Azar Nafisi, autora del libro Leer Lolita en Teherán, habla sobre la crisis cultural de Irán –y de cómo la malinterpretó Occidente.

Cuando el libro de Azar Nafisi Leer Lolita en Teherán vio la luz en 2003, ofreció la que hasta el momento era la más potente visión, para muchos occidentales, de la vibrante vida intelectual que existía todavía en el corazón del Irán moderno –y las muchas contradicciones y luchas que conlleva para quienes pretenden vivir en él. Nafisi ha pasado su propia existencia en equilibrio entre lo literario y lo político. Despedida como profesora de la Universidad de Teherán en 1981 por negarse a llevar velo, esta estudiosa  especializada en Nabokov educada en Inglaterra y Estados Unidos se dedicó a enseñar literatura, tanto de una manera formal como informal, en su país de origen hasta 1997, cuando emigró a EE UU. Ahora da clases sobre la conjunción entre literatura y política en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins en Washington. Nafisi habló con Foreign Policy de la tragedia de los licenciados en Literatura Inglesa de Irán y sobre las señales que se le pasaron por alto a Occidente de que el país persa estaba a punto de estallar.

 
 
AFP/Getty Images

Foreign Policy: En el momento de las elecciones del año pasado, ¿cómo se informó de lo que estaba sucediendo?

Azar Nafisi: Me encontraba en Washington. Para mí esos fueron días muy extraños, porque estaba atravesando mi primera experiencia como miembro de un jurado, lo que es muy irónico. Fue a la vez interesante y triste porque se trataba de un caso de asesinato, y recuerdo volver corriendo a casa desde el tribunal para enterarme de las noticias. Parte de mis informaciones llegaban directamente de los medios de comunicación occidentales y parte provenía de dentro del país, de amigos y antiguos estudiantes. A medida que iba transcurriendo el tiempo, había gente con la que no había hablado en años, en más de una década, que comenzó a mandarme e-mails. Recuerdo a un joven cineasta iraní que me escribió diciendo: “aquí está pasando algo diferente, y por favor, por favor, por favor haz que el mundo lo sepa”.

FP: Debe de haber sido interesante para usted contemplar como los medios de comunicación descubrían este aspecto de la sociedad iraní.

AN: El público estadounidense no estaba al tanto de las distintas facetas de la sociedad iraní. Todos estaban tan atónitos que se sintieron implicados en los acontecimientos –y se sintieron más tarde decepcionados. Cuando las manifestaciones no pudieron mantener su impulso –lo que era imposible–, y dado que no condujeron a nada decisivo, esas mismas personas volvieron al discurso anterior: “Os lo dijimos, en Irán no está pasando nada, a todo el mundo le gusta Ahmadineyad”. No, lo cierto es que siempre está pasando algo en este país.

FP: ¿Cree que los medios hicieron un buen trabajo en la cobertura de las diferentes caras de la sociedad civil iraní?

AN: Para mí, lo más inquietante era la ausencia de contexto ya que la cobertura antes había sido muy sesgada. Ahora todo parecía extraño, fuera de lugar. Nunca habíamos visto a esta gente, pero estas chicas jóvenes, chicas como Neda, habían formado parte de la sociedad iraní durante tanto tiempo como puedo recordar. Estaban allí al inicio de la revolución; hubo manifestaciones en Teherán en las que cientos de miles de mujeres iraníes salieron a las calles diciendo: “La libertad no es de Occidente ni de Oriente, es global”. Ha habido manifestaciones estudiantiles desde el mismo comienzo; pasamos por una revolución cultural en la que se cerraron las universidades.
Y desde 1979, este régimen no ha escondido la represión de estas personas. No es que ellos hayan sido los mentirosos, sencillamente es que no hemos estado observándoles. En su punto de mira estaban las mujeres, la cultura y las minorías. Lo primero que hicieron fue deshacer las protecciones familiares hacia las mujeres e implantar las leyes de la sharia. Si se repasan los discursos del ayatolá Jomeini, advierte una y otra vez contra los periodistas y las universidades. Instituciones que asociaba con Occidente. No hace falta ser muy inteligente para comprender que si esas fuerzas eran los objetivos del régimen, serían las que saldrían a las calles. Se los ha ignorado durante los últimos 20 años, y de repente se piensa: “¿qué ha pasado, dónde estaba esta gente?”. Estaban aquí.

