Miembros del Frente Islámico de Liberación Mora han jurado lealtad a Daesh en Filipinas. (Jes Aznar/Getty Images)

¿Cuál es la dimensión de la amenaza terrorista global?, ¿cuál es el futuro de la yihad

La dimensión del reto

La guerra contra el terrorismo se ha cobrado un inmenso coste en vidas perdidas y desarrollo interrumpido. El extremismo islamista radical se ha convertido en la fuerza revolucionaria más poderosa del mundo y el terrorismo es una amenaza constante en nuestras sociedades. Mientras los terroristas ganan y pierden terreno, los elementos que se mantienen constantes son su obstinación ideológica, su propaganda flexible y adaptable y su capacidad para la tecnología bélica. Si no empezamos a estudiarlos con más detalle, más allá de las estadísticas y los mapas, para tratar de comprender el atractivo de su ideología, su modus operandi y cómo estos van a evolucionar y transformar su poder en el futuro, tardaremos mucho en cambiar la situación y derrotar al terrorismo.

¿Cuál es la dimensión de la amenaza terrorista global?, ¿cómo la situación política actual la refuerza? Tanto Daesh como Al Qaeda siguen constituyendo una amenaza para la seguridad del mundo. El motivo son varias tendencias generales: la estrategia de Al Qaeda y Daesh de convertirse en movimientos descentralizados y sin líderes; el desarrollo tecnológico, que ofrece a los grupos terroristas mayor dimensión estratégica y operativa; el incremento del número de jóvenes en situación de riesgo, un aumento reforzado por la demografía y los conflictos persistentes en Oriente Medio y el Norte de África; la relación creciente entre delincuencia y terrorismo, que puede sostener a los terroristas durante muchos años.

Después de más de 39 meses de ocupación en Siria e Irak, Daesh ha perdido muchos de los territorios que controlaba y tiene muy debilitadas sus fuerzas de combate, y la pérdida de Mosul y Raqqa ha puesto fin al califato físico. Daesh ha huido. Sin embargo, hay muchos factores que lo distinguen de otras organizaciones terroristas anteriores: su ego iluso que hizo que se creyera capaz de construir un pseudo-Estado, un “Califato islámico”; su capacidad de autofinanciarse (en 2015 acumuló una fortuna de 2.000 millones de dólares gracias al crimen organizado); sus ambiciones globales y apocalípticas y su seductor milenarismo; su poderosa ideología, que se dedica a difundir con una elaborada campaña mediática. Hasta ahora, ha atraído para su causa a más de 40.000 combatientes extranjeros, procedentes de más de 110 países.

Mientras el mundo estaba obsesionado con Daesh, Al Qaeda también ha apuntalado su poder. Hoy es más fuerte que hace 16 años, cuando cometió los atentados del 11 de septiembre. En aquel entonces, tenía varios miles de militantes en todo el mundo. Hoy, solo su filial siria controla a más de 30.000 soldados, según varios cálculos, y existen ramas asimismo en Afganistán, Somalia, Yemen, el Norte de África y otros lugares. No ha dejado de reafirmar su causa y su legado; un ejemplo reciente es el recurso a Hamza bin Laden, el hijo de Osama, de 28 años, como nuevo representante.

Daesh tampoco está diezmado, ni mucho menos. Se calcula que todavía tiene entre 12.000 y 15.000 combatientes en Siria e Irak. Su portavoz, Abu Muhammad al Adnani, preparó al grupo, justo antes de que lo matara un dron, para su próxima reencarnación. Proclamó: “Empezamos en el desierto, sin ciudades y sin territorio”, y en el desierto podemos revivir. Aunque el desmantelamiento del califato es un paso estratégico importante, conviene recordar que Daesh ya había sufrido una derrota, en 2008, y cuatro años más tarde reapareció como fuerza militar muy eficaz y capaz de capturar una tierra del tamaño de Gran Bretaña y atraer a miles de reclutas. Ahora, volverá ala insurgencia cruel y eficaz que ejercía antes de apoderarse de Mosul y Raqqa. El califato ha desaparecido, pero la organización y su ideología, no.

