Un soldado italiano de la Misión de la OTAN en Afganistán (ISAF) en Kabul. (Shah Marai/AFP/Getty Images)

Cada vez son más lo casos de antiguos soldados enfermos a causa del uso de armas con uranio empobrecido usadas con fines bélicos en los Balcanes, Siria, Irak o Afganistán. ¿Qué hace el Estado de Italia por ellos?

Es tan sonriente el excabo Antonio Attianese, que cuando se entristece provoca vergüenza ajena. Tiene 38 años, dos hijos de cinco y seis, y mantiene una sonrisa ingrávida a pesar del insoportable dolor. Antes de participar en dos misiones militares en Afganistán en 2002 (denominada ISAF) y 2003 (Enduring Freedom), su historia era la del prototipo de soldado italiano nacido en el sur de Italia, que barajó una probable vida de inestabilidad económica por un puesto fijo. Ahora está azotado por las secuelas de 35 intervenciones quirúrgicas y casi cien hospitalizaciones, en las que le detectaron metástasis pulmonar, le extirparon la vejiga, el riñón derecho y parte del izquierdo. Por ello, de las entrañas de su cuerpo, sale un tubo delgado de plástico transparente, que le permite expeler la orina y que deberá llevar de por vida. Además de ello, Antonio también hace quimioterapia, lo que a cada rato le provoca vómitos, fiebres, mareos y una sensación de debilitamiento físico perenne. “Es el uranio empobrecido que respiró. De ahí le viene todo. Ahora tiene el 25% de posibilidades de seguir viviendo”, afirma María Attianese, su mujer, cuando los encontramos en Roma.

En los últimos treinta años —desde que se tiene conocimiento de que ha sido usado con fines bélicos—, la controvertida historia del uranio empobrecido como arma de guerra continúa siendo un asunto enrevesado sobre el que, en los circuitos de la política internacional, se han acumulado polémicas y silencios, desmentidos y contradicciones . Esto a pesar de los efectos colaterales provocados por las municiones de uranio empobrecido que han resultado ser, según importantes instituciones especializadas en la materia, de riesgo para la salud.

En concreto, la Agencia de Protección Medioambiental de EE UU lo ha considerado "un riesgo radioactivo para la salud”. El Laboratoire de Radiotoxicologie Experimentale de Marsella (Francia) incluso ha llegado a sugerir que la exposición a esta sustancia puede alterar el ADN. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció —ya en el lejano 2001— que “el uranio empobrecido es un elemento potencialmente tóxico desde el punto de vista químico y radiológico, y sus órganos diana son fundamentalmente los riñones y los pulmones”. Incluso, la OMS ha reconocido que “las partículas insolubles de uranio inhalado (…) tienden a quedar retenidas en el pulmón y pueden provocar radiolesiones en ese tejido, e incluso cáncer de pulmón”. La forma más habitual y que conlleva más riesgo de absorber el polvo tóxico que desprenden las municiones de uranio empobrecido (cuando impactan) es la inhalación.

Usado en Siria e Irak

Así y todo, se sigue utilizando. La última vez (de la que se tiene constancia) ocurrió en 2015 en Siria, donde lo usó el Gobierno de EE UU. Lo admitió la propia Administración estadounidense, en concreto el mayor Josh Jacques, portavoz del Mando Central del país (CENTCOM), en una conversación con la revista Foreign Policy y Airwars, una web que informa sobre las repercusiones de las actividades bélicas en Siria, Irak y Libia. En particular, según precisó Jacques, Estados Unidos disparó 5.265 balas de 30 milímetros fabricadas de uranio empobrecido los días 16 y 22 de noviembre de 2015. Los ataques, que provinieron de una nave de combate A-10 ‘antitanque’ de su fuerza aérea, destruyeron 350 vehículos, presuntamente de Daesh.

