la Carta Magna, que ha sido objeto de enmiendas constantes para consolidar el poder de Karímov.

Aunque el presidente está temporalmente incapacitado, su pronóstico no está claro. Según su hija Lola Karimova-Tillyaeva, se encuentra en condición estable.

Cuando llegue el momento de iniciar una transición, lo más probable es que el poder Ejecutivo esté en manos del círculo más íntimo de Karímov, formado por el primer ministro Shavkat Mirziyoyev, el viceprimer ministro y ministro de Finanzas Rustam Azimov y el temido responsable de los Servicios de Seguridad Nacional (SSN), Rustam Inoyatov.

Todos ellos querrán un traspaso de poderes fluido y sin que se aireen los trapos sucios en público. Si logran evitar las luchas internas, se supone que podrán controlar a las partes interesadas y las redes clientelares que forman un sistema opaco de gobierno y privilegios. Es probable que todo esté ya previsto desde hace tiempo y que cada miembro del círculo escogido sepa cuál es su papel.

Aunque no es un proceso democrático, seguramente reducirá la inestabilidad inmediata; los vecinos de Uzbekistán —en especial, Kirguistán y Tayikistán— lo agradecerían. Los peligros constantes que afronta la seguridad de la región, por ejemplo la expansión de amenazas internacionales como el autoproclamado Estado Islámico, quedaron patentes con el atentado suicida que el 30 de agosto hirió a tres guardias en la embajada china en Biskek, Kirguistán.

Podrían seguir el ejemplo de Turkmenistán. Su difunto presidente, Saparmurat Niyazov, era un gobernante mucho más voluble que Karímov. Sin embargo, a los dos meses de su muerte en 2006, Gurbanguly Berdimuhamedov fue proclamado jefe del Estado sin que el despotismo del país sufriera ningún trastorno visible. No parece que una transición controlada de ese tipo en Uzbekistán vaya a desembocar en ninguna reforma del sistema autoritario, pero casi todos considerarían muy peligroso un cambio caótico en una región tan frágil.

Uzbekistán es un país de gran diversidad étnica, formado por clanes y regiones que rivalizan desde hace siglos y entre los que aún son posibles los conflictos. En el noroeste, Karakalpakstán es una república autónoma rica en recursos y con un medio ambiente muy deteriorado, a la que nunca se ha permitido celebrar un referéndum de autodeterminación. Los disidentes karakalpakos, en su mayoría en el exilio, se quejan de que los habitantes de etnia uzbeka invaden su región, con los prejuicios contra su cultura y una red omnipresente de informadores de la policía. Algunos se han sentido fortalecidos por las acciones de Rusia en Crimea y han aumentado sus protestas, con la esperanza de obtener un apoyo similar para sus ambiciones. Pero tanto a ellos como a otros políticos uzbekos en el exilio se les va la fuerza por la boca.

El Valle de Fergana, densamente poblado, vive perseguido por el recuerdo de las medidas represoras del Gobierno en 2005, que dejaron centenares de muertos, sobre todo en la ciudad de Andiyán. En el último año han bajado las rentas en todo el país y las detenciones masivas de presuntos extremistas islámicos han contribuido a la sensación de miedo y desconfianza.

La política exterior de Karímov lleva años dando bandazos y el resultado es unas relaciones turbulentas con Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea. Da la impresión de que China trata a Taskent con más cautela que a otros Estados de Asia Central. Una base aérea estadounidense se cerró después de que Washington criticara la violencia en 2005. Uzbekistán ha entrado y salido varias veces de la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva creada por Rusia y se ha negado a integrarse en la Unión Económica Euroasiática, el grupo comercial dominado por Moscú. No obstante, el Kremlin tiene una baza poderosa, que son los dos millones de trabajadores uzbekos emigrados al país vecino y cuyas remesas son cruciales para la economía de Uzbekistán. En privado, los diplomáticos rusos dicen que en Moscú no pueden ni ver a Karímov.

Periódicamente, se habla de la hija del presidente uzbeko, Lola, como posible sucesora, pero ella asegura no estar interesada en ningún alto cargo oficial; y su otra hija, Gulnara, está desprestigiada por una serie de escándalos financieros. La preocupación más acuciante de cualquiera del círculo presidencial que asuma el liderazgo —aunque solo sea en funciones— será mantener el status quo.

Una estabilidad que disimule las grietas que amenazan con romper el país será probablemente también la estrategia preferida de los países vecinos, al menos a corto plazo. Su esperanza será que el clan de Taskent respete los acuerdos logrados entre bastidores con el fin de evitar una posible crisis violenta llena de consecuencias para la región.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

 

El texto original ha sido publicado en la página de International Crisis Group

 

 

comision

 

Actividad subvencionada por la Secretaría de Estado de Asuntos Exteriores