La razón es, en gran parte, su habilidad para transformarse y aprovechar el estado actual de desorden mundial. La fragilidad de los Estados se ha vuelto endémica; al menos un tercio de los que están presentes en Naciones Unidas han recibido una “seria advertencia” en el Índice de Estados Frágiles. Y Daesh no es la única amenaza compleja. Otros actores no estatales como Boko Haram, Al Shabaab y Al Qaeda tienen gran poder en ciertas zonas de Túnez, Malí, Nigeria, Somalia, Libia y Yemen países en los que el gobierno central ha perdido poder.

Un hombre en Kabul, Afganistán, lee los detalles de la muerte de Osama bin Laden, líder de Al Qaeda, en 2011. (Massoud Hossaini/AFP/Getty Images)

Una yihad sin líderes

Tanto Daesh como Al Qaeda están transformándose en una forma de yihad sin líderes que no es buen presagio para el futuro. Los dos eran en otro tiempo estructuras jerárquicas muy centralizadas, pero ahora han adoptado estrategias que los ha convertido en entes operativos fluidos, y eso les viene muy bien. Cuando están en dificultades, los combatientes pueden retirarse al desierto o unirse a otros movimientos yihadistas, o en los países MENA o en otros de Asia. Las dos organizaciones cuentan con filiales en todo el mundo a las que pueden recurrir en busca de refugio y apoyo. Daesh ha creado ocho ramas “provinciales” oficiales, divididas en 37 wiliyats o provincias en Libia, Egipto (Península del Sinaí), Arabia Saudí, Yemen, Argelia, Afganistán, Pakistán, Nigeria y el Cáucaso norte. Ha recibido juramentos de lealtad de grupos en Somalia, Bangladesh y Filipinas. Aunque no controla esas provincias, sí cultiva unas redes informales de células, gentes y simpatizantes en todo el mundo. Además, tiene capacidad operativa en países que no cuentan con filiales, y va a seguir transformándose en una fuerza insurgente capaz de cometer atrocidades como el genocidio y la tortura.

Hace una década, Abu Musab al Suri dijo que la estructura jerárquica de Osama bin Laden era vulnerable después de que Estados Unidos invadiera Afganistán, porque los servicios antiterroristas de Occidente tenían como objetivo prioritario a sus dirigentes. Propuso entonces que Al Qaeda evolucionara de ser una estructura central a ser un movimiento descentralizado y sin líderes, unido por un propósito y una ideología comunes y capaz de adoptar múltiples formas: personas individuales, lobos solitarios que se hubieran alistado voluntariamente o células compuestas por combatientes veteranos. Aunque al principio hubo escepticismo, Al Qaeda acabó adoptando la idea de Al Suri y empezó a establecer franquicias en todo el mundo.

Anwar al Awlaki, un clérigo estadounidense de origen yemení y líder de Al Qaeda en la Península Arábiga (AQAP en sus siglas en inglés), desarrolló más esta idea. Su objetivo era transformar el mensaje de la yihad más allá del personaje y convertirlo en un “movimiento social”. Su revista digital Inspire provocó el nacimiento de Open Source Jihad (OSJ), otra forma de yihad sin líderes y una estrategia que empuja a los lobos solitarios a llevar a cabo la guerra santa. La revista da numerosas instrucciones para cometer atentados, desde los más rudimentarios hasta los de alta tecnología. Los consejos tecnológicos incluyen información para fabricar bombas con ollas a presión en las propias cocinas. Los consejos sobre atentados no tecnológicos hablan de incendios forestales, bombas de fabricación casera, cuchillos y atentados con vehículos. Al Awlaki murió en 2011, pero no importó; sus ideas, como postales de ultratumba, siguen empujando a la gente a unirse a la yihad. Sus sermones han aparecido en 72 casos de terrorismo en Estados Unidos y han inspirado atentados de lobos solitarios en Reino Unido, Canadá y Francia.

Además de OSJ, existe otra táctica terrorista, denominada la “resistencia sin líderes”. Se trata de “una célula fantasma o una actuación individual”, sin ninguna cadena de mando. Su origen está en la extrema derecha de Estados Unidos, que la desarrolló en los 80. Sus atentados son imposibles de predecir o desbaratar con las tácticas antiterroristas utilizadas en la actualidad.

