El ex senador estadounidense Bill Bradley explora un malentendido sobre la expansión de la OTAN que provocó décadas de sufrimiento.

 

Cuando era senador, mi colega Russell Long tenía una contestación para quien lanzaba peroratas en su contra en el Comité de Finanzas. “Bueno, tus labios dicen ‘no, no, no’, respondía, ‘pero tus ojos dicen ‘sí, sí, sí”. Últimamente he reflexionado mucho sobre Russell y los peligros de los errores de comunicación porque he tenido que descifrar un misterio que me ha preocupado –y que marcó las relaciones con Rusia– durante casi dos décadas: ¿cómo es posible que EE UU acabara expandiendo la OTAN a Europa del Este después de la guerra fría cuando se supone que la misión de la Alianza debería haber desaparecido con la propia Unión Soviética?

Los rusos insisten en que la expansión de la OTAN supuso el incumplimiento de una promesa explícita de la primera Administración Bush. Los estadounidenses no sólo lo han negado, sino que parecen no darse cuenta de cuánto ha condicionado ese asunto los tratos de EE UU con Rusia. En un viaje [que realicé] a Moscú, Mijaíl Gorbachov, el último líder soviético, me dijo que durante sus negociaciones de 1990 con [el entonces secretario de Estado] James Baker sobre la reunificación de Alemania y la retirada de 300.000 soldados soviéticos de Alemania del Este, los rusos dejaron claro que no querían una reunificación alemana dentro de la OTAN. Las conversaciones avanzaban y retrocedían con pocos progresos. Al final, según Gorbachov, Baker le miró directamente y le dijo: “Mire, si retira las tropas y permite la unificación de Alemania, la OTAN no se expandirá ni una pulgada hacia el Este”. Cuando hablé con Baker, sostuvo que le dijo a Gorbachov que si la Unión Soviética permitía la unificación de Alemania y su ingreso en la OTAN, Occidente no llevaría la Alianza “ni una pulgada hacia el Este”. Pero el “Este”, para Baker, significaba Alemania del Este, no Europa del Este. Estados Unidos, más tarde, le dio otra vuelta a la oferta de Baker diciendo que legalmente, si Alemania se reunificaba, la Casa Blanca no podía prometer que la OTAN no se expandiera hacia Alemania del Este. El compromiso final fue que “ningún soldado no alemán de la Alianza podría establecerse en Alemania Oriental, pero las tropas alemanas, sí”. Según los participantes estadounidenses en la negociación, la expansión de la OTAN al este de Alemania ni siguiera se mencionó.

Por supuesto, después Bill Clinton expandió la OTAN a la República Checa, Hungría y Polonia, y el presidente George W. Bush fue más allá a principios de 2004. Estas acciones fueron percibidas por Rusia como amenazas y aún son la manzana de la discordia. Como me dijo en una ocasión el ex candidato presidencial ruso Grigory Yavlinsky: “Puede que los rusos no entendamos de puts and calls [derechos de opción a compra y venta], pero entendemos de tanques”.

Baker  y Gorbachov son hombres de honor, y yo al principio me quedé confuso por lo diferentes que eran sus relatos. Pero pensando en la vieja costumbre de Russel, vi la posibilidad de que se produjera un malentendido. Dado el compromiso inicial de George H. Bush en la cumbre de Malta de que, si Gorbachov dejaba que Europa del Este emprendiera su propio camino, Washington no se aprovecharía, uno puede ver por qué Gorbachov pudo pensar que Baker se refería a toda expansión hacia el Este, no sólo a Alemania del Este. Y, en efecto, cuando le pregunté al ex asesor de seguridad nacional Brent Scrowcroft qué había pasado, dijo que Gorbachov había “malinterpretado” las palabras de Baker. El malentendido, que tanta enemistad y desconfianza ha generado, nos indica una cosa con seguridad: en diplomacia, hay que asegurarse de que los ojos digan lo mismo que los labios.