El país surasiático posee un programa atómico. Es un desastre, pero sigue siendo un programa atómico.

 

Si les interesa la seguridad internacional, les recomiendo encarecidamente que vean un nuevo documental titulado Burma’s Nuclear Ambitions. El film lo ha realizado la Democratic Voice of Burma (DVB), una ONG con sede en Oslo que se ha creado una reputación como fuente de información independiente sobre lo que sucede dentro de ese oscuro país. Los reporteros de DVB han pasado los últimos cinco años recogiendo material para este proyecto, que ofrece argumentos convincentes para creer que los generales que gobiernan Birmania (también llamado Myanmar) han gastado enormes sumas de dinero en un programa para desarrollar armas de destrucción masiva. Robert Kelley, antiguo científico estadounidense y ex inspector nuclear de la ONU, que colaboró con los cineastas, me dice que su trabajo ofrece una oportunidad única de llamar la atención sobre los planes atómicos de un Estado descontrolado antes de que sea demasiado tarde. “Es un programa pequeño, en sus primeras fases”, explica. “Confío en que al publicar esta información podamos sacarlo a la luz y nadie pueda ya ocultarlo. Debería haber un debate público”, dice.

AFP/GettyImages

Y lo habrá, aunque, hasta ahora, muchos de los grandes medios (incluidos The New York Times y CNN) no han recogido todavía la historia. Es una lástima, no sólo porque la noticia tiene extensas ramificaciones en el sureste asiático y el futuro del sufrido pueblo birmano en particular, sino porque no hay duda de que va a suscitar nuevas preocupaciones sobre la escandalosa ineficacia del sistema internacional a la hora de impedir la proliferación de armas nucleares (sí señores, da la impresión de que han vuelto a pillar al Organismo Internacional de la Energía Atómica [OIEA] dormido al volante).

El documental -que se ha emitido este mes en la versión en inglés de Al Jazeera- muestra que los generales que gobiernan Myanmar han utilizado las ganancias de la venta de recursos naturales para financiar la compra de equipamiento sofisticado y la formación de miles de ingenieros en el extranjero (sobre todo en Rusia). Los periodistas de DVB llevaban años trabajando en la historia y nunca habían conseguido ir más allá de los rumores. Habían oído decir que la Junta estaba gastando miles de millones en grandes centros de mando bajo tierra y un sistema también subterráneo de comunicaciones por fibra óptica. Se habían enterado de los intentos de formar a ingenieros en varias disciplinas de tipo militar fuera del país, y sabían -como sabía el Gobierno de Estados Unidos- que en la capital probeta de Naypyidaw los generales estaban dedicados a varios tipos de cooperación sospechosa con Corea del Norte.

Pero no tenían pruebas. Así que decidieron enviar un mensaje por satélite a Birmania pidiendo a la gente que hablara. En febrero de este año, por fin, hubo una reacción. Un comandante del Ejército llamado Sai Thein Win desertó a Tailandia y se llevó consigo un montón de fotos y detalles de una planta de defensa militar en la que había trabajado como director. Sai, que había estado cinco años en Rusia estudiando ingeniería, reveló que sus colegas de la fábrica y él habían utilizado maquinaria de precisión alemana para construir piezas de misil. En otra instalación había visto -y fotografiado- material que al parecer estaba destinado al enriquecimiento de uranio. (Kelley, que fue asesor en la realización del documental de DVB, confirma que es muy probable que el material mostrado en las fotografías se estuviera utilizando con fines nucleares).

Y no hay que olvidarse, por supuesto, de la sospechosa participación de Corea del Norte. Hay que reconocer que, aunque el documental incluye fotos que muestran a presuntos asesores norcoreanos ayudando a los birmanos con los túneles a gran escala (una de las escasas áreas en las que el Reino Ermitaño tiene experiencia de primera categoría), no ofrece ninguna prueba sólida de que Kim Jong Il haya compartido su tecnología nuclear con los generales. Pero eso no quiere decir que no haya buenos motivos para sospecharlo. El film sí incluye fotos del número tres del régimen de los generales visitando a sus joviales homólogos en Pyongyang en noviembre de 2008 (por lo visto, la persona que pasó el material fotográfico murió tiroteado posteriormente). Bertil Lintner, un experto en política de Myanmar que también colaboró con los realizadores, dice que los diplomáticos occidentales han comprobado la presencia de técnicos norcoreanos en una fábrica de misiles birmana.