Un mundo sin líderes

La campaña de yihad sin líderes en el mundo se ha intensificado debido a la ausencia actual de liderazgo global. Vivimos un periodo de retos mundiales sin precedentes. Crece la guerra y la agitación se extienden, reinan el miedo y la desesperación. Y a eso se unen amenazas existenciales como la guerra nuclear y los desastres medioambientales. Y en este clima de miedo, tenemos un liderazgo mediocre y limitado.

No cabe duda de que esta escasez de líderes y esta inestabilidad se agudizan por la falta de confianza en el liderazgo de Estados Unidos. Es la primera vez en medio siglo que los propios estadounidenses creen que su país debe intervenir menos en los asuntos mundiales y que no está contribuyendo a resolver los problemas del mundo. Muchos estudiosos opinan que la presencia continuada de EE UU en Oriente Medio no sirve más que para alimentar el yihadismo. La consecuencia ha sido un retroceso del liderazgo mundial que ha reforzado una transformación cultural más amplia. Aunque los ejércitos, las empresas y los sindicatos siguen teniendo poder, las jerarquías políticas han quedado derribadas por unas ideas que están adquiriendo más poder y más presencia que los políticos y los ejércitos.

La revolución de Facebook, como muchos la llaman, comenzó con la Primavera Árabe. Aunque esta fracasó, supuso el principio de una revolución de las ideas impulsada por el rápido intercambio de información, que está alentando causas revolucionarias y extremistas en todo el mundo. El nuevo desorden mundial se ha convertido en una red espontánea de llamadas por Skype, “me gusta” de Facebook y tuits, que circulan por las arterias de Internet de manera instantánea. El poder y los que lo poseen han cambiado. El ciberespacio ha puesto a todos en igualdad de condiciones. Ahora, los individuos, los países pequeños y los terroristas y criminales pueden tener más influencia de la que en teoría les correspondería. El cerebro humano global se deja influir por las desinformaciones, Twitter y las redes sociales, mientras el periodismo genuino y los libros pierden poder y autoridad.

La historia está perdiendo el rumbo. Ningún país ni individuo tiene suficiente autoridad política o moral en los asuntos mundiales como para convencer a la generación de los millennials, que creen que solo se puede confiar en el 19% de la gente. No es extraño que los extremistas consigan implantarse en un mundo con tales niveles de desconfianza social. Estados Unidos no está ejerciendo el liderazgo, pero tampoco hay nadie que se apresure a llenar el vacío.

Foto tomada de Twitter

Tecnología — Los ciberejércitos del futuro

La tecnología ofrece a los grupos terroristas más libertad estratégica y operativa y nuevos tipos de atentados sin líder, que, en el futuro, van a ser cada vez más ambiciosos. Al Qaeda aprendió a controlar la televisión por satélite y las cadenas de informativos por cable. Daesh domina las redes sociales y los smartphones. El próximo grupo querrá explotar aún más Internet para llevar a cabo ataques informáticos y la guerra cibernética. Daesh ya está construyendo su nuevo cibercalifato y su ciberejército, dedicado a recopilar información, coordinar operaciones y desencadenar la guerra santa informática. Aunque sus miembros aún no tienen la pericia de otros grupos peligrosos que cuentan con el apoyo de naciones-Estado, como los Bears de Rusia, los Kittens de Irán y los Pandas de China, que acceden a infraestructuras industriales, ha empezado a reunir un ejército cibernético con la esperanza de realizar ataques asimétricos. Hay varios grupos de hackers que llevan a cabo ataques bajo la enseña del Estado Islámico. Si los terroristas no cuentan entre ellos con alguien que tenga el talento necesario, pueden contratarlo en la dark web. En las red oscura se puede comprar de todo, desde ordenadores zombis que pueden inundar de tráfico una red hasta el software malicioso más sofisticado. En abril de 2016, Daesh agrupó cinco grupos de hackers en un “Cibercalifato unido” (UCC en sus siglas en inglés). Su propósito es construir un ejército cibernético y crear foros que permitan a los seguidores llevar a cabo campañas de terrorismo informático y cometer delitos. El UCC se ha dedicado a publicar listas de objetivos, difundir instrucciones para cometer actos terroristas cibernéticos e invitar a nuevos seguidores.