La razón de este uso, de acuerdo con algunos expertos militares, remite a que las municiones de uranio empobrecido (un subproducto del uranio enriquecido) son baratas y muy eficientes a la hora de penetrar blindajes.  Entre otros, lo han documentado algunas organizaciones no gubernamentales, como ICBUW y PAX, las cuales además han subrayado que EE UU ha violado sus propias reglas, al negar primero —era 2015— que había usado estas armas contra Daesh, lo que luego fue desmentido. Más aún, tanto ICBUW como PAX buscan desde hace tiempo la aprobación de una legislación contra este armamento, que también obligue a los responsables a descontaminar las zonas donde han sido usadas. Algo que no ocurre hoy, pues no hay legislación internacional al respecto.

El caso italiano y sus cotas kafkianas

Nadie sabe a ciencia ciertas cuántos casos de militares afectados por el uranio empobrecido hay en el mundo. A pesar de que al menos tres Gobiernos —Estados Unidos, Reino Unido y Canadá— han llevado adelante estudios, estos informes no han sido constatados. Lo que sí se sabe es que ha habido denuncias de antiguos soldados canadienses, estadounidenses, franceses y de otros países europeos. A estos habría que sumar —si hubiese un registro— las denuncias de civiles en todos los países en los que ha sido empleado, en algunos de los cuales —como Irak— se ha producido un incremento de los casos de cáncer sin que esto haya tenido, de momento, una explicación definitiva.

El caso italiano ha elevando a cotas kafkianas el debate sobre el uranio empobrecido. El motivo es la reiterada negación por parte del Estado del riesgo que implica para la salud el uso de esta sustancia (con todo lo que conlleva para las víctimas, como la ausencia de protocolos específicos para quienes enferman) y que, incluso, ha suscitado campañas públicas de exsoldados y ONG, que le han dado visibilidad al fenómeno.

Soldados estadounidenses en 1990 durante la guerra del Golfo donde se usaron proyectiles que contenían uranio empobrecido. (Bob Pearson/AFP/Getty Images)

Hasta la fecha, han fallecido 340 soldados italianos y hay 4.000 enfermos, de acuerdo con el Osservatorio Militare (OI), la ONG italiana de abogados y exmilitares que lleva este macabro conteo. En su mayoría, se trata de militares que participaron en misiones en los Balcanes, pero también hay casos de Somalia, Irak y Afganistán, como el de Antonio Attianese. Soldados que, según OI, han denunciado no haber sido informados previamente de los riesgos que corrían (como sí hace, por ejemplo, el Ejército de EE UU) y haber operado en el terreno sin los equipos técnicos necesarios para resguardarse del mortífero polvo que desprenden las municiones de uranio empobrecido. Y que, una vez enfermos, han tenido que batallar para ver reconocidas una asistencia e indemnización específicas para estos casos justas.

“Dos o tres. Ese es el número de militares que se ponen en contacto con nosotros, para denunciar, todas las semanas”, cuenta el expiloto de la aviación italiana Domenico Leggiero, miembro de OI y quien hoy colabora con la Comisión Parlamentaria de Investigación sobre los efectos del uranio empobrecido del Congreso italiano. “¿Por qué la situación italiana es tan llamativa? Es sencillo. El Estado todavía no reconoce de manera definitiva las secuelas para la salud de las municipios elaboradas con esta sustancia. Eso también significa que el Ejército no toma medidas para resguardar a sus soldados en zonas donde se usan estas armas y no aplica protocolos especiales para los que enferman”, asegura Leggiero.

Todo ello a pesar de que, desde que se revelara que EE UU lo usó con fines militares en la primera guerra del Golfo y luego la OTAN volviera a hacerlo a finales de los 90 en los Balcanes (Serbia, Kosovo y Montenegro), los abogados italianos han sentado unas 70 veces en el banquillo de los imputados al Estado, obteniendo cuantiosos resarcimientos (aquí una de las sentencias, en italiano) para los militares italianos que participaron en aquellas misiones, enfermaron y denunciaron.

