Las dos mayores potencias de Asia se ven una a otra como amenazas. ¿De verdad están China e India destinadas al conflicto?

 

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El rápido y simultáneo ascenso de China e India ha suscitado gran inquietud por lo inevitable de una rivalidad, tal vez incluso existencial, entre las dos nuevas potencias. A nadie puede extrañar que haya aparecido todo un sector de observadores dispuestos a comentar sobre el choque que se avecina: en agosto de 2010, la portada de The Economist mostraba un atronador “La rivalidad del siglo: China contra India”; el observador especializado en China Mohan Malik publica un nuevo libro titulado China and India: Great Power Rivals; las páginas de la prensa china e india –sobre todo las de esta última– están llenas de artículos que hablan de conflicto; y la blogosfera, en ambos países, muestra un nacionalismo frecuente e inquietante a propósito de la relación.

Por supuesto, los dirigentes de los dos países tienden a subrayar que la relación es estable y quitan importancia a cualquier idea de rivalidad. Según el primer ministro chino, Wen Jiabao, “China e India son socios destinados a la cooperación, no rivales en una confrontación. En el mundo hay suficiente espacio para que se desarrollen tanto China como India”. También el primer ministro indio, Manmohan Singh, insiste: “India y China no compiten entre sí… Hay suficiente hueco económico para los dos”. Como ejemplo paradigmático de que existe cada vez más convergencia entre los dos países, sus relaciones comerciales se han disparado en los últimos años: de 2.000 millones de dólares en 2000 a 60.000 millones de dólares en 2010, con una proyección de que la cifra se duplicará de aquí a 2015.

Aun así, lo cierto es que las dos mayores potencias de Asia se ven mutuamente como amenazas y, en consecuencia, están haciendo todo lo posible para controlar esa rivalidad. La historia tiene mucho que ver con la percepción que tienen una de otra. Durante la guerra fría, cada uno de los dos países se apuntó a un bando: a partir de 1971, China fue casi un aliado de Estados Unidos, mientras que India lo era de la Unión Soviética. Al mismo tiempo, los dos países estaban enfrentados por una disputa fronteriza, el conflicto de Pakistán y la suspicacia recíproca a propósito de Tíbet. El resultado es que hoy todavía falta suficiente confianza entre los dos gigantes de Asia. Y la preocupación internacional por la relación es comprensible. Un “enfrentamiento prolongado” entre China e India, para usar la descripción del sinólogo John Garver, sería desastroso para el 40% de la población mundial, el resto de Asia y la humanidad en general.

Sin embargo, aunque los dos países se sienten amenazados, la cooperación parece una vía cada vez más atractiva. En primer lugar, a diferencia de lo que ocurría con otras potencias mundiales como Gran Bretaña, Alemania, Japón, la Unión Soviética y Estados Unidos, cuyas respectivas ascensiones fueron acompañadas de la capacidad de librar enormes guerras lejos de sus fronteras, China e India no pueden utilizar su poder militar para la expansión. Aunque ambos países están dotándose de más armamento –India es ya el mayor importador mundial de armas–, su capacidad de proyección de poder está limitada por sus importantes problemas sociales y políticos internos y por la existencia de armas nucleares en manos de ambos y de varias potencias más. Es decir, lo que buscan China e India es la seguridad y el respeto, no un imperio.

En segundo lugar, los poderes actuales de China e India no desafían el orden económico internacional, como hacían sus predecesores, sino que se han integrado en él y, al hacerlo, han alcanzado unas tasas de crecimiento económico sin precedentes. La guerra, el conflicto y la rivalidad descontrolada entre ellos podría en peligro precisamente todo lo que está haciendo posible su ascenso. Por eso, lo que acapara la atención de los dos países son las reformas económicas y políticas internas, no las amenazas ni el uso de su fuerza militar.

El tercer factor, y más importante de todos, es que su ascensión más o menos simultánea y la similitud de los procesos que les han impulsado –la liberalización económica interna y la integración en la economía mundial— han hecho que se sitúen en el mismo bando en cuestiones fundamentales como la reestructuración del sistema financiero mundial, el mantenimiento de un sistema de comercio internacional abierto y la lucha contra el cambio climático.

