Mudhakarat Na’ib min
Misr (Memorias de un representante de Egipto
, dos volúmenes)
Muhammad Gamal Heshmat
Dar el-Wafaa,
Al Mansurah, Egipto, 2005 y 2006 (en árabe)


El islam político atraviesa una etapa victoriosa. El pasado invierno,
los Hermanos Musulmanes de Egipto acapararon el 20% de los escaños del
Parlamento del país, mientras que Hamás, su tempestuoso vástago
palestino, se hizo con el poder en los territorios ocupados. Ambos triunfos
electorales han generado un intenso desasosiego en Washington y en todo Oriente
Medio, ante la posibilidad de que la democratización en esa región
traiga resultados desagradables.

Pero también es posible que los recientes éxitos políticos
del islam no representen una adhesión popular al fundamentalismo. Después
de todo, los Hermanos anuncian constantemente su compromiso con la democracia,
y el intelectual egipcio Saaedín Ibrahim ha argumentado que el grupo
es más una versión islámica de los democratacristianos
europeos que un auxiliar de Al Qaeda. Algunos acusan a los Hermanos de fingir
que son demócratas, pero el intelectual Mona El Ghobashy ha pedido con
buen criterio que se abandone ese estéril ejercicio de "¿son
o no son?" para observar en su lugar qué hace en realidad el movimiento.

Gamal Heshmat, miembro destacado de la organización egipcia, nos brinda
una oportunidad de hacer lo mismo con su nuevo libro titulado Memorias
de un representante de Egipto
. Heshmat, miembro del Parlamento de 2000 a 2003, es
del material con el que está hecha la clase política. Joven y
carismático, es un contraste refrescante frente a los burócratas
mofletudos que habitan en las anquilosadas estructuras políticas de
Egipto. Baheyya, un famoso blogger egipcio, le ha calificado de "infatigable
luchador", que podría llegar a ministro si El Cairo fuera una
auténtica democracia. Y, aunque es probable que su obra no tenga mucha
difusión (fue publicada en Al Mansurah, una pequeña localidad
situada a unos 110 kilómetros al norte de la capital), parece escrita
con una audiencia de millones de personas en mente.

Entonces, ¿qué hace un representante de Egipto y de los Hermanos
Musulmanes? Los parlamentarios de Egipto son una especie muy desprestigiada,
y son conocidos fundamentalmente por aplaudir durante los grandes discursos
o si no echarse una cabezadita. Pero Heshmat no hacía ni lo uno ni lo
otro. De hecho, apenas se había asentado en su cargo cuando los acontecimientos
conspiraron para convertirle en "el más famoso representante de
Egipto". El ascenso de Heshmat a un puesto de importancia nacional comenzó con
una llamada de teléfono de un amigo que se sintió indignado ante
tres novelas eróticas publicadas por el Ministerio de Cultura. Tras
consultar a varios juristas islámicos, Heshmat llegó a la conclusión
de que el uso de fondos públicos para publicar tales "obscenidades" era "una
violación por parte del Gobierno y de sus ministros de la Constitución
y la ley que juraron respetar". Heshmat presentó una queja al
titular de Cultura, quien, temiendo que pudiesen producirse manifestaciones,
retiró los libros y destituyó al burócrata que los había
aprobado.


Puede que los Hermanos Musulmanes traigan consigo el islam, pero lo que los egipcios escuchan es que traen una solución


Pero, aunque el Gobierno dio marcha atrás —el ministro incluso
envió una carta de agradecimiento a Heshmat—, los literatos liberales
de Egipto se negaron a plegarse tan silenciosamente. Heshmat escribe que reaccionaron "como
si hubiera llegado el Apocalipsis", tachándole a él y a
los Hermanos de filibusteros que iban a sumir a Egipto en las tinieblas. Resulta
decepcionante que este político descalifique a sus críticos afirmando
que son gente disoluta que "ve a las mujeres y al sexo como meras cuestiones
de expresión artística sin prestar atención a […]
los valores y tradiciones del pueblo egipcio".

