Sin Víctor Yushchenko el país exsoviético puede estar en mejor posición para cooperar con Occidente.

 

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Los ucranianos acudieron a las urnas el domingo para elegir a un presidente por primera vez desde los dramáticos acontecimientos de 2004-2005 conocidos como la Revolución Naranja. Los primeros resultados indican que Víctor Yanukovich, líder de la oposición parlamentaria, y Yulia Timoshenko, actual primera ministra, encabezan la lista de 18 candidatos; El primero está en posición de recoger entre el 31 y el 38%, y la segunda entre el 25 y el 27%. La Comisión Electoral Central tardará probablemente una semana, al menos, en hacer el recuento definitivo, pero está claro que ningún candidato va a obtener por encima del 50%, por lo que tendrá que haber una segunda vuelta el 7 de febrero. Aunque este resultado puede parecer perjudicial para los intereses occidentales, un análisis más detallado de los últimos cinco años de política ucraniana bajo el mando de Yushchenko y de las políticas que seguramente llevarán a cabo sus sucesores muestra que la situación no es, ni mucho menos, tan mala como se ha dicho.

La cobertura de los comicios en la prensa occidental se ha caracterizado por la inquietud sobre las repercusiones que tendría la victoria de cualquiera de los dos favoritos, especialmente el supuestamente proruso Yanukovich. Un titular decía: “Atardecer naranja mientras las elecciones en Ucrania anuncian un giro hacia Rusia”. Al fin y al cabo, Yanukovich fue el malo en la Revolución Naranja, el candidato apoyado por el Kremlin que fue derrotado por Víctor Yushchenko, el líder de la oposición, supuestamente democrático y prooccidental, en unos comicios que hubo que repetir después de que la segunda vuelta de las presidenciales en 2005 se vieran teñidas por el fraude. Aunque Timoshenko -el otro símbolo internacional de esta revolución de color– fue estrecha aliada de Yushchenko durante la rebelión y se convirtió en su primera ministra, ahora se dice que es casi tan hostil a la OTAN y la Unión Europea como Yanukovich. Dado que el principal objetivo de la presidencia de Yushchenko era, según la opinión más común, afianzar los lazos de Kiev con Occidente, las elecciones actuales, gane quien gane el 7 de febrero, representan el rechazo del pueblo ucraniano a ese propósito, sobre todo porque Yushchenko parece haber obtenido nada más que un 6% de los votos en su intento de ser reelegido.

Por suerte, estas afirmaciones son, en gran parte, falsas. Se basan en una visión superficial  de la presidencia de Yushchenko, unas caracterizaciones erróneas de los dos favoritos en los comicios y un desconocimiento del papel del presidente en el sistema político de Ucrania. De hecho, una victoria de Timoshenko o Yanukovich no tiene por qué influir de manera significativa en las relaciones del país con la OTAN, la UE y Estados Unidos, y sus ramificaciones respecto a Rusia son ambiguas. Sin embargo, la victoria de Timoshenko podría ofrecer la oportunidad de acabar con la inestabilidad política que ha paralizado la política ucraniana en los últimos años y hacer mucho más probable la puesta en marcha de las reformas necesarias.

Yushchenko da la impresión de haberse comprometido verdaderamente a integrar a su país en la comunidad euroatlántica. Durante su mandato se dieron varios pasos importantes en esa dirección: Ucrania se incorporó a la Organización Mundial de Comercio; recibió la promesa de que acabaría siendo miembro de la OTAN; se integró en el Partenariado Oriental de la UE, un foro para los vecinos exsoviéticos de la Alianza; y comenzaron las negociaciones para alcanzar un acuerdo de libre comercio con Bruselas.

 

EL LUJO DE SER UNA DEMOCRACIA

Los ucranianos no parecen hacerse ilusiones de que el próximo presidente vaya a resolver los problemas económicos y de mal gobierno. El 7 de febrero, muchos votarán por el mal menor, elegirán entre “ladrones y mentirosos”, “la vergüenza y el miedo”, el “estancamiento previsible” en caso de una victoria de Yanukovich y el “riesgo de derrumbe del país” debido al “deseo ilimitado de poder de Timoshenko”.

