La reclamación marítima boliviana lleva años cayendo en saco roto, hasta ahora. Uruguay ofrece la construcción de un puerto multinacional en su territorio a cambio de un acceso directo al abundante gas del país andino. Una nueva salida al mar, aunque esta vez por el océano Atlántico.

 

/AFP/Getty Images
Añorar el mar: El presidente boliviano, Evo Morales, en la ceremonia del 130 aniversario de la pérdida de la fachada oceánica tras la guerra con Chile.

Bolivia perdió definitivamente su acceso al mar en la Guerra del Pacífico, que la enfrentó a Chile, junto a Perú, a finales del siglo XIX. Además de los horrores que sufrieron todos los países involucrados, el resultado para Bolivia fue devastador: quedó enclaustrada en el continente. En los 120.000 kilómetros cuadrados sobre los que perdió soberanía se encontraban y encuentran algunos de los más importantes puertos del Pacífico, como Antofagasta y, por si fuera poco, grandes riquezas naturales, como eran el guano y el salitre, y son hoy el litio y el cobre.

Los pormenores de aquel terrible conflicto bélico me fueron familiares desde joven. Cuando niño, mi padre solía relatármelos, aunque luego lo hicieron docentes chilenos, mientras él, boliviano y diplomático de carrera, lideraba la misión en Santiago de Chile representando a su país, y ponía su mayor esfuerzo técnico y político para avanzar en las inexorables relaciones de los dos vecinos. Más tarde, siendo él Canciller de la República –ahora devenida en Estado Plurinacional–, pude seguir de cerca su empeño en llevar adelante una ambiciosa agenda de 13 puntos con Chile, que incluía la irresoluta demanda marítima boliviana.

Las cosas no han variado demasiado desde entonces. Bolivia sigue siendo hoy un país con una enorme desigualdad económica, sólo comparable –paradójico– con su ingente riqueza natural y cultural; y la falta de acceso al mar es un obstáculo real para su desarrollo. Pero ahora, el presidente uruguayo, José Mujica, ha manifestado explícitamente su intención de que La Paz participe en la construcción y explotación de un futuro puerto de ultramar en Uruguay. Con ello no resuelve el conflicto histórico de Bolivia y Chile por este asunto, ni lo pretende hacer, pero sí da luz sobre el acuciante problema y emite una vigorosa señal de solidaridad entre los pueblos latinoamericanos, en particular entre los más pequeños.

La historia de colaboración entre Montevideo y La Paz no es nueva. Bolivia goza hoy de privilegios en puertos uruguayos como el de Nueva Palmira, próximo a Buenos Aires, en el marco de la Hidrovía fluviomarítima Paraná-Paraguay. Pero la apuesta del presidente Mujica va mucho más allá. Sin perjuicio de profundizar en el acceso al mar por los puertos de Nueva Palmira y Montevideo, su idea supone dar participación directa a Bolivia en el desarrollo y aprovechamiento de un megaproyecto de puerto de aguas profundas en la costa atlántica de Uruguay. Por esta vía, el país andino podría desenvolver su comercio con insospechadas proyecciones, evitando los costosos transbordos desde barcazas que circulan por vías fluviales a barcos de mayor tamaño, como debe sufrir en la actualidad.

A cambio, Montevideo mira con altísimo interés el abundante gas natural de Bolivia. Y no es nada extraño. La diversificación de la matriz energética uruguaya se ha vuelto un asunto impostergable. Año tras año, sufre con más intensidad las variaciones del precio del petróleo y el comportamiento imprevisible del clima. Cubre sus necesidades casi exclusivamente con generación hidroeléctrica, sometida a la frecuencia de las lluvias, y con combustibles fósiles, de los que carece. Para poder concretar un modelo de país productivo, como propugna el Gobierno de José Mujica, la suficiencia energética es una absoluta necesidad.

Con inteligencia y realismo político, el Gobierno uruguayo ha planteado desde el comienzo este proyecto como de financiación y administración multinacionales. En primer lugar, porque la histórica y actual competencia de puertos entre Montevideo, Buenos Aires, Río Grande del Sur y Santos, inhabilitaría cualquier intención seria de construir un puerto de aguas profundas en Uruguay sin la anuencia y participación de los dos grandes vecinos. Pero además, porque el gasoducto que traería el gas boliviano a Uruguay atraviesa territorio argentino.

Para poder concretar un modelo de país productivo, como propugna el Gobierno de José Mujica, la suficiencia energética es una absoluta necesidad

Hasta el momento, las reacciones en la región han sido muy positivas. En su reciente visita a Brasil, José Mujica volvió a poner sobre la mesa el proyecto, y la respuesta del presidente brasileño fue esperanzadora. Además de apoyarlo, en medio de la reunión y fuera de todo protocolo, Lula ordenó que llamaran a su ministro de Transportes para conversar sobre el asunto con rigor técnico, y propuso que se incluyera como uno de los primeros puntos a tratar en la próximo encuentro que mantendrá con el presidente de Uruguay en mayo. Nada es casual. Este puerto tendría importantes sinergias con la instalación en el país de proyectos siderúrgicos de industriales brasileños, que aprovecharían la infraestructura una vez construida. Y el otro vecino también ha recibido de buen modo la iniciativa, aceptando que el gas boliviano con destino Uruguay pase por su territorio, según declaró la presidenta argentina, Cristina Fernández, en una reciente visita relámpago de Mujica a Buenos Aires.

Con el proyecto del presidente uruguayo, Bolivia puede pensar de nuevo en una salida al mar, esta vez a través del océano Atlántico, ya que el Pacífico se le ha hecho tan esquivo. Y Montevideo puede aprovechar la abundancia de recursos energéticos bolivianos. Es una gran oportunidad para ambos países, pero lo es también para el resto de Estados de Suramérica, que una vez más se ven forzados a buscar caminos de entendimiento y colaboración. En el pasado, salvo puntuales y exitosos proyectos bilaterales, como la central hidroeléctrica de Itaipú, entre Brasil y Paraguay, las experiencias no han sido sencillas. Se trata de un subcontinente históricamente fragmentado. Pero nunca es tarde para poner la voluntad de los pueblos latinoamericanos a prueba, más si en este afán pueden servirse de un nuevo y decidido liderazgo de Brasil, convertido en la potencia emergente más estable de los últimos años. Tal vez ésta sea finalmente la hora de un mar para Bolivia, aunque sea en Uruguay.