China e India se juegan mucho en la economía mundial. A ambas les preocupan los sectores financieros mal regulados, la crisis fiscal y la recesión en Occidente, además del enorme volumen de liquidez que inyectan los bancos centrales en las economías avanzadas, y que está causando la volatilidad en los flujos de capitales y los precios de las materias primas. Esta preocupación se puso de relieve en el comunicado conjunto emitido por los BRICS en marzo. Asimismo, a los dos países les preocupa que los países ricos puedan recurrir al proteccionismo a medida que sus plantas de producción emigran a los países en vías de desarrollo.

Además, China e India son conscientes de que el cambio climático es un problema fundamental. En vísperas de la cumbre de Copenhague de 2009 sobre el cambio climático, y durante las reuniones, coordinaron sus posturas negociadoras y defendieron la idea de que, como países en vías de desarrollo, no podían reducir sus emisiones de carbono. También propusieron con gran ardor que los países ricos y ya industrializados fueran los que pagasen por la mitigación y la adaptación ambiental.

China e India están entre los países que más sufrirán las consecuencias del cambio climático. Los glaciares del Himalaya, que alimentan los grandes ríos de China, India y el sureste asiático, están derritiéndose. Los expertos chinos predicen que para 2050, la superficie helada en su cara del macizo se habrá reducido en más de una cuarta parte. El glaciólogo indio Syed Iqbal Hasnain calcula que de aquí a 20 o 30 años los glaciares del Himalaya habrán retrocedido por completo, lo cual dejará muchos ríos a merced de las lluvias estacionales. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático considera que el Indo, el Ganges y el Brahmaputra quizá dependan por completo de las lluvias a partir de 2035. China prevé que el calentamiento global causará una reducción de entre el 5 y el 10% de la producción agraria de aquí a 2030; más sequías, inundaciones, tifones y tormentas de arena; y un aumento del 40% en la incidencia de la peste entre las poblaciones. The Economist cita un informe del Peterson Institute for International Economics que señala que “la agricultura de India sufrirá más que la de cualquier otro país… Se prevé que, para 2080, la producción agraria de India haya descendido entre un 30 y un 40%”.

Dado que tienen una mayor vulnerabilidad al cambio climático que la mayoría de los países occidentales, China e India deben emplear la imaginación al abordar el problema de las emisiones de carbono: la postura actual de Pekín y Nueva Delhi no va a convencer a los países ricos para que limiten las suyas. Además, David G. Victor, Charles F. Kennel y Veerabhadran Ramanathan alegaban recientemente que, aparte de las emisiones de carbono, el 40% del calentamiento global puede atribuirse a las partículas de hollín, el metano, la disminución del ozono atmosférico y los gases industriales. Es más fácil alcanzar un acuerdo entre China, India y Estados Unidos para limitar estos cuatro factores contaminantes, aseguran los especialistas, que lograr un límite para las emisiones de carbono. El impacto del calentamiento global en las aguas fluviales indica que China e India deben emprender una colaboración más seria en el intercambio de datos hidrológicos y en los mecanismos de adaptación para hacer frente a las consecuencias del deshielo global. En 2011, en el Diálogo Económico Estratégico India-China, los dos países acordaron cooperar en materia de eficacia energética, conservación, protección ambiental y lo más importante de todo, energías renovables. Dado el papel crucial de los Gobiernos a la hora de estimular el desarrollo y uso de las energías alternativas, será necesaria la colaboración entre los dos Estados para iniciar y sostener la cooperación en este campo. El incentivo para la cooperación bilateral reside en el hecho de que el calentamiento global tendrá cada vez más que ver con sus emisiones y en que el cambio climático afecta a estos dos países más que a casi cualquier otro.

