El Tratado de Libre Comercio con EE UU no debería ser la única baza europea y española.

 

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El comienzo de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y  la Unión Europea forma parte del proceso de reconfiguración de los grandes bloques políticos y comerciales en el mundo del G-20.

El fracaso de la Ronda de Doha está llevando a una multiplicación de iniciativas bilaterales y multilaterales dominadas por el desplazamiento hacia Asia de los centros de gravedad económicos. EE UU trata de mantener un protagonismo comercial central con el acuerdo de Asociación Transpacífico y un rosario de Tratados de Libre Comercio en su continente.

No obstante, la mayor relación bilateral sigue siendo la de EE UU y la UE, que representa la mitad del comercio mundial.  En el caso Atlántico, a diferencia del Pacífico, no existen  marcos más amplios. Así,  no se sientan a negociar por parte norteamericana los otros miembros del TLC, Canadá y México, a pesar del rápido proceso de integración de sus economías. El presidente Obama ha  visitado en mayo México proponiendo una alianza económica  bilateral.  Le siguió en junio el presidente Xi Jinping de China.

Para los defensores de una  relación transatlántica más amplia, la cuestión es importante, en especial para España. Hay dos razones de peso: la primera es  la importancia de la apuesta económica de nuestro país en Iberoamérica con inversiones directas estratégicas (banca, telecomunicaciones, energía, turismo, construcción  y servicios), sin despreciar su creciente penetración en Estados Unidos. La segunda razón está relacionada con uno de los capítulos más sensibles de la negociación, el tema cultural. Su no inclusión en el mandato europeo fue clave para que Francia aceptara aprobarlo en nombre de la “excepción cultural&rdquo.

Lo cultural no es solo cuestión de comercio como afirman los Estados firmantes de la Convención de la Unesco sobre la diversidad cultural de 2005. Son todos los de la ONU, con Canadá y los países iberoamericanos en cabeza como fervientes defensores mientras que Estados Unidos es uno de los tres países que no la ha firmado.

En el caso español, tras  apoyar la reserva sobre la inclusión, se mantiene una posición más ambigua de “competencia razonable&rdquo. No se puede solo celebrar el volumen de la comunidad idiomática que comparte la lengua, también hay que defenderla como activo. El ejemplo del Instituto Cervantes de compartir esfuerzos y protagonismo con la Comunidad Iberoamericana, en especial con México, de cara a Estados Unidos y  la Asia del Pacífico es positivo. No es de recibo abandonar toda política activa de apoyo al sector audiovisual y la proyección cultural en aras a una pretendida competencia que supone dejarlo en manos de  grandes grupos multimedia estadounidenses.

El Tratado con Estados Unidos es importante, pero no puede ni debe ser la única baza europea y española. En la relación transatlántica, extenderlo al bloque norteamericano del TLC (con México y Canadá)  debería ser una prioridad. La agenda es favorable para tratar la cuestión por la coincidencia de fechas.  En octubre, se reunirá en Panamá la Cumbre Iberoamericana y, también, la del español. Además de celebrar el Quinto Centenario del Descubrimiento del Pacífico por Balboa, interesa añadir al orden del día esta cuestión clave para nuestro futuro. Con ello, se daría respuesta a aquellos que critican su falta de contenido y a la vez se fomentaría nuestro mejor activo: la lengua española.

 

 

 

 

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