Este episodio podría sugerir que aquellos que consideran a la organización
islámica como una amenaza para la civilización tienen razón,
pero no hay nada ignorante en la cruzada de Heshmat. El incidente recuerda
menos a los talibanes y más el escándalo en Estados Unidos por
la financiación pública de la cultura y las artes. Y aunque el
celo del islamista por la censura es inquietante, vale la pena fijarse en que él
no estaba argumentando que los libros fueran de por sí ilegales, sólo
que el Gobierno no debía subvencionarlos. Más alarmante sería
que hubiese intentado prohibir un libro publicado por una editorial privada,
pero eso no fue lo que hizo. (Aunque tal vez fuese simplemente porque creyó que
podía influir más fácilmente en lo público).

Sin embargo, este inaceptable acto de represión escondía una
astuta crítica de cómo las dictaduras controlan la información;
entrevistado en Al Yazira, Heshmat señaló que la editorial gubernamental
estaba vendiendo copias de la Constitución egipcia a un precio 30 veces
superior al de las novelas infractoras. "¿A quién le interesa
que algo que todo ciudadano debería memorizar se venda a unos dos euros,
mientras que un libro explícito desde el punto de vista sexual y ruin
en cuanto a la moral cueste 50 piastras (unos 20 céntimos de euro)?",
se preguntaba.

No hay duda del compromiso de Heshmat respecto al imperio del Corán,
pero, a veces, parece dejarse llevar más por un ansia de vapulear a
los poderosos que por un deseo de hacer que se cumpla la sharia. Un capítulo
del segundo volumen, La destitución de siete cargos, presenta algunas
de las cabelleras más caras que se cobra Heshmat, entre las cuales están
el supervisor holgazán del departamento regional de Educación,
el director corrupto de la empresa local de suministro energético y
un contratista del Gobierno que malversa fondos asignados a un proyecto de
abastecimiento de agua.

La alegría del político egipcio parece un poco fuera de lugar,
como si el despido de los burócratas y no la resolución de los
problemas que éstos provocan fuera lo que importara. Pero en el Egipto
autoritario, la destitución de cualquier poderoso es poco frecuente,
incluso más cuando resulta no de una purga bizantina, sino de la presión
externa. Si podemos acabar con estos caballeros, parece afirmar Heshmat, piénsese
en a quién más se puede eliminar. Al final, sin embargo, es él
mismo quien es removido. Dos años antes del término de su mandato,
los tribunales anularon las elecciones que lo colocaron en el Parlamento, alegando
que algunos votos dirigidos a uno de sus oponentes habían ido a parar
a otro, independientemente de que Heshmat hubiese derrotado de forma aplastante
a ambos. Se celebraron nuevas elecciones, y se amañaron para que perdiese.
Entonces, con un cierto y especial afán de venganza, el régimen
lo encarceló durante cuatro meses (pues ser un miembro de los Hermanos
es técnicamente ilegal). Incólume, Heshmat volvió a presentarse
como candidato y perdió en 2005, aunque uno de los observadores de los
comicios ha declarado que, en esa ocasión, fue también el verdadero
ganador.

El eslogan de Heshmat durante sus campañas parlamentarias y el de su
grupo es "El islam es la solución". Sus oponentes argumentan
que este lema concede a los Hermanos una ventaja injusta, permitiéndoles
aprovecharse de manera oportunista de la innata religiosidad de los egipcios.

Pero si ese eslogan tiene una mayor resonancia, probablemente no sea por su
mención del islam. La letanía de los problemas de Egipto es bien
conocida y el deseo popular de escapar es fuerte. Puede que los Hermanos Musulmanes
traigan consigo el islam, pero lo que los egipcios escuchan es que traen una
solución.

El escritor Ibrahim Issa, al que no se le conoce por apoyar la islamización,
lo explica como nadie: "El ciudadano elige a los Hermanos Musulmanes
porque nunca ostentaron el poder y nunca lo usaron para humillar, nunca ahogaron
el espíritu, nunca encarcelaron a nadie, nunca mataron, nunca torturaron,
nunca saquearon, nunca derrocharon, nunca arrastraron la reputación
de su país por el fango, nunca fueron vencidos en todos los campos de
batalla, nunca quedaron a cero en todos los partidos". (Méritos
supuestamente aplicables sólo al partido en el poder).

Es probable que un hombre con las dotes de Gamal Heshmat ganara las elecciones,
independientemente de la etiqueta de su partido, pero el hecho de que los Hermanos
Musulmanes sean considerados la antítesis del actual régimen
de Egipto sin duda no hace daño.