FP: ¿Cuáles son las perspectivas de que el movimiento siga avanzando?

AN: Desde que yo misma comencé a mostrarme activa cuando vivía allí y cuando me marché estaba segura de que si te opones al régimen sólo en el ámbito político estás condenado. Es muy fácil para Ahmadineyad desmantelar las organizaciones, meter a los líderes en la cárcel y destrozar todo el movimiento. Pero la lucha en Irán no es política, es existencial. A Ahmadineyad le resulta imposible encarcelar a millones de jóvenes iraníes –el 70% de la población es menor de 30 años– por cómo quieren vestir, porque quieren escuchar música, porque creen que no tienen futuro. Uno de mis antiguos estudiantes me dijo que si en lugar de hacer un máster en Literatura Inglesa en Irán se hubiera convertido en un delincuente, tendría más dinero y más futuro en este país. Este chico no es una excepción, es la norma. En ese momento llevaba seis años casado, y vivía con su mujer en una habitación en casa de su suegra. No podía permitirse mudarse a una vivienda propia. Hablamos no sólo de problemas políticos y culturales; hay unas profundas raíces económicas. Los chavales de Irán, que son brillantes y tienen tanto talento, que son, sin más, increíblemente maravillosos, no tienen futuro.

           
"Nosotros somos jóvenes y ellos son viejos. Nosotros nos quedaremos y ellos se irán"
           

FP: Debe ser interesante ver la diferencia entre quienes permanecen en Irán y quienes se han marchado.

AN: Aquellos que están dentro del país, como los que están fuera, tienen posturas muy distintas. Deberíamos simplemente aceptar la diversidad. Por ejemplo, muchas mujeres en Irán se identifican gustosamente como musulmanas, a pesar del régimen. Ellas no piensan que su religión tenga nada que ver con el Gobierno que las azota o las lapida hasta la muerte. Los iraníes musulmanes han llegado por sí mismos a las ideas de vida, libertad y búsqueda de la felicidad. Estas no son sólo cosas estadounidenses.

FP: ¿Cree que la sensibilidad de los medios hacia Irán se ha reducido desde el verano pasado?

AN: Claramente ha sido sustituido por otros intereses. Nunca olvidaré que el día que murió  [la actriz] Farrah Fawcett yo debía conceder dos entrevistas importantes. Una fue cancelada inmediatamente, y de la otra, que era en un programa más amplio, siguieron escribiendo diciendo que se retrasaba y que la emitirían la semana siguiente. Pero no se emitió porque entonces murió Michael Jackson. Farrah Fawcett y Michael Jackson reemplazaron a la situación en Irán.

Los medios también nos deberían estar ofreciendo más análisis. Aún creo que necesitamos sentarnos y preguntarnos: bien, ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha supuesto la movilización? No veo mucho de eso. Aunque sí sé que ahora hay mucha simpatía por el pueblo iraní que antes no existía.

Dentro de Irán, e insisto en que es muy difícil decir qué está pasando exactamente, hay dos cosas que salen a relucir cuando uno habla con la gente que está allí. La primera es que algunos sectores de la sociedad se han visto de nuevo profundamente traumatizados. Otros se han desilusionado. Pero hay otros. Hubo una maravillosa escritora persa que me contó una conversación que había tenido con un joven. Me dijo que ella misma estaba muy emocionada y solía salir a las calles, y entonces comenzaron los asesinatos y se asustó mucho. Me contó que estaba hablando con este joven durante una de las protestas en la calle y le preguntó: “¿Por qué estáis haciendo esto? Os están matando y no tenéis armas”, y me dijo que él se volvió y le contestó: “Nosotros somos jóvenes y ellos son viejos. Nosotros nos quedaremos y ellos se irán”. Eso era interesante. No dejo de anotar todas estas frases en mi cuaderno. Puede que nunca llegue a usarlos, pero quiero recordarlos.

 

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