En la actualidad, Daesh puede comprar armas informáticas con una mínima parte de su riqueza. El desarrollo de Stuxnet, cuyo propósito se cree que era atacar las instalaciones nucleares iraníes, costó 100 millones de dólares. Un software malicioso reciente llamado IceFog, que se atribuye a China, se creó para atentar contra organismos del Gobierno en Japón y Corea del Sur, y no costó más que 10.000 dólares.

Otra innovación tecnológica que usarán los terroristas son los drones. Daesh ha anunciado la instauración de unos “Aviones no tripulados de los muyahidines”, una nueva unidad operativa encargada de diseñar y desplegar drones en combate. El Estado Islámico los compra y luego los modifica para convertirlos en kamikazes con pequeñas municiones que estallan en el momento del impacto. Lo más desconcertante es su capacidad de utilizar sistemas de combate a distancia para arrojar armas químicas. En un intento de recuperar el aeropuerto militar de Deir ez Zor, los yihadistas dispararon cohetes que transportaban gas mostaza en polvo. Existe la posibilidad de que se utilicen los drones para dispersar armas químicas sobre civiles o en atentados contra locales de gran tamaño y llenos de gente.

Internet va a seguir siendo crucial para la propaganda de Daesh a medida que sufra derrotas en el campo de batalla. La tecnología moderna impide que los gobiernos controlen la difusión de las ideas extremistas. Ahora, los terroristas pueden ser al mismo tiempo actores, productores e informadores de sus actos de violencia. Ya no podemos “encontrar maneras de arrebatar al terrorista el oxígeno de la publicidad que tanto necesita”. Ahora están ellos al volante.

Internet y los teléfonos móviles también se han convertido en el método preferido para coordinar los atentados, porque los terroristas pueden confiar en los métodos de encriptado actuales. A medida que las redes sociales han acelerado la difusión de la propaganda yihadista, el número de extremistas que se han radicalizado en la Red se ha multiplicado. Internet es una herramienta nueva para dar publicidad inmediata al terror, con vídeos que se emiten en directo desde Bangladesh, Kenia o Francia. Otros prometen lealtad a un grupo terrorista mientras cometen un asesinato. Bruce Jenkins dice que, antiguamente, un joven que quería incorporarse a la yihad recibía la orden de matar a alguien. Ahora son ellos los que quieren matar para formar parte de la guerra santa, aunque sea de manera póstuma.

En el futuro, formas más avanzadas de tecnología, como el Internet de las cosas, los coches sin conductor y las ciudades inteligentes, darán lugar a vulnerabilidades informáticas aún mayores que los terroristas podrán aprovechar. Además, los extremistas pueden utilizar algoritmos para metaexplotar cantidades masivas de datos, es decir, los Big Data. Hace poco, Facebook ha puesto en marcha un algoritmo de aprendizaje automático que identifica a los usuarios deprimidos basándose en los metadatos generados por sus búsquedas, sus clics y el tiempo que se quedan en cada página web, con el fin de poder cambiar el contenido de las páginas para alterar el ánimo del usuario y convertirse en un refuerzo positivo durante el tiempo que visiten su plataforma. El objetivo de estas tecnologías es crear un usuario habitual de Facebook, igual que otras empresas han diseñado procedimientos similares para vender sus mercancías. Pero los grupos extremistas pueden aprovecharlas para localizar a posibles reclutas. El futuro de Daesh depende de su capacidad de seguir captando gente.