¿Y qué había, por ejemplo, a bordo del Kang Nam 1, el carguero norcoreano que se dirigía a un puerto birmano el año pasado cuando la Marina estadounidense le convenció de que se diera la vuelta? La secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton, expresó su preocupación sobre la intensificación de las relaciones entre los dos Estados parias en una reunión de líderes regionales. En mayo, el secretario adjunto de Estado norteamericano, Kurt Campbell, hizo una declaración en la que pedía a los dirigentes birmanos que cumplieran las sanciones de la ONU contra Corea del Norte, impuestas tras las pruebas nucleares de Pyongyang hace unos años.

Hillary Clinton expresó su preocupación sobre la intensificación de las relaciones entre los dos Estados parias

La pregunta fundamental, desde luego, es para qué quiere entrar Birmania en el negocio de las armas de destrucción masiva. El país no tiene ningún vecino que le amenace, ningún rival regional que quiera apoderarse de él. Pero eso, dicen los expertos, es no tener suficientemente en cuenta la xenofobia del régimen y su patológica suspicacia ante el mundo exterior. La película ofrece algunas pistas. Un ex diplomático y desertor birmano al que entrevistan ante la cámara lo expresa así: “En 1992, cuando el general Than Shwe llegó al poder, pensó que, si seguíamos el ejemplo de Corea del Norte, no necesitaríamos pensar en Estados Unidos ni incluso en China. En otras palabras, si teníamos energía y armas atómicas, nos respetarían”. Lintner, el analista especializado en este país, subraya asimismo el contexto interno. “Según las personas con las que he hablado, los generales birmanos creen que para permanecer en el poder necesitan un fuerte elemento de disuasión, tanto contra el mundo exterior como contra su propio pueblo”. En 2007, hay que recordar, cientos de miles de manifestantes salieron a la calle para protestar contra las autoridades. Si tener armas nucleares puede hacer más difícil que les presionen los extranjeros, es de suponer que también complicaría la vida a los opositores internos.

Tal vez podemos consolarnos con el hecho de que el programa birmano de armas de destrucción masiva no parece ser muy sofisticado. Geoffrey Forden, un experto del Massachusetts Institute of Technology (MIT) que ha examinado las pruebas sobre el programa birmano de misiles, les da de cinco a 10 años para conseguir fabricar y lanzar un cohete, y mucho más para obtener uno que tenga un alcance respetable. Kelley dice que, basándose en las pruebas, el programa nuclear parece todavía menos serio. Los generales no parecen tener ninguna estrategia coherente para fabricar un arma atómica que funcione. La única técnica de enriquecimiento que han utilizado hasta ahora es, por lo visto, el método del isótopo del láser, que varios países desarrollados han probado y desechado porque es innecesariamente complejo. Kelley calcula que quizá los científicos burócratas están tomando un poco el pelo a los generales (asegura que es algo que ha ocurrido en otros Estados, cuando los dirigentes políticos están desesperados por tener un arma poderosa). Uno de los desertores cuenta que los científicos, para hacer una demostración con láser a unos altos cargos que estaban de visita, quemaron un agujero en un pedazo de madera. Uno de los generales se sintió tan incómodo ante aquel aparato misterioso que pidió que se interrumpieran de inmediato.

No obstante, existen muchos motivos de preocupación. Para empezar, los generales disponen de mucho dinero. En los próximos años van a ganar decenas de miles de millones de dólares con las ventas de gas natural a los chinos, y gran parte de ese dinero está ya destinado, al parecer, al incipiente programa de armas de destrucción masiva. Y, aunque los rusos interrumpieron los trabajos en un proyecto de reactor que habían prometido cuando empezaron a albergar dudas sobre las intenciones de Birmania, está claro que la comunidad internacional puede hacer poca cosa para impedir que la Junta haga lo que quiere dentro del país. (Resulta que el OIEA dio carta blanca a Myanmar hace unos años cuando éste se declaró potencia no nuclear, por lo que ahora puede hacer muy poca cosa). Lo mejor que puede pasar, seguramente, es que los brutales generales que gobiernan Birmania, paranoicos y aficionados a la astrología, sean tan despilfarradores e incompetentes como parecen.  ¿Por qué esa idea no resulta demasiado reconfortante?

 

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