Un indio musulmán reza durante el Ramadán en nueva Delhi. Chandan Khanna/AFP/Getty Images
Un indio musulmán reza durante el Ramadán en Nueva Delhi, India. Chandan Khanna/AFP/Getty Images

El gigante asiático se convertirá en 2050 en el país con mayor número de musulmanes del planeta superando a Indonesia. Los datos de los censos nacionales indios muestran, además, que aunque el aumento demográfico se ha ralentizado en las últimas tres décadas, los musulmanes siguen siendo el grupo religioso que más crece en India, donde, sin embargo, están en posición muy minoritaria frente a los hindúes. ¿Qué desafíos plantea esta situación? ¿Cuál es el encaje de los seguidores del islam en una de las potencias emergentes más a tener en cuenta en este siglo?

Casi siete décadas después de la independencia de India, los musulmanes indios sufren una notable discriminación social, problemas en el acceso a la educación o servicios de salud y están muy infrarrepresentados en las instituciones públicas. Todavía luchan contra prejuicios arrastrados desde la sangrienta partición del subcontinente en 1947, cuando la mayoría de las clases medias musulmanas decidieron marcharse a Pakistán, y sobre la comunidad planean a veces acusaciones de connivencia con el terrorismo cuando ocurren atentados de grupos radicales en la región. Entre la espada de la sospecha y la pared de una realidad de menor desarrollo subyacen muchos retos respecto a su encaje en la sociedad india, donde representan el 14,23% de la población (unos 172 millones) frente al 79,8% de hindúes (unos 966 millones), según el censo nacional de 2011.

 

Marginación social, política y cultural

“En las últimas décadas ha habido una marginación social, política y cultural de los musulmanes. La comunidad está empobreciéndose gradualmente y quedándose sin voz”, critica Zakia Soman, fundadora del Movimiento de Mujeres Musulmanas Indias (BMMA, en hindi). Según Soman los sucesivos gobiernos han errado en abordar el problema, sin tomar “medidas genuinas” que dieran pie a un aumento de la participación de la clase pobre en el resto de la sociedad y el liderazgo musulmán “no se ha implicado con el Estado de manera competente”, “resistiéndose a reformas como poner foco en la educación de mujeres y niñas”.

Para obtener una radiografía más certera de la situación, el Ministerio de Asuntos de las Minorías encargó hace una década un exhaustivo informe que acabó evidenciando la magnitud de la desconexión. El conocido como Comité Sachar (por el nombre del magistrado que lo lideró) registró aspectos como que solo el 3,2% de los funcionarios del servicio civil del país eran musulmanes: incluido un 1,8% de diplomáticos o un 4% de los mandos policiales. En los Ferrocarriles, la mayor empresa estatal, lo eran apenas 64.000 de los 1,4 millones de trabajadores, un 4,5%. Cifras muy lejanas a su músculo real en la sociedad. El documento ratificó, además, una mayor predominancia de musulmanes en el sector informal, en la venta callejera y en empleos por cuenta propia respecto a la media india. El comité recomendó medidas como la creación de escuelas, campañas de concienciación, becas o programas para acceder a créditos que se han ido aplicando en los últimos años.

 

Cambios lentos

Sin embargo, el ritmo de los cambios es lento según muchas voces. “Es impactante que una comunidad que no es culturalmente ni lingüísticamente monolítica tenga una experiencia uniforme colectiva de abandono”, denunció el Centro de Estudios de Paz en un contra informe publicado en 2014. Otro estudio de ese mismo año, éste encargado por el propio Ministerio, suscribió las sensaciones. “Ha habido serias deficiencias en el cumplimiento de los objetivos”, analiza el profesor Amitabh Kundu, que lideró la investigación. Según el documento, los programas no se han dirigido con efectividad a las minorías y la sociedad civil y las ONG no han sido capaces de incentivar a la comunidad musulmana. El año de la presentación del informe hubo elecciones generales en India que trajeron un cambio de gobierno, con lo que las demandas del documento quedaron enterradas.

“Tiene que haber un deseo político para que haya una agenda incluyente. Tampoco la oposición y los medios han hecho el ruido adecuado. Cuando un periodista me entrevista tengo la impresión de que siempre se trata de un musulmán. Pero este asunto debería ser objeto de preocupación de todo el mundo, no solo de los musulmanes”, critica Kundu.

La activista Soman va un paso más allá. Cuando se trata de “hechos”, argumenta, existe “poca diferencia” entre el Partido del Congreso de la dinastía Nehru-Gandhi, de esencia secular y que ha gobernado gran parte de la historia de India, y el hinduista Bharatiya Janata Party (BJP) del actual primer ministro, Narendra Modi, “que cree abiertamente en una nación hindú”. “Los líderes políticos musulmanes siempre han sido muy precavidos de no tocar asuntos sensibles”, subraya Soman.