Más allá del cambio climático, existe un reto todavía más esencial: encontrar un modelo alternativo de desarrollo económico. La Agencia Internacional de la Energía indica que en 2009 China se convirtió en el mayor consumidor de energía y que sus importaciones de petróleo se triplicarán de aquí a 2030. Un informe elaborado por BP en 2010 dice que China es “el mayor consumidor de carbón y acero del mundo”. Según una información elaborada por Reuters en 2011, China se ha convertido en “el segundo consumidor mundial de maíz y el primero de cerdo, además de gran consumidor de azúcar”. India es el cuarto consumidor mundial de energía. The Economic Times revela que India es el primer consumidor mundial de azúcar y el segundo de trigo, después de China. También es uno de los mayores consumidores de leche, en un volumen que se duplicará entre 2010 y 2030. Dado que la población de los dos países, sumados, alcanzará los 3.000 millones de habitantes en 2050, su adopción de una industrialización de tipo occidental no augura nada bueno. Ya lo dijo Mahatma Gandhi de su país: “Dios no quiera que India adopte alguna vez la industrialización a la manera de Occidente… Si toda una nación de 300 millones de personas se lanzara a una explotación económica semejante, despojaría el mundo como una plaga de langostas”.

Un cuarto incentivo para la cooperación es la seguridad mundial. La seguridad mundial se basa sobre todo en el sistema de alianzas encabezado por Estados Unidos. Aunque este sistema ha contribuido a mantener la paz y la estabilidad, la realidad es que ninguna de las potencias emergentes, entre ellas China e India, participa de forma directa en él, y ese es un vacío que crea una gran incertidumbre. El giro de Estados Unidos hacia Asia durante el mandato del presidente Barack Obama pretende reforzar el sistema radial de alianzas y que Estados Unidos construyó durante la guerra fría. El peligro no es que las potencias emergentes vayan a desafiar el sistema ni a Estados Unidos, sobre todo en el este de Asia; es que el sistema, creado para la contención –no la integración–, no puede hacer sitio a sus legítimos intereses de seguridad en una medida proporcional al papel creciente que desempeñan en la política mundial.

Aunque China está íntimamente relacionada con la seguridad del este de Asia, también a India le interesa que prevalezcan la paz y la estabilidad en la región. Nueva Delhi no quiere tomar partido en un posible conflicto con Taiwán o en el Mar del Sur de China. Tampoco desea una Corea del Norte nuclear. India condenó el lanzamiento de un cohete llevado a cabo el 13 de abril por los norcoreanos, y pidió a Pyongyang que respetara la Resolución 1874 del Consejo de Seguridad de la ONU. Tanto China como India están interesadas en controlar a los extremistas islámicos y los terroristas del centro, el sur y el sureste de Asia, en que se restablezca la estabilidad en Pakistán con un Gobierno civil y en que la cuestión de Cachemira se resuelva de forma pacífica sin intervención extranjera. Para afrontar estos retos es necesaria la cooperación internacional, que exige una estructura regional de seguridad más integradora. Para Pekín y Nueva Delhi es fundamental colaborar con otros países de la región –y en especial con las alianzas encabezadas por Estados Unidos— y reorganizar dicho sistema con el fin de que tenga en cuenta los intereses de seguridad de los dos países en lugar de chocar con ellos.

China e India están acercándose y tienen motivos para cooperar, pero existen tres grandes problemas que siguen separándolas: la disputa fronteriza, el problema de Pakistán y el destino de los ríos que comparten. No obstante, los dos Gobiernos abordan sus diferencias con cautela. Aunque no debemos esperar ningún avance espectacular, no hay un conflicto inminente.

La disputa fronteriza entre China e India no puede tener solución fácil ni rápida. Pekín y Nueva Delhi saben que la disputa lleva el sello de los intereses imperiales europeos en la época colonial, sumado a un fuerte sentimiento de victimismo postcolonial. Como destaca Manjari Chatterjee Miller en su reciente obra sobre el conflicto entre China e India: “Tras la descolonización, ambos países albergaban enorme resentimiento por los daños territoriales que se les había infligido… y estaban decididos a no ceder terreno en unas fronteras territoriales tradicionales que eran vitales para su identidad nacional”. 50 años después de su guerra fronteriza, ambas sociedades son sensibles a la soberanía diluida y a su posición internacional. Cualquier concesión de una de las dos partes en la cuestión de las fronteras –por muy necesaria que pudiera ser para asegurar la paz y la estabilidad a largo plazo— podría provocar graves reacciones públicas entre sus ciudadanos. Por eso, después de unas negociaciones casi continuas desde 1981, la estrategia por la que han optado, y que han apoyado en varios acuerdos y comunicados, es gestionar sus diferencias en vez de buscar un gran acuerdo que podría quedarse en nada ante la oposición interna. Los dos Gobiernos tienen un interés similar: negociar (para rechazar las críticas internas de que ignoran el problema) y posponer cualquier acuerdo (hasta que la opinión pública esté dispuesta a aceptar una solución). Hasta ahora, han conseguido evitar las declaraciones inflamatorias sobre sus diferencias y no morder el anzuelo de sus medios de comunicación.

