Un joven indio mira a través de la ventana de un autobús la calle, en Nueva Delhi. Chandan Khanna/AFP/Getty Images
Un joven indio mira a través de la ventana de un autobús la calle, en Nueva Delhi. Chandan Khanna/AFP/Getty Images

Un libro sobre las consecuencias del terrorismo en las vidas de quienes lo sufren, así como, quizás algo más de soslayo, de quienes lo perpetran.

The Association of Small Bombs

Karan Mahajan

Chatto & Windus, Londres, 2016

La novela The Association of Small Bombs se desarrolla, en su mayor parte, en India, principalmente en Nueva Delhi, lugar de procedencia de su autor. Karan Mahajan nació en India en 1985, desde donde emigró a Estados Unidos hace 15 años. Esta circunstancia se transluce a lo largo de toda la obra, tanto en su profundo conocimiento de la ciudad como en su caracterización de la clase media-alta india, a la que los personajes pertenecen.

La novela comienza con un acontecimiento traumático, la explosión de una bomba en Lajpat Nagar, un mercado de Delhi, y la muerte de dos hermanos de 11 y 13 años, Tushar y Nakul. Su amigo, Mansoor, de 12 años, herido en un brazo por la metralla de la explosión, escapa aturdido.

Esta escena inicial, que se cuenta en apenas 20 páginas, sienta las bases para el resto del libro, donde se relatan las repercusiones de este suceso en las vidas de los padres de los fallecidos, Vikas y Deepa Khurana, así como en Mansoor y su familia, por espacio de más de una década. En ambos casos se trata de familias acomodadas, cuyas vidas se ven sacudidas y cambiarán para siempre tras el atentado.

Mahajan se aproxima también a la figura de los terroristas, en el personaje de Shockie o Shaukat Guru, el artífice de la primera explosión. Se trata de terroristas musulmanes, pero no actúan por fanatismo religioso, sino por activismo político como denuncia de la situación en Cachemira y de los abusos contra los musulmanes por parte del Gobierno indio.

La imagen que presenta Mahajan de los terroristas recuerda a los anarquistas de El agente secreto de Joseph Conrad. El autor indio retrata a unos terroristas en su sede en Katmandú que rayan el patetismo. Individuos que no son monstruos en ningún caso, y que han llegado en cierto modo a creerse su propia propaganda para autojustificar sus inútiles acciones. El propio Shockie expresa dudas acerca de la futilidad de su actividad, a la par que un evidente orgullo por su profesionalidad a la hora de fabricar bombas.

El título del libro es realmente apropiado cuando hablamos del terrorismo en India, al menos fuera de las áreas conflictivas de Cachemira, el Noreste y los territorios en manos de la guerrilla naxalita. Lo cierto es que el terrorismo fuera de esas regiones es una cuestión menor, con ataques poco frecuentes y, en su mayoría, de escaso impacto, si exceptuamos los perpetrados por grupos organizados de origen –y apoyo estatal–, paquistaní.

Los conflictos que sufre India en Cachemira, el Noreste y por los naxalistas no pueden considerarse puramente terrorismo, sino que adoptan la forma de insurgencias o guerrillas que, a veces, emplean métodos terroristas. La cuestión cachemira, que entró en un periodo álgido de violencia en los 90, está detrás de buena parte de los ataques terroristas en las dos principales ciudades indias, Delhi y Mumbai (Bombay hasta 1986).

Sin embargo, el primer gran atentado que se produjo en Mumbai, una serie de 13 bombas que dejaron 257 muertos en 1993, fue una venganza por parte de un capo de la mafia local, Dawood Ibrahim, por la muerte de cientos de musulmanes en los disturbios que se produjeron tras el derribo a manos de radicales hinduistas de la mezquita de Ayodhya en 1992.

En Delhi, la violencia terrorista relacionada con Cachemira tuvo especial intensidad entre 1997 y 2001, con una serie de 24 ataques de escasa intensidad, al estilo del referido en la novela. Esta serie culminó con el asalto al Parlamento indio por un comando suicida del grupo yihadista paquistaní Jaish-e-Mohammad (JeM) en 2001, que llevó a India y Paquistán al borde de la guerra. Las nuevas medidas de seguridad aplicadas tras este ataque hicieron que el terrorismo prácticamente desapareciera de Delhi desde entonces.

Además de los grupos relacionados con Cachemira –JeM tiene como objetivo la liberación de esta región– existen en India desde finales de los 90 organizaciones locales que dicen luchar por la dignidad de los musulmanes y llevan a cabo ataques terroristas, por lo general de escasa entidad, en protesta por la opresión a la que dicen estar sometidos por el Estado indio. Grupos como los Indian Mujahideen o el Students Islamic Movement of India.