 

No todo es negro

No obstante, no todo son malas noticias. El aumento demográfico de la comunidad musulmana se ha ralentizado en las últimas tres décadas en India, en disonancia con el patrón explosivo que la fe islámica experimenta en el resto del planeta, donde en 2050 se situará casi a la par del cristianismo en creyentes, según PEW.

“Ahora están primero los cristianos todavía, aunque ya les estamos alcanzando. Ojalá nos convirtamos en la comunidad más numerosa tanto en India como en el mundo”, dice orgulloso Fayaz Safi, un estudiante universitario de 30 años residente en Nueva Delhi mientras abandona la mezquita de Jama, una de las más grandes del Sur de Asia. Pero la realidad no es del todo así. Entre 1991 y 2001 los musulmanes crecieron a un ritmo del 29,6% en India, mientras que entre 2001 y 2011 la subida fue del 24,6%. Atrás queda el 32,8% experimentado entre 1981 y 1991. El crecimiento todavía es mayor que en los hindúes y otras religiones, pero la reducción es mayor, lo que no frena el alarmismo de partidos radicales hinduistas como Shiv Sena, aliado del BJP, que ha llegado a abogar en ocasiones por la esterilización de los musulmanes en India para evitar que el país se convierta en otro Pakistán.

“Se ha reducido la tasa de fertilidad y ha aumentado el bienestar. Esto se explica fundamentalmente en el impacto de la educación”, razona el profesor Kundu. Según su informe, la tasa de escolarización en la comunidad musulmana ha pasado del 60% al 70% entre 2004-2005 y 2011-2012, aunque todavía está cuatro puntos por debajo de la media nacional. Además, pese a lo abultado del número y a la crónica inestabilidad de algunos países del entorno, la incidencia de violencia de corte islamista en India es muy baja, más allá de atentados puntuales y episodios de tensión entre comunidades que se acrecientan cuando hay acontecimientos políticos importantes. “La radicalización de los musulmanes en India es cercana a cero. Incluso tras el 11-S y con la influencia de la guerra contra el terrorismo, la comunidad no se ha visto arrastrada”, valora Soman. La activista aduce este logro a “la gran diversidad” que existe dentro el islam en la India y a que el carácter secular del país, donde la religión ha permanecido “en el ámbito personal”, favorece la armonía. Para el universitario Sufi, “ser minoría” en el conjunto del país es un factor clave “para que el extremismo no se dispare”.

 

La dinámica interna ante la influencia externa

Más allá de lo simbólico de que India se convierta en la nación con mayor número de musulmanes dentro de unas décadas, los expertos no creen que eso redunde en un cambio “sustancial”. En todo caso, el país no es “independiente” de lo que ocurre en el entorno. Por ejemplo, las relaciones están sujetas a altos y bajos con Pakistán, un vecino con el que ha librado tres guerras, dos de ellas por la disputada región de Cachemira, y al que acusa de apoyar a grupos insurgentes que atacan en su territorio. Hoy en día los nexos entre indios y paquistaníes son escasos. A pesar de que millones de personas cruzaron la frontera décadas atrás para abrazar nuevas patrias, las trabas burocráticas para moverse en la actualidad de un espacio a otro son muy grandes y beben de una incorregible desconfianza. “Los indios musulmanes en India no nos lamentamos por no haber ido a Pakistán. India es nuestro país. Estamos alienados, hay violencia de corte religioso y partidos fundamentalistas que nos odian, pero buscamos nuestro espacio”, explica el estudiante Sufi.

Y si por el flanco occidental está Pakistán, por el oriental hay otro vecino de mayoría musulmana: Bangladesh. La llegada de inmigración indocumentada de clase baja de ese país, cuya frontera rodea Nueva Delhi con una verja desde los 80, ha sido a menudo considerada una amenaza para el equilibrio demográfico en comunidades autóctonas, de distinta etnia y religión, en las que no se produce una integración real. En el plano internacional, India ya tiene buenas relaciones con la mayor parte del mundo musulmán, incluidos Arabia Saudí e Irán, y en la esfera nacional es poco probable que un partido emerja en clave islámica, pues no sería “relevante” solo con ese granero de votos, que las formaciones tradicionales ya abordan con candidatos musulmanes, según Kundu. El profesor ve además una “polarización de la política” por religión como algo potencialmente “muy peligroso” para el país.