Incluso en el tema de Pakistán, Pekín y Nueva Delhi tienen intereses cada vez más próximos. La inestabilidad política, la rápida expansión del extremismo islamista y la enorme influencia en los asuntos del país han aumentado la preocupación china por el futuro de Pakistán, sobre todo tras los disturbios de 2009 y 2011 en la región autónoma china de Xinjiang. China ha relacionado a rebeldes uigures entrenados y residentes en Pakistán con los disturbios de la provincia. Una declaración del Gobierno chino destaca que “las investigaciones [iniciales] han demostrado que los jefes del grupo habían aprendido a fabricar explosivos y armas de fuego en campamentos del grupo terrorista “Movimiento Islámico de Turkistán Oriental” en Pakistán y luego entraban en Xinjiang para organizar actividades terroristas”. A la larga, tanto a China como a India les interesa promover la normalidad y el desarrollo en un Pakistán nuclearizado, en el que su ejército esté bajo control civil y su economía esté integrada en acuerdos comerciales y energéticos regionales.

China e India podrían encontrarse con un conflicto por las aguas fluviales compartidas, pero no hay ninguna certeza de que vaya a ser así. A medida que la industrialización aumenta el uso del agua, a los indios les preocupa que China desvíe hacia sus provincias necesitadas los ríos que bajan de la meseta tibetana y hoy corren hacia el sur. Por su parte, Pekín ha declarado que no va a desviar las aguas y ha respaldado su compromiso compartiendo ciertos datos sobre aguas fluviales con India. En octubre de 2011, Jiao Yong, viceministro del Ministerio de Recursos Hidrológicos de China, dijo: “Después de tener en cuenta las dificultades técnicas, la verdadera necesidad de desvío y las posibles repercusiones en el medio ambiente y las relaciones entre los dos Estados, el Gobierno chino no tiene previsto ningún proyecto de desviación en este río [el Yarlung Tsangpo, que es el que se llama Brahmaputra en India]”. En vez de recurrir a desvíos, es probable que China mantenga los proyectos basados en el recorrido del río, es decir, proyectos hidroeléctricos que aprovechen el cauce y las caídas naturales del río. Esta perspectiva debería tranquilizar a quienes temen una guerra del agua.

China e India no están de acuerdo en todo, ni lo van a estar. El hecho de que Pekín proporcione armas a Pakistán es una fuente constante de preocupación para Nueva Delhi. El nuevo misil balístico Agni V de India, probado en abril, parece estar diseñado específicamente pensando en China, y la inestabilidad en Tíbet afecta a la relación. Pero todos estos factores son más motivo aún para la cooperación bilateral. Desde los años 80, los dos países han construido una estructura de cooperación apoyada en cuatro pilares: cumbres y reuniones de alto nivel periódicas, medidas militares de confianza, negociaciones sobre las fronteras y expansión del comercio. A medida que sus economías crezcan y su capacidad militar se incremente, serán mayores su deseo de influir en el escenario mundial y su demanda de recursos fundamentales (en especial alimentos, agua y energía).

Los cuatro pilares, como infraestructura diplomática, dejarán de ser suficientes; será necesaria una nueva arquitectura China-India, que debe consistir en una estructura de múltiples niveles, muy estratificada e interrelacionada que fomente la confianza mutua, las consultas y la coordinación e implique a dirigentes políticos, legisladores, funcionarios, expertos, empresarios, organismos políticos, especialistas académicos, estudiantes y otros actores de las dos sociedades, igual que la arquitectura ramificada de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático. Su objetivo debería ser identificar y fortalecer los elementos comunes, gestionar los conflictos que puedan surgir y promover la cooperación bilateral e internacional. En la medida en que lo consiga, esa nueva estructura diplomática China-India será una inversión para el bienestar de casi la mitad de la población mundial, las regiones vecinas de Asia y el mundo en general.