El cambio climático pronto se convertirá en el mayor problema sanitario global.

 

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Solemos pensar en el cambio climático como un problema medioambiental, y evidentemente lo es. Los últimos hallazgos científicos sobre el derretimiento del hielo en el Ártico, el aumento del nivel de los mares, las emisiones de efecto invernadero y la acidez de los océanos parecen indicar que este siglo la temperatura media de la superficie terrestre superará el umbral, supuestamente “seguro”, de dos grados celsius por encima del nivel preindustrial.

Pero el cambio climático también es un problema sanitario, cuyos profundos efectos sobre la vida y el bienestar de miles de millones de personas apenas empiezan a comprenderse. Un informe impulsado conjuntamente por la revista médica The Lancet y el University College London, del que soy coautor, ha llegado a la conclusión de que el cambio climático es la mayor amenaza para la salud mundial en el siglo XXI. Nuestros hallazgos indican que los expertos y los activistas en temas sanitarios deberían liderar los llamamientos para que se tomen medidas contra este problema. Se necesita de manera urgente su ayuda: hay que poner en práctica de forma inmediata planes para afrontar los efectos más dañinos, lo cual requiere un grado de cooperación internacional sin precedentes.

Algunos de los efectos ya se empiezan a notar. Las olas de calor de 2003 provocaron 70.000 muertos, la mayoría por enfermedades respiratorias y cardiovasculares. Es de esperar que pronto aumente la mortalidad por golpe de calor. A medida que se incrementan las temperaturas, aumentará también el riesgo de propagación de enfermedades transmitidas por insectos, como el dengue o la malaria. En 2080, la colonización de nuevas zonas calientes por parte de los mosquitos podría provocar entre 260 y 320 millones más de infectados por malaria. Además, los agentes patógenos mutan más rápido a altas temperaturas, haciendo más difícil su tratamiento.

Puede que una subida de entre 2 y 3 grados no parezca muy amenazadora, pero las temperaturas no suben de manera uniforme. Un incremento global de 3 grados implica una subida de 5 ó 6 en los polos, con el consiguiente derretimiento de la capa de hielo que cubre Groenlandia y la Antártida, que causaría una subida de 13 metros del nivel de mar en los próximos 200 años. Y lo que es más preocupante: la liberación del metano -un gas de efecto invernadero mucho más potente que el dióxido de carbono- acumulado bajo el permafrost en Canadá, Siberia y la tundra ártica podría superar el punto de no retorno y provocar un calentamiento catastrófico y un aumento aún más rápido del nivel del mar.

La producción de alimentos es otro foco de preocupación. Un grupo de investigadores estadounidenses predice una importante disminución de las cosechas y una escasez de alimentos antes de 2030, lo que provocará fuertes tensiones en los precios y la demanda. Durante los últimos 2 años la subida del precio de los alimentos ha hecho daño a muchos países pobres, y en el sur de Asia la hambruna ha alcanzado su nivel máximo de los últimos 40 años. Algunas estimaciones indican que a finales de siglo la escasez de comida causada por los desajustes ocasionados por el cambio climático podría llegar a afectar a la mitad de la población mundial.

Y luego está el agua. En África ya hay 250 millones de personas sin acceso a un suministro seguro de este recurso básico para el ser humano, y su número aumenta. Hay fuertes sequías en China, Australia, Oriente Medio, África y algunas zonas de Estados Unidos. Diversas ciudades, ricas y pobres, como Barcelona, Adelaida, Katmandú, Ciudad de México y Nueva Delhi disponen de un abastecimiento precario, y puede que necesiten importar agua. Y es probable que las enfermedades transmitidas por ella aumenten a medida que la gente tenga que recurrir a fuentes hídricas de menor calidad.

Y eso por no hablar de los cada vez más frecuentes y violentos huracanes y ciclones, de la creciente vulnerabilidad de las ciudades de chabolas de los países en desarrollo a los fenómenos meteorológicos extremos, y de las grandes migraciones que agudizarán las crisis sanitarias ya existentes o crearán otras nuevas.

Los efectos del cambio climático sobre la salud -un problema causado en su mayor parte por los ricos (los mil millones más pobres sólo emiten el 3% de los gases de efecto invernadero) mientras los más desfavorecidos sufren casi todas las consecuencias (los africanos perderán 500 veces más años de vida saludable que los estadounidenses)- avergonzarán a la actual generación si no se hace nada para remediarlo.

Los gobiernos deben darse cuenta de los grandes beneficios sanitarios y del enorme ahorro de costes que se lograrían en una sociedad con bajo consumo de carbono, gracias a la reducción de la obesidad, las enfermedades cardíacas, la diabetes, el estrés, los accidentes y las enfermedades respiratorias. Cualquier respuesta eficaz requiere una mayor coordinación y responsabilidad por parte de los organismos internacionales y los gobiernos. Las respuestas unilaterales serán, pura y simplemente, insuficientes.

Resulta alentador que el presidente de EE UU, Barack Obama, haya convertido el cambio climático en una prioridad, que Pekín haya anunciado ambiciosas reducciones de emisiones y grandes inversiones en energías renovables, y que el debate en torno al cambio climático tenga en cuenta que no se trata sólo de un problema medioambiental, sino de una amenaza para la salud y la supervivencia del ser humano.

Pero no tenemos mucho tiempo. El cambio climático está avanzando conforme a las peores previsiones de los modelos informáticos. Cada año de tardanza aumenta los costes y dificulta cualquier medida eficaz. Si este desafío no logra hacerse hueco entre las máximas prioridades de la agenda internacional, este siglo podría ser una película de catástrofes sin final feliz.

 

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