La actitud entre indolente y abiertamente hostil de los Gobiernos indios hacia los problemas de los musulmanes ha dado la justificación necesaria a estos grupos para organizarse. En buena medida, han encontrado apoyo y ayuda, si bien limitada, por parte de los servicios de inteligencia paquistaníes, directamente o a través de las organizaciones yihadistas que patrocinan.

El último gran atentado en una ciudad india se produjo en 2008 en Mumbai, con el asalto durante tres días por parte de un comando del grupo paquistaní Lashkar-e-Taiba (LeT) que dejó 175 muertos. LeT es también una organización dedicada a la yihad en Cachemira y con estrechos vínculos con las autoridades paquistaníes.

Las tensiones que estos atentados crean entre Nueva Delhi e Islamabad hicieron que, durante los últimos años, los grupos paquistaníes hayan reducido su actividad, posiblemente a instancias de autoridades de su país. Sin embargo, este año se han producido dos ataques en sendas bases militares indias, en Pathankot y, más recientemente, en Uri, que han sido atribuidos a grupos paquistaníes y que han vuelto a incrementar la tensión entre ambos países.

En su mayor parte, el terrorismo en India se ajusta a lo descrito por Mahajan: small bombs (bombas pequeñas) con escasa o nula repercusión más allá de los familiares y allegados de las víctimas. Como reflexiona Shockie, solo atentados grandes con muchas víctimas merecen la pena porque provocan respuestas y sirven para algo. Así ha sido en India, si bien las respuestas no suelen ir en el sentido de favorecer la lucha que los terroristas dicen defender.

Al margen de la propia historia que describe el autor, para un lector poco familiarizado con India este libro puede presentar ciertos desafíos, así como interesantes descubrimientos. La historia está trufada de situaciones y lugares que requieren de cierto contexto para comprenderlas plenamente, aunque en  buena medida son autoexplicativas.

La obsesión tanto de los Khuranas como de los Sharifs (la familia de Mansoor) por mantener una apariencia de nivel socioeconómico, tan propia de las clases pudientes en India, se percibe muy bien a lo largo de la historia. El propio Vikas, cuando manda a sus hijos a Lajpat Nagar a recoger su televisor, que estaba siendo reparado, les instruye para que digan que van a por un reloj, ya que arreglar un aparato de televisión podría verse como un signo de pobreza.

Las penurias económicas por las que atraviesan ambas familias en algunos momentos no son óbice para que se mencione constantemente la presencia de sirvientes en ambas casas, lo que indica la diferencia de niveles de vida que conviven en Delhi. Igualmente, los pensamientos de Vikas acerca de “los pobres” cuando visita los mercados de la ciudad no tienen desperdicio y reflejan bastante bien qué piensan en India las clases altas de las más bajas.

La propia Nueva Delhi es descrita por Mahajan con los ojos de un indio occidentalizado o de un occidental que haya vivido allí. Y no describe una ciudad agradable ni cómoda. Las menciones a la ciudad destilan el clásico amor-odio de quien ha vivido en la misma y ha podido experimentar la vida en otros lugares. En este sentido, la mención de vecindarios de la capital india puede despistar a un lector poco familiarizado con Nueva Delhi y sus zonas ricas y pobres.

Una de las muchas frases del libro acerca de la ciudad es un buen resumen de su descripción: “Ante muros pintados con imágenes de dioses armados –hechas para evitar que los hombres orinasen– hombres orinaban.”

También Mahajan refleja con bastante acierto el funcionamiento de la policía y la justicia en India. La una dedicada a detener primero y obtener pruebas después, con un generoso empleo de la tortura, la otra lenta hasta extremos inimaginables.

En definitiva, se trata de una novela cruda, que narra las consecuencias de una tragedia sobre una serie de personas, tanto víctimas como perpetradores de la misma. Un libro que se disfruta con particular deleite si se tiene un conocimiento de primera mano de la sociedad y los lugares descritos por el autor. Un texto, por otra parte, que tiende a no despertar simpatías entre buena parte de esa misma clase media-alta india que Mahajan describe.

La imagen, poco halagadora, que presenta Mahajan de India está directamente en línea con la de otros autores de origen indio y residencia fuera de este país. Sin llegar a los extremos de desagrado por sus orígenes demostrados por autores como –el odiado en India– V.S. Naipaul, sí que coincide ciertamente con el discurso de otros como Aravind Adiga y su magnífico White Tiger.

Como única crítica que se le puede hacer a la obra quizás debamos mencionar aquí la rapidez con la que se finaliza el libro. El desenlace de la mayoría de los protagonistas se produce de una forma un tanto brusca y apresurada en apenas 10 páginas, si bien esto no deja de encajar bastante bien con el fatalismo que acompaña a toda la novela.