Nombre: Luis Miguel Romo Castañeda
Una hoja de ruta para el futuro incierto

Ignoro cómo será la sociedad del futuro. Lo que sí creo es que, mientras las diferencias entre un joven romano del siglo I y otro del IV fueron mínimas, las de un joven europeo del siglo XXI y otro del XXIV serán más que notables. Nos enfrentamos a un mundo de transformaciones sin precedentes, donde la incertidumbre ha pasado a ser parte de nuestro modus vivendi; y donde los jóvenes, a pesar de haber sido los más azotados tras el derrumbe de las Torres Gemelas, la crisis económica de 2008 y la Covid-19, debemos trazar una lúcida hoja de ruta para evitar que nuestro futuro se decida al azar. 

En esa ruta, debemos optar como barco por aquello que posibilite el ascenso social y garantice nuestro sistema democrático, la escuela. Una escuela de enfoque humanista, que dignifique a su profesorado y nos permita a sus jóvenes seguir la máxima del oráculo de Delfos, “conocernos a nosotros mismos”, para que el gobierno sea exclusivamente nuestro y no de algoritmos ni transhumanismos, pudiendo encontrar nuestra llamada en la vida y enfrentarnos así a los ininterrumpidos cambios que nos están provocando altísimas cotas de angustia y derrotismo. 

Así apostaremos por la necesitada reflexión y meditación, en lugar de por la tan extendida agitación, y podremos garantizar frutos maduros para la cultura. Porque la cultura no es un pasatiempo que deba reducirse a criterios económicos, sino un valor de crecimiento personal y pensamiento crítico que debe ser la vela, el motor de nuestro barco. Y es que del estado de salud de este depende la tierra que avistemos desde altamar. Yo me la imagino más justa, donde la igualdad y diversidad construyan puentes de diálogo. Me imagino una tierra que no solo nos garantice empleos dignos, sino que rechace que el negocio invada al ocio. Una tierra que nos asegure la emancipación, mediante una vivienda asequible y una mejor planificación familiar. Una tierra que nos impulse hacia hábitos de vida más saludables, huyendo del actual consumismo desbocado y apostando por el beatus ille que cuide nuestra salud mental. Quiero una tierra que deje atrás la Europa vaciada, que nos garantice calidad de vida, estemos donde estemos. Una tierra que nos impulse más al liderazgo y emprendimiento, a través de voluntariados y asociaciones juveniles. Una tierra más unida, alejada de hemorrágicos nacionalismos, incapaces de hacer frente a la alerta nuclear, al desastre ecológico y al desafío tecnológico. Y, sobre todo, una tierra que nos haga centrar la ética, la valentía y el honor en nuestro corazón. Todos estos retos suponen una crisis existencial no sólo para los jóvenes europeos, sino para los del mundo. Y por ello, es necesario que su respuesta sea también global.

No hay más que hacer un recorrido por nuestra historia para darnos cuenta de que el sapiens se define más por el cambio que por la continuidad. Y que hoy los jóvenes debemos desarrollar un carácter fuerte para avistar esa tierra de cambios, que deberemos afrontar con responsabilidad, compromiso y deber. Nos estamos quedando sin tiempo, las decisiones que tomemos próximamente moldearán nuestro futuro y no hay tiempo que perder. Impulsemos el futuro de la polis europea hacia la aventura moral y el sentido que dio su vida.