Un islamista en la corte egipcia.
Tarek Masoud


Mudhakarat Na’ib min
Misr (Memorias de un representante de Egipto
, dos volúmenes)
Muhammad Gamal Heshmat
Dar el-Wafaa,
Al Mansurah, Egipto, 2005 y 2006 (en árabe)


El islam político atraviesa una etapa victoriosa. El pasado invierno,
los Hermanos Musulmanes de Egipto acapararon el 20% de los escaños del
Parlamento del país, mientras que Hamás, su tempestuoso vástago
palestino, se hizo con el poder en los territorios ocupados. Ambos triunfos
electorales han generado un intenso desasosiego en Washington y en todo Oriente
Medio, ante la posibilidad de que la democratización en esa región
traiga resultados desagradables.

Pero también es posible que los recientes éxitos políticos
del islam no representen una adhesión popular al fundamentalismo. Después
de todo, los Hermanos anuncian constantemente su compromiso con la democracia,
y el intelectual egipcio Saaedín Ibrahim ha argumentado que el grupo
es más una versión islámica de los democratacristianos
europeos que un auxiliar de Al Qaeda. Algunos acusan a los Hermanos de fingir
que son demócratas, pero el intelectual Mona El Ghobashy ha pedido con
buen criterio que se abandone ese estéril ejercicio de "¿son
o no son?" para observar en su lugar qué hace en realidad el movimiento.

Gamal Heshmat, miembro destacado de la organización egipcia, nos brinda
una oportunidad de hacer lo mismo con su nuevo libro titulado Memorias
de un representante de Egipto
. Heshmat, miembro del Parlamento de 2000 a 2003, es
del material con el que está hecha la clase política. Joven y
carismático, es un contraste refrescante frente a los burócratas
mofletudos que habitan en las anquilosadas estructuras políticas de
Egipto. Baheyya, un famoso blogger egipcio, le ha calificado de "infatigable
luchador", que podría llegar a ministro si El Cairo fuera una
auténtica democracia. Y, aunque es probable que su obra no tenga mucha
difusión (fue publicada en Al Mansurah, una pequeña localidad
situada a unos 110 kilómetros al norte de la capital), parece escrita
con una audiencia de millones de personas en mente.

Entonces, ¿qué hace un representante de Egipto y de los Hermanos
Musulmanes? Los parlamentarios de Egipto son una especie muy desprestigiada,
y son conocidos fundamentalmente por aplaudir durante los grandes discursos
o si no echarse una cabezadita. Pero Heshmat no hacía ni lo uno ni lo
otro. De hecho, apenas se había asentado en su cargo cuando los acontecimientos
conspiraron para convertirle en "el más famoso representante de
Egipto". El ascenso de Heshmat a un puesto de importancia nacional comenzó con
una llamada de teléfono de un amigo que se sintió indignado ante
tres novelas eróticas publicadas por el Ministerio de Cultura. Tras
consultar a varios juristas islámicos, Heshmat llegó a la conclusión
de que el uso de fondos públicos para publicar tales "obscenidades" era "una
violación por parte del Gobierno y de sus ministros de la Constitución
y la ley que juraron respetar". Heshmat presentó una queja al
titular de Cultura, quien, temiendo que pudiesen producirse manifestaciones,
retiró los libros y destituyó al burócrata que los había
aprobado.


Puede que los Hermanos Musulmanes traigan consigo el islam, pero lo que los egipcios escuchan es que traen una solución


Pero, aunque el Gobierno dio marcha atrás —el ministro incluso
envió una carta de agradecimiento a Heshmat—, los literatos liberales
de Egipto se negaron a plegarse tan silenciosamente. Heshmat escribe que reaccionaron "como
si hubiera llegado el Apocalipsis", tachándole a él y a
los Hermanos de filibusteros que iban a sumir a Egipto en las tinieblas. Resulta
decepcionante que este político descalifique a sus críticos afirmando
que son gente disoluta que "ve a las mujeres y al sexo como meras cuestiones
de expresión artística sin prestar atención a […]
los valores y tradiciones del pueblo egipcio".

