Un exceso de personalismo y escisiones internas ponen en peligro la supervivencia de la principal fuerza opositora birmana, la Liga Nacional para la Democracia, liderada por la disidente y nobel de la Paz Aung San Suu Kyi.

 

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Horas antes de que la disidente birmana Aung San Suu Kyi fuera puesta en  libertad el pasado 13 de noviembre tras siete años de arresto domiciliario, Min Min, un joven de treinta años que estuvo encarcelado durante más de cinco por organizar un sindicato estudiantil en su universidad, comentaba en la sede de la Asociación de Asistencia a los Presos Políticos de Birmania, en la localidad tailandesa de Mae Sot: “Ella es nuestra gran esperanza, pero la gente depende demasiado de héroes como ella. Tenemos que aprender a depender de nosotros mismos si queremos conseguir la democracia”. Como muchos otros exiliados en aquella ciudad fronteriza, hasta el último momento Min Min no creía que la Junta Militar que gobierna el país fuera a liberar a la líder de la Liga Nacional para la Democracia.

Esa misma tarde, decenas de miles de ciudadanos salieron a las calles de Rangún para recibir frente a su domicilio a la “Dama”. Aquel día quedó claro que, veinte años después de que su partido ganara las únicas elecciones libres convocadas en el país asiático desde el golpe de Estado del general Ne Win en 1962, Aung San Suu Kyi seguía contando con el firme apoyo de una gran parte de la población, pese a haber estado incomunicada la mayor parte del tiempo. Como no podía ser de otro modo, el entusiasmo de los birmanos también llegó a Mae Sot. Varios días después Min Min contaba que había llorado al escuchar el primer discurso de Suu Kyi y que se había dado cuenta de que era “una de las personas que conseguía unir al pueblo”.

Aung San Suu Kyi es la columna vertebral y el alma de la LND. Los afiliados más jóvenes la llaman “madre” y muchos están dispuestos a dar su vida por ella. U Win Htein, un ex militar que se encarga de su seguridad, explicaba en la sede del partido en Rangún que reclutan a sus guardaespaldas en los barrios y en los pueblos, que no cobran nada y que “han de protegerla sólo con sus cuerpos. Son jóvenes con una fe y devoción absolutas por ella”. U Win Tin, un octogenario miembro del comité central que pasó casi veinte años en la cárcel por sus actividades políticas, comentaba: “Suu Kyi es la única persona capaz de liderar a la gente gracias a su inteligencia, su reputación, el nombre de su familia, su capacidad para pronunciar buenos discursos y los sacrificios que ha hecho”. Pero ese carisma podría ser un arma de doble filo y suscita el interrogante de si el partido podría sobrevivir sin ella.

Pese a la euforia, el futuro de la LND es sumamente incierto y el Gobierno podría disolverla en cualquier momento. Los dirigentes se negaron a registrarla para las elecciones de noviembre, que consideraban un fraude, una mera charada de los militares para perpetuarse en el poder, al igual que la transición del régimen a una “democracia disciplinada”. Además, todos los partidos debían cumplir unas condiciones que la Liga consideraba inaceptables, entre ellas expulsar de sus filas a todos los presos políticos, incluida la propia Aung San Suu Kyi.

Esto desencadenó una escisión en el seno de la LND cuando algunos de sus miembros decidieron formar su propio partido, la Fuerza Nacional Democrática (FND), para concurrir a las elecciones. En unos comicios férreamente controlados por el Gobierno para evitar cualquier sorpresa, la FND sólo consiguió 16 representantes en las tres cámaras del Parlamento. Pese a las discrepancias entre ambas formaciones, a mediados de marzo Aung San Suu Kyi se reunió con algunos miembros de la FND para tratar de resolver sus diferencias.

Cuando la LND se negó a registrarse, el Gobierno le ofreció la posibilidad de reconvertirse en una ONG. El partido ya lleva años realizando actividades de asistencia social, desde programas de ayuda a enfermos de sida hasta la gestión de escuelas para niños pobres, en un país en el que el Estado apenas presta ningún servicio a sus ciudadanos. Sin embargo, U Win Tin asegura: “Por supuesto que nos preocupa el bienestar del pueblo y organizamos actividades sociales, pero no estamos dispuestos a renunciar a nuestra identidad política, lo cual no deja de ser peligroso, ya que el Gobierno puede cerrar estas sedes y encarcelarnos cuando lo desee”.

En teoría, la ilegalización del partido se hizo efectiva en febrero, cuando entró en vigor la nueva Constitución y se reunió por primera vez el Parlamento, aunque la LND sigue funcionando con relativa normalidad. “De momento –continuaba U Win Tin– no sabemos si el Gobierno nos deja tranquilos gracias al apoyo internacional que recibimos o si aguardan el momento oportuno para arremeter contra nosotros. Estamos a la espera de ver qué ocurre”.

La formación se ha pronunciado públicamente sobre algunos asuntos de índole política. Uno de ellos es el de las sanciones de la comunidad internacional al régimen, que continúa respaldando siempre que sean selectivas. Otro es el espinoso tema de las minorías étnicas, en guerra con el Estado central desde antes de la independencia del país en 1948. En noviembre, Aung San Suu Kyi propuso una conferencia con los líderes de las nacionalidades birmanas, algunas de las cuales controlan territorios casi independientes en la periferia del país, pero hasta la fecha ha resultado imposible organizar esa reunión.

Algunos miembros más jóvenes llevan tiempo pidiendo que se les dé más voz y quejándose de la falta de democracia en el funcionamiento del partido

Ambos temas enfrentan directamente a la LND con el Gobierno, que les ha acusado de tratar de dividir el país y de ponerse al servicio de intereses extranjeros. No obstante, desde su liberación, Aung San Suu Kyi se ha mostrado más cauta que en el pasado y sigue manteniendo sus demandas de diálogo con la Junta Militar para iniciar un proceso de reconciliación nacional.

El partido está preparándose para proseguir con sus actividades cuando el Gobierno decida hacer efectiva su ilegalización. U Tin Oo, un antiguo general de las fuerzas armadas, cofundador y vicepresidente de la LND, explicaba así sus planes para el futuro: “Estamos decididos a sobrevivir, por lo que estamos estudiando la manera de crear una red política que nos permita seguir trabajando. Muchos nos estamos haciendo viejos, así que un día le pasaremos el testigo a los jóvenes para que se ocupen de dirigir esa red política que luchará por la democracia”.

A mediados de diciembre, varios miembros de las juventudes de la LND y otros partidos y organizaciones sociales se reunieron en la sede del partido. Aung San Suu Kyi les exhortó a crear una red juvenil para intercambiar ideas y trabajar por el país. Los jóvenes no tardaron en formarla, pero los recelos entre los diferentes grupos están dificultando enormemente la colaboración mutua. En cualquier caso, Suu Kyi declaró que no prevé a corto plazo un cambio generacional en la cúpula de la formación política, pese a que algunos miembros más jóvenes llevan tiempo pidiendo que se les dé más voz y quejándose de la falta de democracia en el funcionamiento del partido.

Aunque no ha logrado ninguno de sus objetivos políticos, la LND ha conseguido sobrevivir más de dos decenios, toda una hazaña si se tiene en cuenta la brutal represión del régimen al que se enfrenta. En el futuro tendrá que superar no menos obstáculos y retos que en el pasado y, sin duda, muchos escapan a su control, pero un excesivo personalismo, cierto anquilosamiento y la falta de democracia interna también podrían representar un peligro para su supervivencia política.

 

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