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Dólares, euros y libras. (Matt Cardy/Getty Images)

¿Cómo volver a presentar las principales ideas de Keynes a la nueva generación de economistas?

Money and Government

Robert Skidelsky

Penguin Books, 2019

En las últimas décadas, los economistas han estado obsesionados con la inflación. Muchos insisten en que la principal función económica del gobierno, si no la única, es garantizar la estabilidad de los precios. De ello se deduce que imprimir dinero es un pecado cardinal y que la actuación del Ejecutivo y los bancos centrales puede garantizar que el mercado encuentre su “tasa natural de desempleo”. En la década de 1980, la idea era que el gobierno debía limitarse a gestionar la reserva de dinero. En los 90, todo el debate político partía de que era de sentido común que todos los gobiernos que "gastaban en exceso" ponían a su país en peligro. Este marco mental persiste a pesar de que, desde la recesión financiera de 2008, los gobiernos y sus banqueros centrales han hecho todo lo posible para generar inflación y obligar a los ricos a hacer algo inteligente con su dinero. Ninguno de los dos empeños ha tenido éxito. Es extraordinario que el lenguaje del debate público no haya cambiado. Las ideas heterodoxas siguen existiendo, pero la mayor parte del pensamiento económico “serio” las trata con suspicacia. Aunque muchos estudiosos se rebelan, a los economistas heterodoxos se les sigue considerando unos locos. El triunfo de un modo de pensamiento que se remonta a los años de Thatcher y Reagan estuvo en el origen de 2008, pero en el mundo académico, y mucho menos en el político, pocos están dispuestos a reconocer sus errores. Todavía más desconcertante es la indignación por el ascenso de los populismos. Los académicos, los think tanks y los políticos se asombran de que el populismo se extienda y haya cada vez menos confianza en los gobiernos. Pues bien, basta con que lean Money and Government. Este libro de Robert Skidelsky, autor de una notable biografía en tres volúmenes de John Maynard Keynes, tiene como objetivo volver a presentar las ideas centrales de Keynes a una nueva generación de economistas y animarlos a que devuelvan al dinero y al gobierno los puestos de protagonismo que merecen en el teatro de la economía.

Robert Skidelsky es asimismo autor de artículos muy ingeniosos, sobre todo en The Guardian; por ejemplo, El Banco de Inglaterra niega la realidad. El Brexit demuestra que la gente no reacciona de forma racional (23 de febrero de 2017) y Diez años después de la crisis financiera, debemos prepararnos para la siguiente (12 de septiembre de 2018). Skidelsky afirma que la segunda oleada del progresismo representado por Roosevelt, Keynes y los fundadores de la Unión Europea ha quedado aplastada por la globalización: la búsqueda de un equilibrio ideal mediante la libre circulación de bienes, capitales y mano de obra, con su tolerancia correspondiente de la delincuencia financiera, reparte unas recompensas escandalosas a cambio de ligeros niveles elevados de desempleo y subempleo y el recorte del papel del Estado como proveedor de bienestar. La desigualdad de resultados económicos resultante hace caer el velo democrático que oculta a la mayoría de los ciudadanos los verdaderos mecanismos del poder. Independientemente de que uno acepte o no la pasión de los populistas, es indudable que transmiten un mensaje sencillo y fácil de comprender: las clases dirigentes son egoístas, corruptas y, a menudo, criminales. Hay que devolver el poder al pueblo. Que las dos conmociones políticas más fuertes de los últimos años —Trump y el Brexit— se hayan producido en los dos países que con más fervor adoptaron la economía neoliberal no debe sorprender a nadie.

Desde Adam Smith, la economía clásica ha defendido la no intervención en los mercados. La Gran Depresión de 1929 situó la economía keynesiana en primer plano y abrió paso, a partir de 1949, al periodo más prolongado de crecimiento económico y redistribución de la riqueza que ha conocido la historia occidental moderna. La estanflación de los 70 supuso el regreso a la ortodoxia de los Estados pequeños. Pero el resultado fue un fracaso, sobre todo en Gran Bretaña cuando, a partir de 2010, en plena recuperación de la economía, David Cameron llegó al poder criticando la mala gestión económica y el “gasto temerario” del Ejecutivo laborista. En realidad, la política económica del Reino Unido antes de 2008 no era muy diferente de la de otras economías avanzadas. El gobierno recortó el gasto con la promesa de acabar completamente con el déficit estructural en una sola legislatura y reducir significativamente la deuda. Sin embargo, la economía creció mucho menos de lo previsto, el déficit y la deuda se redujeron mucho menos de lo esperado y la producción potencial disminuyó y así se quedó. Skidelsky demuestra, en este y otros casos, que la política de reducir la deuda en pleno desplome no está respaldada prácticamente por ningún dato de la historia económica. El motivo es que “la deuda nacional no es una carga para las generaciones futuras, sino una transferencia entre acreedores y deudores. Esas transferencias pueden tener efectos indeseables en la distribución, pero no crean ninguna carga neta, ni ahora ni en el futuro”.

Todavía quedan lecciones que extraer de la crisis de 2008, dice Skidelsky. Es mejor prevenir las crisis antes de que sucedan, entre otras cosas impidiendo que los bancos concedan préstamos de riesgo que pongan en peligro la economía. Imprimir dinero no es lo mismo que gastarlo; en el primer caso, va a parar a los bancos y los ricos. La política monetaria es demasiado débil para evitar el colapso económico y para lograr la recuperación económica. Por consiguiente, es necesario restablecer la política fiscal como herramienta de gestión económica, no mediante “modificaciones” en el ciclo económico sino manteniendo un flujo constante de inversiones públicas, de “al menos el 20% de la inversión total, para compensar la volatilidad inherente de la economía privada”. La tercera medida es revertir el aumento de las desigualdades: si las rentas y la riqueza se concentran en un número demasiado pequeño de individuos, la base de consumo de la economía es demasiado endeble para sostener el pleno empleo. La correlación entre la crisis de 2008 y el ascenso del populismo es asombrosa, aunque el malestar económico no es el único responsable de este último, sino que tiene causas más profundas. “La política identitaria nos está diciendo que el capitalismo que solo busca el máximo beneficio tiene unos límites, y que hacemos mal en ignorarlos. La economía nos ayuda a entender cuáles son esos límites. Pero esta tiene que ser distinta. En concreto, los teóricos de la economía deberían articular las condiciones económicas para una política de inmigración digna”.

El libro explica por qué “la economía no es, ni mucho menos, la fortaleza científica que muchos de sus profesionales aseguran… Desde los 80, el dominio de la nueva teoría económica clásica ha coincidido con la implantación del neoliberalismo en política”. En los últimos 40 años, el equilibrio de poder ha pasado decididamente de la mano de obra al capital, de la clase trabajadora a la clase empresarial y de las viejas élites económicas a las nuevas élites financieras y en parte criminales”. Skidelsky abre muchas puertas y ayuda a situar varios acontecimientos recientes —tanto políticos como económicos— en contexto. Su libro utiliza la historia de forma esclarecedora. Nunca debemos olvidar, dice, lo que escribió Keynes en 1936, al final de Teoría general del empleo, el interés y el dinero: “Pero, tarde o temprano, son las ideas, y no los intereses creados, las que son peligrosas, para bien o para mal”. Casi un siglo después, esas palabras aún suenan a verdad.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia