Postcards from the Grave
(Postales desde la tumba)

Emir Suljagic
196 págs., Saqi Books en colaboración con The Bosnian Institute,
Londres, Reino Unido, 2005 (en inglés)

No por citada -encabeza Territorio comanche, de Arturo Pérez
Reverte-,
la frase con la que Tim O’Brien resume su experiencia en Vietnam es menos
cierta y reveladora. "Una auténtica historia de guerra nunca es
moral. No instruye ni alienta la virtud ni sugiere modelos de comportamiento
humano correcto ni impide que los hombres hagan las cosas que los hombres siempre
han hecho. Si una historia parece moral, no la creáis. Si al final de
una historia de guerra os sentís edificados, o si sentís que
una partícula de rectitud se ha salvado de la devastación a gran
escala, entonces habéis sido víctimas de una mentira muy antigua
y terrible. No hay la más mínima rectitud. No hay virtud",
escribe en Las cosas que llevaban los hombres que lucharon (Anagrama) este
novelista que pasó un año en las selvas del sureste asiático.
Postales desde la tumba (que será publicada en castellano este año
por Galaxia Guntenberg), primera obra del periodista bosniaco Emil Suljagic,
superviviente del genocidio contra los musulmanes de Bosnia y de la matanza
de Srebrenica (incluso de un encuentro cara a cara con el general Ratko Mladic),
es una auténtica historia de guerra. Poco después del aniversario
de la masacre, el semanario británico The Economist, normalmente parco
en elogios, aseguró que el libro de Suljagic era "una obra destinada
a perdurar".

La fuerza de su relato se basa en la eficacia de su narración, pero
también en que consigue arrastrar al lector por la vida cotidiana de
la guerra, por los espacios casi rutinarios del horror, a veces con imágenes
berlanguianas (para ver el Mundial de Estados Unidos en el verano de 1994 los
habitantes de la ciudad cercada se turnaban para pedalear en una bicicleta
estática cuya dinamo proporcionaba la suficiente energía para
mantener encendido un televisor), otras con escenas que provocan reacciones
físicas en el lector (las prostitutas acababan con la cara ensangrentada
después de hacer felaciones a los soldados de la ONU a través
de la verja metálica de su cuartel). En todo momento Suljagic es fiel
a la norma de Tim O’Brien: de su libro no se puede extraer ninguna enseñanza
moral, salvo la sensación constante de que el relato es cierto. El autor
tiene la fuerza de un superviviente y, cuando la verdad no es agradable para
aquellos que como él fueron víctimas de un genocidio, no la oculta
ni la camufla.

En la primavera de 1992, Suljagic, que entonces tenía 17 años,
encontró refugio en Srebrenica durante la ofensiva que las tropas y
los paramilitares serbios lanzaron contra los musulmanes del este de Bosnia,
un ataque en masa contra cientos de miles de civiles que comenzó a las
pocas horas de que este país declarase su independencia de Yugoslavia.
El objetivo de los caudillos nacionalistas Slobodan Milosevic, Radovan Karadzic
y Ratko Mladic era exterminar a los musulmanes de esta región, fronteriza
con Serbia, y después anexionarla. "Lo que ocurrió en Srebrenica
es sólo una parte de un genocidio que empezó tres años
antes", explicaba en noviembre Suljagic en un café de Sarajevo
cercano al semanario independiente Dani, para el que trabaja como experto en
crímenes de guerra y en la persecución de sus autores. "Hay
mucha gente que piensa que el único genocidio que se cometió fue
Srebrenica, pero la mayoría de los crímenes tuvieron lugar en
abril y mayo de 1992. Lo que ocurrió en la ciudad cercada ya se había
producido antes en Foca, en Visegrad, en Prijedor… en todo el este de
Bosnia. Sólo sus repercusiones fueron diferentes", narraba este
periodista cuya calidez en el trato no se corresponde con la dureza de su libro.

Srebrenica recuerda a sus muertos: entre 8.000 y 10.000 hombres y niños bosnios musulmanes
Srebrenica recuerda a sus muertos: entre
8.000 y 10.000 hombres y niños bosnios musulmanes fueron asesinados
en ese enclave en 1995.
 

La sencillez con la que cuenta las cosas más horribles, la sinceridad
con la que relata lo que la guerra puede obligar a hacer a los seres humanos
para sobrevivir -la venta de ayuda humanitaria por parte de las mafias
es el ejemplo menos fuerte- o el peso que acosa a la mayoría de
los supervivientes de un genocidio -"El sentimiento de que estaba
caminando sobre los cadáveres de mis seres queridos era tan fuerte que
podía sentirlo físicamente", escribe cuando regresó a
Srebrenica en junio de 1999- recuerda en algunos momentos a la versión
cinematográfica que Roman Polanski realizó de El
pianista
: no
necesita ningún truco narrativo, ningún artificio para que las
descripciones que lanza desde sus páginas obliguen a veces a apartar
momentáneamente los ojos del papel para tratar de exorcizar la imagen
que se está formando, una pintura "salida directamente del infierno,
escrita en las más negras páginas de la historia humana",
como asegura el periodista británico Ed Vulliamy en el posfacio del
libro, citando a un juez del Tribunal de La Haya.

"Emir Suljagic puede recordar el momento preciso en que la guerra de
los Balcanes se apoderó de su vida. Fue el 12 de mayo de 1992 y se encontraba
con su padre en una colina boscosa sobre Bratunac, una pequeña ciudad
en la frontera entre Serbia y Bosnia en la que vivía con su familia.
Los dos vieron cómo columnas de camiones cruzaban el Drina para transportar
a los musulmanes expulsados de sus pueblos en el valle", señala
un perfil que la BBC hizo de este periodista con motivo de los 10 años
de la masacre de Srebrenica, en la que fueron asesinados entre 8.000 y 10.000
musulmanes. Muchos escritores, cineastas o artistas de Bosnia-Herzegovina tienen
todavía la guerra anclada en sus conciencias porque, como los personajes
de Pedro Páramo, viven entre fantasmas. No sólo perdieron a muchos
seres queridos, sino que su confianza en la humanidad se vio resquebrajada
quizá para siempre. Postales desde la tumba acaba con la descripción
de varias personas que fueron asesinadas durante la guerra con la expresa voluntad
por parte del autor de dar voz a los que no están, de reivindicar la
importancia de cada vida humana. Suljagic asegura: "Me gustaría
escribir una historia individual de todos los que estuvieron allí, de
aquellos que sobrevivieron y de los que no. Y en cada una de las historias
me gustaría escribir que fueron, después de todo, sólo
personas, con todo lo que esto implica". De eso, de lo que significa
ser humanos, es de lo que habla su libro, y, seguramente, todas las auténticas
historias de guerra.

Una auténtica historia de guerra. Guillermo Altares

Postcards from the Grave
(Postales desde la tumba)

Emir Suljagic
196 págs., Saqi Books en colaboración con The Bosnian Institute,
Londres, Reino Unido, 2005 (en inglés)

No por citada -encabeza Territorio comanche, de Arturo Pérez
Reverte-,
la frase con la que Tim O’Brien resume su experiencia en Vietnam es menos
cierta y reveladora. "Una auténtica historia de guerra nunca es
moral. No instruye ni alienta la virtud ni sugiere modelos de comportamiento
humano correcto ni impide que los hombres hagan las cosas que los hombres siempre
han hecho. Si una historia parece moral, no la creáis. Si al final de
una historia de guerra os sentís edificados, o si sentís que
una partícula de rectitud se ha salvado de la devastación a gran
escala, entonces habéis sido víctimas de una mentira muy antigua
y terrible. No hay la más mínima rectitud. No hay virtud",
escribe en Las cosas que llevaban los hombres que lucharon (Anagrama) este
novelista que pasó un año en las selvas del sureste asiático.
Postales desde la tumba (que será publicada en castellano este año
por Galaxia Guntenberg), primera obra del periodista bosniaco Emil Suljagic,
superviviente del genocidio contra los musulmanes de Bosnia y de la matanza
de Srebrenica (incluso de un encuentro cara a cara con el general Ratko Mladic),
es una auténtica historia de guerra. Poco después del aniversario
de la masacre, el semanario británico The Economist, normalmente parco
en elogios, aseguró que el libro de Suljagic era "una obra destinada
a perdurar".

La fuerza de su relato se basa en la eficacia de su narración, pero
también en que consigue arrastrar al lector por la vida cotidiana de
la guerra, por los espacios casi rutinarios del horror, a veces con imágenes
berlanguianas (para ver el Mundial de Estados Unidos en el verano de 1994 los
habitantes de la ciudad cercada se turnaban para pedalear en una bicicleta
estática cuya dinamo proporcionaba la suficiente energía para
mantener encendido un televisor), otras con escenas que provocan reacciones
físicas en el lector (las prostitutas acababan con la cara ensangrentada
después de hacer felaciones a los soldados de la ONU a través
de la verja metálica de su cuartel). En todo momento Suljagic es fiel
a la norma de Tim O’Brien: de su libro no se puede extraer ninguna enseñanza
moral, salvo la sensación constante de que el relato es cierto. El autor
tiene la fuerza de un superviviente y, cuando la verdad no es agradable para
aquellos que como él fueron víctimas de un genocidio, no la oculta
ni la camufla.

En la primavera de 1992, Suljagic, que entonces tenía 17 años,
encontró refugio en Srebrenica durante la ofensiva que las tropas y
los paramilitares serbios lanzaron contra los musulmanes del este de Bosnia,
un ataque en masa contra cientos de miles de civiles que comenzó a las
pocas horas de que este país declarase su independencia de Yugoslavia.
El objetivo de los caudillos nacionalistas Slobodan Milosevic, Radovan Karadzic
y Ratko Mladic era exterminar a los musulmanes de esta región, fronteriza
con Serbia, y después anexionarla. "Lo que ocurrió en Srebrenica
es sólo una parte de un genocidio que empezó tres años
antes", explicaba en noviembre Suljagic en un café de Sarajevo
cercano al semanario independiente Dani, para el que trabaja como experto en
crímenes de guerra y en la persecución de sus autores. "Hay
mucha gente que piensa que el único genocidio que se cometió fue
Srebrenica, pero la mayoría de los crímenes tuvieron lugar en
abril y mayo de 1992. Lo que ocurrió en la ciudad cercada ya se había
producido antes en Foca, en Visegrad, en Prijedor… en todo el este de
Bosnia. Sólo sus repercusiones fueron diferentes", narraba este
periodista cuya calidez en el trato no se corresponde con la dureza de su libro.

Srebrenica recuerda a sus muertos: entre 8.000 y 10.000 hombres y niños bosnios musulmanes
Srebrenica recuerda a sus muertos: entre
8.000 y 10.000 hombres y niños bosnios musulmanes fueron asesinados
en ese enclave en 1995.
 

La sencillez con la que cuenta las cosas más horribles, la sinceridad
con la que relata lo que la guerra puede obligar a hacer a los seres humanos
para sobrevivir -la venta de ayuda humanitaria por parte de las mafias
es el ejemplo menos fuerte- o el peso que acosa a la mayoría de
los supervivientes de un genocidio -"El sentimiento de que estaba
caminando sobre los cadáveres de mis seres queridos era tan fuerte que
podía sentirlo físicamente", escribe cuando regresó a
Srebrenica en junio de 1999- recuerda en algunos momentos a la versión
cinematográfica que Roman Polanski realizó de El
pianista
: no
necesita ningún truco narrativo, ningún artificio para que las
descripciones que lanza desde sus páginas obliguen a veces a apartar
momentáneamente los ojos del papel para tratar de exorcizar la imagen
que se está formando, una pintura "salida directamente del infierno,
escrita en las más negras páginas de la historia humana",
como asegura el periodista británico Ed Vulliamy en el posfacio del
libro, citando a un juez del Tribunal de La Haya.

"Emir Suljagic puede recordar el momento preciso en que la guerra de
los Balcanes se apoderó de su vida. Fue el 12 de mayo de 1992 y se encontraba
con su padre en una colina boscosa sobre Bratunac, una pequeña ciudad
en la frontera entre Serbia y Bosnia en la que vivía con su familia.
Los dos vieron cómo columnas de camiones cruzaban el Drina para transportar
a los musulmanes expulsados de sus pueblos en el valle", señala
un perfil que la BBC hizo de este periodista con motivo de los 10 años
de la masacre de Srebrenica, en la que fueron asesinados entre 8.000 y 10.000
musulmanes. Muchos escritores, cineastas o artistas de Bosnia-Herzegovina tienen
todavía la guerra anclada en sus conciencias porque, como los personajes
de Pedro Páramo, viven entre fantasmas. No sólo perdieron a muchos
seres queridos, sino que su confianza en la humanidad se vio resquebrajada
quizá para siempre. Postales desde la tumba acaba con la descripción
de varias personas que fueron asesinadas durante la guerra con la expresa voluntad
por parte del autor de dar voz a los que no están, de reivindicar la
importancia de cada vida humana. Suljagic asegura: "Me gustaría
escribir una historia individual de todos los que estuvieron allí, de
aquellos que sobrevivieron y de los que no. Y en cada una de las historias
me gustaría escribir que fueron, después de todo, sólo
personas, con todo lo que esto implica". De eso, de lo que significa
ser humanos, es de lo que habla su libro, y, seguramente, todas las auténticas
historias de guerra.

Guillermo Altares es periodista
de El País, para el que cubre habitualmente los Balcanes. Es autor de
un libro sobre los personajes del cine bélico, Esto
es un infierno
(Alianza,
Madrid, 1999).