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Estos comentarios populares parecen confirmarse viendo la historia reciente del país, porque los dos candidatos fueron primeros ministros durante la presidencia de Yushchenko. A pesar de que los dos prometen reformas y acercar Ucrania a Europa, ninguno parece capaz de consolidar la democracia en Ucrania ni de introducir las reformas recomendadas por la UE. Los ciudadanos consideran que Yulia Timoshenko es una dirigente fuerte y carismática, pero demasiado imprevisible e intolerante hacia sus adversarios. Y, aunque Víctor Yanukovich quizá asegura la estabilidad, no parece que vaya a construir un gobierno de cambio.

Ambos candidatos parecen más interesados en reforzar su propio poder que en hacer que funcione la democracia. Seis meses antes de los comicios, Yanukovich y Timoshenko formaron una alianza para intentar impulsar unos controvertidos cambios constitucionales que desembocaran en la anulación de las elecciones presidenciales directas y los siguientes comicios parlamentarios. Antes de empezar la campaña, el Bloque de Yulia Timoshenko y el Partido de las Regiones de Yanukovich aprobaron esa ley, que ha dejado un margen para manipulaciones y ha hecho que no hubiera unas normas claras durante el proceso electoral. Además, los dos grandes partidos parlamentarios se negaron a introducir cambios democráticos en la ley de elecciones locales, que se celebrarán en mayo de 2010.

A pesar del pesimismo generalizado sobre el futuro de Ucrania, hay una luz al final del túnel. A diferencia de 2004, no es hoy una república presidencialista de tipo postsoviético en la que el presidente decida por si solo las políticas y las estrategias. El ámbito del poder en este país es mucho más multipolar. El próximo presidente necesitará el apoyo de la Rada para aplicar su política. Gane quien gane, tendrá que afrontar la necesidad de unas elecciones parlamentarias inmediatas para poder formar gobierno. Por un lado, eso significa que el país más afectado de Europa por la crisis económica, con un 12% de déficit, tendrá que pasar otro ciclo de turbulencias políticas. Por otro, la aparición de nueva savia política dispuesta a entrar en el nuevo Parlamento significa la rotación democrática de la élite y que Ucrania sigue practicando la democracia. Uno de los pocos países de la región postsoviética que puede disfrutar de ese lujo.

 

Natalia Shapovalova es investigadora visitante de FRIDE.

 

Pero estas victorias fueron relativamente modestas, y se vieron ensombrecidas por el daño causado a la reputación internacional del país por las promesas sin cumplir y las luchas políticas internas que caracterizaron su mandato. Con una ruptura sistemática de los compromisos (como las condiciones para un préstamo de 16.400 millones de dólares, unos 11.600 millones de euros, del FMI, en gran medida porque Yushchenko no vetó un enorme aumento de las prestaciones sociales que desbarató el presupuesto) y un presidente incapaz de ejercer un liderazgo competente, Ucrania empezó a considerarse un caso perdido, y el progreso hacia la integración con Occidente se detuvo.

Yushchenko también consiguió el descrédito del proyecto occidental dentro de Ucrania. Presionó en exceso en cuestiones polémicas como la pertenencia a la OTAN y exacerbó las fracturas regionales del país al obligar a las regiones del sur y el este, de habla mayoritariamente rusa, a utilizar la lengua ucraniana, y al asumir posturas controvertidas sobre temas históricos (por ejemplo, este mismo mes, publicó un decreto por el que creaba una festividad y ordenaba la realización de actos culturales en homenaje a los soldados ucranianos que lucharon con las fuerzas austrohúngaras contra Rusia en la Primera Guerra Mundial). Al terminar su mandato, eran más numerosos los ucranianos partidarios de la unión con Bielorrusia y Rusia que de integrarse en la UE, y menos del 20% estaba a favor de entrar en la OTAN.

Es decir, a pesar de su retórica positiva, Yushchenko deja las relaciones con Occidente en mal estado. Y, si se tienen en cuenta la antipatía visceral que le tiene el Kremlin y sus propias provocaciones gratuitas (como la tardanza en aceptar las credenciales del nuevo embajador ruso el año pasado), va a legar a su sucesor una relación con Rusia que es la peor de todo el periodo postsoviético. Por ilógico que pueda parecer, una relación difícil entre Kiev y Moscú hace más difícil la integración de Ucrania en Occidente.

Aunque no parece probable que ni Yanukovich ni Timoshenko utilicen la misma retórica prooccidental que Yushchenko, sus posiciones reflejan más acertadamente la opinión pública ucraniana. Al preguntar a la población en qué temas debe centrarse el nuevo presidente cuando tome posesión, sólo el 3% coloca las relaciones con la UE en lo alto de la lista, y sólo el 1% da prioridad a las relaciones con la OTAN. En cambio, el 71% opina que el nuevo presidente debe centrarse en la creación de empleo.

El sector de la energía del país, corrupto y atrasado, representa una seria amenaza para Europa

Ahora bien, más allá de los discursos públicos, la crucial cooperación constante con Occidente entre bastidores no va a cambiar mucho. Las negociaciones sobre el acuerdo de libre comercio con la UE seguirán adelante y Ucrania no se saldrá de pronto del partenariado oriental. Ninguno de los dos candidatos interrumpirá la cooperación con la OTAN, que abarca una gran variedad de actividades con la Alianza, sobre todo en el ámbito de la modernización de la defensa.

Yanukovich y Timoshenko darán prioridad a reparar la relación con Moscú, pero en gran parte porque la situación actual es insostenible, no para ceder soberanía al Kremlin. Yanukovich no es ninguna marioneta prorusa y, durante su breve periodo como primer ministro, en 2006 y 2007, no actuó precisamente de acuerdo con la lista de prioridades políticas de Moscú. Es más, los grupos de interés económico que le respaldan nunca le permitirían estropear las relaciones con Occidente, donde envían la mayoría de sus exportaciones, ni abrir los mercados del país a los oligarcas rusos.

Por tanto, a pesar de lo que se ha dicho, estos comicios no van a constituir un gran cambio geopolítico para Ucrania. Tal vez ya no haya un soñador idealista y prooccidental al mando en Kiev, pero a lo mejor es preferible un pragmático en política exterior que modere la retórica divisiva y siga ejerciendo una la cooperación práctica.

Pero eso no quiere decir que las elecciones sean insignificantes. El resultado determinará el equilibrio de poder en la complicada política interna de Ucrania, donde, debido a las reformas constitucionales implantadas como parte del compromiso que llevó a Yushchenko a la victoria, el sistema político es muy complicado, mitad presidencialista y mitad parlamentario, lo cual limita en gran medida los poderes del Presidente y, en la práctica, significa que tiene que controlar la Rada (parlamento ucraniano) para poder gobernar.

Si gana Timoshenko, la oposición parlamentaria seguramente se dividirá; muchos diputados se sumarán a su grupo y le  darán una mayoría sólida. Entonces podría nombrar como primer ministro a uno de sus partidarios leales, con lo que tendría el control de los tres centros de poder en el país y acabaría con el enfrentamiento entre las diversas instituciones, que ha hecho que fuera imposible gobernar. Por primera vez desde la Revolución Naranja, la presidenta de Ucrania podría cumplir las promesas y quizá impulsar reformas impopulares pero muy necesarias.

Para Occidente, eso podría ser muy positivo, porque una de las máximas prioridades en las relaciones de Europa y Estados Unidos con Ucrania es la reforma energética. El sector de la energía del país, corrupto y atrasado, representa una seria amenaza para Europa, como demostró la interrupción del suministro de 2009 que dejó el este del Continente tiritando de frío. Cuando los líderes occidentales van a Kiev, exigen siempre acciones en este sentido, pero sus homólogos ucranianos nunca cumplen lo pactado. Si saliera elegida, Timoshenko podría usar su autoridad política para llevar a cabo acciones dolorosas como recortar los enormes subsidios al gas de consumo doméstico y abordar los problemas del monopolio energético Naftohaz, una empresa opaca y llena de sobornos.

Con todo, una Timoshenko dotada de más poder no es buena para sus enemigos políticos. Nunca se ha caracterizado por tener un estilo de gobierno democrático, y no existen garantías de que no vaya a cometer abusos como, por ejemplo, meter en la cárcel a algunos de sus adversarios.

Si ganara Yanukovich, las cosas serían muy distintas. No parece probable que vaya a lograr reunir una mayoría sólida en el Parlamento, y quizá tendría que aguantar a Timoshenko como primera ministra. Aunque lo disuelva y convoque elecciones anticipadas, no tiene muchas probabilidades de obtener el control de la cámara. En resumen, la política irritable que ha caracterizado a Ucrania durante los cinco últimos años seguiría adelante.

Tal vez, lo máximo a lo que puede aspirar Occidente en estos comicios es un presidente que pueda gobernar. Lo que está en juego no es la geopolítica, en el sentido de un tira y afloja con Rusia por Ucrania, sino algo mucho más corriente: un Estado que funcione.

 

 

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