En el pasado, todos los extremistas, de cualquier tipo, acudían a grupos de ideología afín en busca de un sentimiento de comunidad y unidad de propósito. Hoy pueden entrar en Internet y encontrarse con esa comunidad pero de ámbito mundial. El lobo solitario tiene acceso a una manada cibernética. El lobo solitario puede consumir literatura de odio y propaganda, y organizar ataques informáticos de forma anónima, desde la inviolabilidad de su dormitorio. Y los extremistas también pueden localizar anónimamente a esas personas y ayudarles a hacer realidad sus objetivos de la yihad. Pueden utilizar los metadatos para dirigirse a las personas que siguen las páginas webs radicales. Por otra parte, los grupos extremistas, incluido Daesh, están aprovechando cada vez más la popularidad del cine de acción y los videojuegos en la Red, como Call of Duty y Grand Theft Auto, para imitarlos y producir vídeos como Clang of Swords. Los juegos que elaboran pretenden simular la experiencia de servir al califato.

Está apareciendo nueva tecnología pirata muy dañina. Una empresa a la que contrata la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense (NSA), Equation Group, fue recientemente víctima de un ataque informático. Robaron herramientas de pirateo muy destructivas, capaces de hacerse con el control de ordenadores, observar y captar golpes de teclado y penetrar a través de cortafuegos de seguridad. Los Shadow Brokers, un grupo de hackers, adquieren esas armas informáticas y luego las venden por millones de dólares, y entre quienes las compran pueden estar grupos terroristas dispuestos a utilizarlas con un efecto devastador.

Otro fallo de seguridad quedó al descubierto cuando Wikileaks publicó una filtración llamada Vault 7, compuesto por unos 9.000 archivos que detallan las actividades y la capacidad de vigilancia y guerra cibernética del Centro de Inteligencia Cibernética de la CIA. Ese fallo permitió que se lanzaran los ataques masivos WannaCry y NotPetya y dejó claro que cada vez hay menos distancia entre la capacidad de los Estados y la de los terroristas y criminales.

Niños y jóvenes en una sala de ordenadores en Afganistán. (Farshad Usyan/AFP/Getty Images)

En busca de adolescentes vulnerables

Daesh ha creado una app para niños, para aprender árabe, que contiene imágenes de armas, carros de combate y misiles y utiliza canciones yihadistas para adoctrinar a las mentes jóvenes hacia la yihad. En el mundo hay 1.800 millones de personas entre 10 y 24 años. En muchos países el mundo en vías de desarrollo, constituyen la mayoría de la población. Son cada vez más blanco de los extremistas violentos, que los reclutan en campos de refugiados, instituciones religiosas, universidades, prisiones y a través de Internet. En la actualidad, las estrategias antiterroristas de los Estados se centran sobre todo en el poder duro y la fuerza física, y no tienen en cuenta la importancia de unos jóvenes a los que los terroristas engañan, compran o captan como parte de una estrategia.

También hay que tener en cuenta el papel de la demografía. Cuando la Primavera Árabe barrió Oriente Medio, en 2011, la región tenía la población más joven del mundo después del África subsahariana. En 2015, la mayor tasa de paro juvenil estaba en las zonas en las que ha arraigado el salafismo. Las estadísticas muestran enormes “bolsas juveniles” que aumentan el riesgo de descomposición de las democracias y estallido de conflictos armados. Los países que afrontan los mayores retos demográficos son precisamente los que sufren hoy los mayores niveles de violencia e inestabilidad: Yemen, Irak, Palestina y Siria. Algo que no augura nada bueno para el futuro.

El manual escrito por Abu Bakr Naji en 2004 para Daesh, The Management of Savagery, alienta a los seguidores a aprovechar el carácter rebelde de los jóvenes. La inestabilidad y la guerra en Afganistán, Irak, Somalia, Siria y Yemen han engendrado una nueva generación que tiene escaso poder político, índices de desarrollo negativos, ninguna perspectiva laboral real y futuros mediocres. Miles de estos jóvenes desafectos son vulnerables a la propaganda.

Hay 7,6 millones de niños sirios necesitados de ayuda humanitaria y más de tres millones de niños desplazados dentro de su país. Otros dos millones vive refugiados en Líbano, Turquía, Jordania, Egipto e Irak. Casi todos viven en la pobreza y sin acceso a la educación. Los refugiados son uno de los grupos más vulnerables en todo el mundo, y son las víctimas perfectas para las campañas de reclutamiento de los yihadistas, que no necesitan más que prometerles una comida al día y la salvación para convertirlos en devotos. Si no se hace nada para ayudar a esos jóvenes, ayudarán a la proliferación del terrorismo durante años.

