“El estar acostado no era para Ilia Illich una necesidad, como lo es para un enfermo o para un hombre que tiene sueño, ni algo incidental, como lo es para un hombre que está cansado, ni una delicia, como para un perezoso; era su posición normal”, así describe el escritor ruso Iván Goncharov al protagonista de Oblomov, una de las mejores novelas del siglo XIX, llevada al cine en 1980 por Nikita Mijailkov. La intención de Goncharov era atribuir a su personaje toda la abulia y la incapacidad de las élites rusas para enfrentar los retos del presente, entregados a una gestión maquinal de las rentas del pasado. En muchos sentidos, la Unión Europea parece empeñada en interpretar su versión posmoderna –y multinivel- de un Oblomov colectivo. Frente al cambio tecnológico radical, la financiarización imparable de la soberanía estatal y europea, la reducción de horizontes vitales de una parte creciente de la ciudadanía y un contexto geopolítico en profunda reordenación se requerirían acciones decididas, un relato coherente y esperanzador de futuro y, en todo caso, un cambio de rumbo decidido. Pero, de momento, la Unión Europea no parece capaz de encontrar el consenso necesario para levantarse de su diván. Veremos si después de las elecciones al Parlamento Europeo y el cambio de mando en las principales instituciones, la UE consigue desperezarse  y salir al mundo o seguirá recostada en su diván esperando a que el curso de la Historia termine por arrollarla.