Por qué estos momentos difíciles son la ocasión perfecta para calmar el Delta del Níger.

 

Un video colgado en YouTube el mes pasado ha causado gran conmoción en el Delta del Níger, la región de Nigeria más rica en petróleo. El portavoz del Movimiento para la Emancipación del Delta del Níger (MEND) distribuyó por e-mail la filmación, en la que se ve a dos jóvenes hermanos, uno muerto y el otro desarmado y suplicando por su vida. Un soldado pregunta al chico que sigue con vida -y que está en el suelo junto al cadáver de su hermano- de dónde es. “De Bonny”, responde, refiriéndose a una población del Delta donde se extrae crudo. Le pegan dos tiros en la cabeza, sin más.

LIONEL HEALING/AFP/Getty Images

Lo llamativo de esta violencia no es su excepcionalidad, sino lo familiar y banal que resulta en esta zona del mundo, en un momento en que el conflicto ha cobrado mayor intensidad que nunca. Durante la última década, grupos como el MEND han atacado las infraestructuras petrolíferas, a menudo consiguiendo cortar los oleoductos durante breves períodos de tiempo. Pero en los últimos meses estos sabotajes han aumentado, tanto en frecuencia como en intensidad. Los enfrentamientos entre los guerrilleros y el Ejército son cada vez más frecuentes, y las muertes de civiles en las poblaciones de esta área han sido devastadoras. La producción de crudo ha caído de forma drástica.

Sin embargo, y por extraño que parezca, este podría ser el momento idóneo para resolver uno de los conflictos violentos más antiguos de la región.

Las raíces de la violencia están claras: abundancia de oro negro y exceso de inestabilidad. La pobreza y el desempleo están omnipresentes en Nigeria, especialmente en el Delta. Años de gobierno federal irresponsable han animado a las minorías -étnicas y económicas- a formar grupos armados y bandas organizadas con el fin de asegurarse una porción de la ingente riqueza petrolífera del país. Este problema es especialmente agudo en el Delta del Níger. Allí la población lleva décadas viviendo entre la contaminación causada por los oleoductos deteriorados. La gente ha visto cómo se extraía el petróleo de su territorio, mientras sólo un 13% del dinero obtenido con su venta se destina a la zona.

Durante la última década, organizaciones delictivas y políticas han recurrido a todo tipo de tácticas, desde ataques selectivos contra los depósitos de petróleo hasta la toma de rehenes, como medio para airear su descontento. El resultado es la actual situación de violencia. En febrero, por ejemplo, una niña de 11 años fue asesinada cuando intentó impedir el secuestro de su hermano de 9 años. El MEND y otras organizaciones armadas han jurado continuar con los secuestros y ataques hasta que el Estado acepte entablar negociaciones.

Por desgracia, los sucesivos gobiernos nigerianos apenas han tomado medidas para corregir los agravios a la población y poner fin al conflicto. El actual presidente Umaru Musa Yar’Adua prometió tratar con urgencia el problema del Delta; reconoce la situación desesperada que se vive en la zona, que incluso ha visitado personalmente. Pero desde su toma de posesión en 2007, su estrategia ha sido confusa e ineficaz. Una de sus soluciones, el recién creado ministerio para los Asuntos del Delta del Níger, no ha hecho más que añadir todavía más burocracia a un problema ya de por sí enmarañado.

Hasta la fecha, el Ejecutivo también ha venido incrementado la presión militar, pero las numerosas muertes de civiles han provocado en el Delta más inestabilidad y rabia que nunca. En mayo los civiles se vieron otra vez atrapados entre los grupos guerrilleros y el Ejército. Era sólo el último episodio de una larga historia de daños colaterales. Por lo que parece, la Fuerza Especial Conjunta (JTF, en sus siglas en inglés), una unidad de operaciones especiales creada para combatir la violencia en el Delta, ha matado a cientos de civiles y provocado que miles más huyan de sus hogares.

Los intentos de poner fin al conflicto por la vía diplomática han sido poco decididos. El lunes pasado el Gobierno retiró varios cargos contra el dirigente rebelde Henry Okah, que llevaba detenido desde 2007 acusado de tráfico de armas. El MEND ha respondido declarando un alto el fuego de 60 días, condicionado a la retirada del JTF.

Puede que por fin el Gobierno se sienta económicamente motivado para negociar

Recientemente, Okah expresó sus dudas de que otros rebeldes acepten la amnistía gubernamental mientras el Estado no acepte entablar conversaciones bajo supervisión internacional, disolver el JTF y poner fin a los ataques contra la población del Delta. También el Gobierno condiciona su oferta a la suspensión de las acciones que llevan acabo los rebeldes. De momento las autoridades no se han pronunciado sobre si aceptarían mantener negociaciones con la mediación de terceras partes.

Lo que hace falta son acuerdos políticos sobre el reparto de la riqueza y una amnistía, así como medidas para que las empobrecidas poblaciones del Delta de donde se extrae el petróleo -y de donde proceden los líderes rebeldes-  se desarrollen. Y puede que ahora sea el momento adecuado para ello. La caída del precio del petróleo y el incremento de los ataques rebeldes han empezado a hacer daño al Ejecutivo, causando una pérdida de ingresos que, sólo durante 9 meses del pasado año, se estimó en 27.000 millones de dólares (unos 19.000 millones de euros). Entre 2006 y 2008, los cortes provocados por ataques rebeldes causaron una disminución media de la producción de 1 millón de barriles diarios, con las correspondientes pérdidas millonarias. Y los últimos ataques durante el mes pasado han afectado a casi la mitad de la producción habitual, con lo que posiblemente el declive haya alcanzado sus peores niveles. En otras palabras, puede que por fin el Gobierno se sienta económicamente motivado para negociar.

La mediación de terceras partes será fundamental, y el nuevo secretario de Estado adjunto del presidente Barack Obama para asuntos africanos, el embajador Johnnie Carson, es un buen candidato para guiar el proceso. Es un africanista respetado, y goza de credibilidad para poner sobre la mesa de negociación condiciones duras: una amnistía factible ligada a la liberación de rehenes y la suspensión de las hostilidades a largo plazo; un aumento de la proporción de los ingresos del petróleo destinada al Delta; un plan detallado para efectuar una mejor contabilidad de los flujos de dinero dentro del Estado, incluyendo medidas creíbles contra las redes de contrabando de crudo que conectan a los jefes guerrilleros con importantes políticos locales y nacionales; un programa de desarme, desmovilización y reinserción de los milicianos, apoyado por Naciones Unidas; la sustitución de las fuerzas militares del JTF por policía civil; y el compromiso internacional de contribuir a hacer un seguimiento del acuerdo final.

Nigeria no puede permitirse que las iniciativas de paz vuelvan a fracasar. Mientras no se llegue a un pacto y se alcance la paz, todos perdemos.

 

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