Este episodio podría sugerir que aquellos que consideran a la organización
islámica como una amenaza para la civilización tienen razón,
pero no hay nada ignorante en la cruzada de Heshmat. El incidente recuerda
menos a los talibanes y más el escándalo en Estados Unidos por
la financiación pública de la cultura y las artes. Y aunque el
celo del islamista por la censura es inquietante, vale la pena fijarse en que él
no estaba argumentando que los libros fueran de por sí ilegales, sólo
que el Gobierno no debía subvencionarlos. Más alarmante sería
que hubiese intentado prohibir un libro publicado por una editorial privada,
pero eso no fue lo que hizo. (Aunque tal vez fuese simplemente porque creyó que
podía influir más fácilmente en lo público).

Sin embargo, este inaceptable acto de represión escondía una
astuta crítica de cómo las dictaduras controlan la información;
entrevistado en Al Yazira, Heshmat señaló que la editorial gubernamental
estaba vendiendo copias de la Constitución egipcia a un precio 30 veces
superior al de las novelas infractoras. "¿A quién le interesa
que algo que todo ciudadano debería memorizar se venda a unos dos euros,
mientras que un libro explícito desde el punto de vista sexual y ruin
en cuanto a la moral cueste 50 piastras (unos 20 céntimos de euro)?",
se preguntaba.

No hay duda del compromiso de Heshmat respecto al imperio del Corán,
pero, a veces, parece dejarse llevar más por un ansia de vapulear a
los poderosos que por un deseo de hacer que se cumpla la sharia. Un capítulo
del segundo volumen, La destitución de siete cargos, presenta algunas
de las cabelleras más caras que se cobra Heshmat, entre las cuales están
el supervisor holgazán del departamento regional de Educación,
el director corrupto de la empresa local de suministro energético y
un contratista del Gobierno que malversa fondos asignados a un proyecto de
abastecimiento de agua.

La alegría del político egipcio parece un poco fuera de lugar,
como si el despido de los burócratas y no la resolución de los
problemas que éstos provocan fuera lo que importara. Pero en el Egipto
autoritario, la destitución de cualquier poderoso es poco frecuente,
incluso más cuando resulta no de una purga bizantina, sino de la presión
externa. Si podemos acabar con estos caballeros, parece afirmar Heshmat, piénsese
en a quién más se puede eliminar. Al final, sin embargo, es él
mismo quien es removido. Dos años antes del término de su mandato,
los tribunales anularon las elecciones que lo colocaron en el Parlamento, alegando
que algunos votos dirigidos a uno de sus oponentes habían ido a parar
a otro, independientemente de que Heshmat hubiese derrotado de forma aplastante
a ambos. Se celebraron nuevas elecciones, y se amañaron para que perdiese.
Entonces, con un cierto y especial afán de venganza, el régimen
lo encarceló durante cuatro meses (pues ser un miembro de los Hermanos
es técnicamente ilegal). Incólume, Heshmat volvió a presentarse
como candidato y perdió en 2005, aunque uno de los observadores de los
comicios ha declarado que, en esa ocasión, fue también el verdadero
ganador.

El eslogan de Heshmat durante sus campañas parlamentarias y el de su
grupo es "El islam es la solución". Sus oponentes argumentan
que este lema concede a los Hermanos una ventaja injusta, permitiéndoles
aprovecharse de manera oportunista de la innata religiosidad de los egipcios.

Pero si ese eslogan tiene una mayor resonancia, probablemente no sea por su
mención del islam. La letanía de los problemas de Egipto es bien
conocida y el deseo popular de escapar es fuerte. Puede que los Hermanos Musulmanes
traigan consigo el islam, pero lo que los egipcios escuchan es que traen una
solución.

El escritor Ibrahim Issa, al que no se le conoce por apoyar la islamización,
lo explica como nadie: "El ciudadano elige a los Hermanos Musulmanes
porque nunca ostentaron el poder y nunca lo usaron para humillar, nunca ahogaron
el espíritu, nunca encarcelaron a nadie, nunca mataron, nunca torturaron,
nunca saquearon, nunca derrocharon, nunca arrastraron la reputación
de su país por el fango, nunca fueron vencidos en todos los campos de
batalla, nunca quedaron a cero en todos los partidos". (Méritos
supuestamente aplicables sólo al partido en el poder).

Es probable que un hombre con las dotes de Gamal Heshmat ganara las elecciones,
independientemente de la etiqueta de su partido, pero el hecho de que los Hermanos
Musulmanes sean considerados la antítesis del actual régimen
de Egipto sin duda no hace daño.

Tarek Masoud es un estudiante
de posgrado de la Universidad de Yale (EE UU).