El objetivo de los salafistas- yihadistas es convencer a los jóvenes musulmanes de todo el mundo de que el terrorismo es la única vía para alcanzar sus metas. Sostienen que la ola creciente de sentimiento antimusulmán y el miedo a atentados terroristas en Europa y Estados Unidos va a ir a peor, y que acabarán por separarlos del resto e internarlos en centros de detención, por lo que deben actuar sin más tardar. La reacción de las generaciones mayores ante ese sentimiento antimusulmán es de miedo, pero la de las generaciones jóvenes es de resentimiento, y el resultado es un caldo de cultivo del extremismo. Es un proceso que se retroalimenta y que es preciso detener.

La financiación del crimen y el terrorismo

La relación cada vez más estrecha entre criminalidad y terrorismo va a sostener a los terroristas durante años. Las redes criminales y terroristas están debilitando las estructuras del Estado y el principio de legalidad y contribuyendo a establecer gobiernos ilegítimos. Las redes han permitido que Daesh y Al Qaeda amplíen su poder, porque han incrementado el número de socios y afiliados. Sobreviven en espacios transregionales, descentralizados y sin gobierno, habitados por personas que han dejado de confiar en cualquier estructura gubernamental y ya ni siquiera confían en sus prestaciones. Los notables vacíos en los sistemas de justicia penal permiten que estos grupos se sostengan. Hay que resolver esos vacíos, que también están aprovechando criminales y terroristas, para que sea posible reducir la amenaza.

La importancia de mantener unas sociedades abiertas

En conclusión, Daesh y Al Qaeda han descubierto el talón de Aquiles de nuestras sociedades, la xenofobia latente y el miedo a la inseguridad, y alimentan esos temores con atentados contra civiles y vídeos escalofriantes que muestran sus atrocidades. Los terroristas modernos cuentan con que nuestras sociedades abiertas y nuestros dirigentes tengan una reacción emocional, porque el miedo hace que los ciudadanos y sus líderes empiecen a pensar y actuar de forma irracional.

Es decir, nuestras sociedades abiertas están siempre en peligro, por la amenaza que supone nuestra respuesta al terror y el miedo que genera. ¿Cómo se puede invertir esta tendencia? Desde luego, abandonar los valores y principios de nuestras sociedades abiertas y permitir que el miedo dirija nuestras políticas nacionales y exteriores no es la respuesta. Intentar comprender el atractivo de las ideologías extremistas violentas y el camino hacia la radicalización es un buen comienzo.

El objetivo fundamental es crear unas sociedades que sean inmunes a ese atractivo mencionado que propugnan la discriminación racial, étnica, sexual o religiosa. Será un problema generacional, así que más vale empezar a intervenir lo antes posible.

Hay que dar a nuestros jóvenes la oportunidad de soñar y tener esperanza para el futuro. Una buena manera de empezar es darles la posibilidad de ayudar a impedir que la siguiente generación caiga presa del extremismo.

Otra clave para combatir el terrorismo es conocer mejor la ciberseguridad y los nuevos avances tecnológicos. Es importante estar al tanto de las campañas estratégicas de comunicación que utilizan los terroristas, proteger las infraestructuras críticas y asegurarse de que no se instrumentalicen las tecnologías futuras, así como concebir y poner en práctica medidas de seguridad cuando se diseñen nuevas tecnologías. Pero lo más importante es impedir que los avances informáticos y las herramientas cibernéticas caigan en manos de terroristas y criminales.

Será necesario diseñar y desarrollar medidas de defensa y resistencia frente al terrorismo tanto en el mundo físico como en el virtual. El terrorismo no puede ser derrotado solo con armas de fuego sobre el terreno. Para vencerlo harán falta liderazgo, más cooperación internacional y la convicción intrínseca de que la prevención es lo fundamental para romper el ciclo del terror en el futuro.

 

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.