Ellos siguen muriendo. Con un artículo titulado La matanza ignorada de los soldados italianos, que el diario italiano Il Corriere della Sera publicó recientemente, recordaba el último caso, el del coronel Claudio Carboni, de 59 años, que falleció en febrero de 2017. “Todo empezó con el conflicto en los Balcanes. En esa época, para evitar generar oposición entre la población italiana sobre la participación del país en el conflicto, se ocultaron los riesgos que los militares corrían y no se tomaron las precauciones debidas para evitar que enfermaran”, puntualiza Leggiero. “Esta es la clave del caso italiano, que estos militares han sido abandonados por su propio Estado”, añade.

Organizaciones opacas

La misma Comisión Parlamentaria con la que Leggiero colabora refleja el conflicto con el uranio en Italia. Para empezar, no es la primera vez que investiga sobre el caso. Es la cuarta consecutiva desde 2002. Es decir, desde que por primera vez se consideró que era necesario un grupo de trabajo para esclarecer la cuestión, lo que no ha producido ningún fruto hasta ahora. “Ni para los periodistas es fácil investigar sobre estos temas. Hay involucrados altos mandos del Ejército”, asevera, por su parte, la periodista Mary Tagliazucchi.

Un limbo gris, en síntesis, que también reposa sobre la opacidad de las más importantes organizaciones internacionales. Entre ellas, Naciones Unidas y la propia Unión Europea, que todavía no han tomado una posición clara al respecto. En su última intervención sobre el asunto en febrero de 2014, el Parlamento Europeo ha pedido a la UE desarrollar “una posición común (…) en favor de la prohibición del uso de municiones de uranio empobrecido y que preste apoyo para el tratamiento de las víctimas”. Pero todavía no se ha trabajado en algo concreto (una propuesta de ley fue presentada sin éxito). De igual manera, en su sexta resolución sobre el asunto (del pasado 14 de diciembre de 2016), la ONU ha recomendado prudencia a los Estados y ha pedido más investigaciones sobre las consecuencias a largo plazo de la exposición al uranio empobrecido. Nada más. Al menos de momento.

La motivación de ello es que, si bien existen estudios sobre las secuelas que produce la exposición al uranio empobrecido, lo que no está claro es la distancia entre este material y la persona afectada y el tiempo de exposición que determina un riesgo para la salud, como apuntan diferentes informes (entre ellos, de United States Armed Forces Radiobiology Research Institute (AFRRI) y del British Royal Society). Una incógnita que es utilizada, para restarle importancia al asunto, como argumento por parte de los detractores del nexo uranio empobrecido-daños para la salud.

Dicha opacidad también ha sido subrayada por un informe de 2013 financiado por el Ministerio de Exteriores de Noruega —uno de los más recientes y completos sobre el tema—, en el que se analizaron las consecuencias del uso de esta arma en Irak en 1991 y en 2003. “Hay una ausencia de información crucial sobre las coordenadas [de las zonas afectadas], la cantidad y la tipología de armas de uranio empobrecido usadas y las zonas descontaminadas (…), lo que impide llevar adelante una labor de saneamiento”, se lee en el informe, en el que numerosas veces se puntualiza que Estados Unidos “se ha negado reiteradamente” a proporcionar datos para aclarar las circunstancias del uso de uranio empobrecido.

Así y todo, la misma fuente señala que ha sido probado de manera “clara” que el uranio empobrecido fue usado “en áreas urbanas y rurales pobladas, contra objetivos no blindados tales como vehículos ligeros, edificios y otras instalaciones civiles”, lo que “es alarmante”. Dicho esto, la discusión también ha sido complicada por la propaganda política de algunos países en los que el uranio empobrecido fue usado, que han instrumentalizado el debate para sus propios fines, y por el uso de otras sustancias químicas en las guerras modernas.

“Solo quiero lo que me corresponde. Nos han enviado a luchar, sin decirnos que el peligro provenía también de nuestro bando”, vuelve a insistir Antonio Attianese, el exmilitar enfermo, cuando le volvemos a contactar unos días después de nuestro primer encuentro. Pero no es un buen día para él. Ha tenido fiebre y mareos y está acostado en la cama. “Seguiré luchando. Hasta el final, no quiero saltar al maldito foso”, dice.